No debemos minusvalorar la importancia de lo que está sucediendo en el norte de Africa, esto es, la tremenda oleada de exigencia democrática que agita a poblaciones hasta ahora sometidas a regímenes despóticos, unos visiblemente feudales y ajenos por tanto a los tiempos actuales, y otros, espantosas tiranías sin el menor respeto por los derechos civiles e incluso por los derechos humanos. Los jóvenes norteafricanos se han cansado de esperar y quieren vivir como los jóvenes del mundo democrático civilizado, lo que naturalmente choca con las tiranías allí establecidas y también, conviene advertirlo, con el fundamentalismo islámico que es, por su propia naturaleza, incompatible con la democracia, las libertades y los derechos humanos. Occidente, y especialmente los países europeos, tenemos una responsabilidad con esas poblaciones y un deber moral de ayudarles a que encuentren y hagan posible su propia vía hacia la democracia.
El fundamentalismo islámico es incompatible no ya con la democracia, sino incluso con la civilización. Lo era antes del espantoso atentado a las torres gemelas de Nueva York y lo es ahora más que nunca. Hay un momento sublime, en la inolvidable película “Juicio en Nuremberg” sobre el horror nazi, en el que un magistrado nazi intenta encontrar alguna disculpa para su comportamiento y dice al presidente del Tribunal que le juzga: “Créame que yo nunca pensé que aquello llegaría a ser lo que fue”. Y recibe la justa y dura respuesta del magistrado norteamericano: “Aquello llegó a ser lo que fue desde el primer día que usted condenó a un inocente sabiendo que lo era”.
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Así que no caben evasivas ni excusas. El fundamentalismo islámico es, pese a su pretexto religioso, heredero político directo del nazismo, una forma aún más espantosa, si cabe, de neonazismo, opresor de todas las libertades, agresor y criminal por su propia naturaleza. Las injustificables complicidades o debilidades con el fundamentalismo islámico, como esa insólita y afortunadamente fracasada “alianza de civilizaciones” pretendida por el inverosímil Rodríguez Zapatero, comparten la culpa por el sufrimiento de los pueblos sometidos al terror islámico y deberán recibir, en su momento, la más seria repulsa de las naciones y los pueblos libres.
Hay responsabilidades históricas que no pueden ignorarse por la comunidad de naciones libres. El pueblo de Irán debe ser liberado de los terribles y fanáticos ayatollahs que han establecido el crimen como forma de gobierno. Todos los pueblos árabes tienen derecho a vivir, como los de cualquier otra cultura, con gobiernos democráticos modernos, libremente elegidos, y no bajo dictaduras medievales y fundamentalismos religiosos que son por su propia naturaleza incompatibles con los derechos humanos y las libertades civiles. En esta hora crucial, los pueblos árabes merecen y deben recibir la ayuda y el apoyo de las naciones libres de Occidente. Lo que Occidente no haga por los pueblos árabes, más temprano que tarde acabará por pasarnos factura.
El llamado “fundamentalismo islámico” no es más que un nazismo incluso empeorado, como se ve en el aterrador régimen de Irán, o en el espantoso aferramiento al poder, a cualquier coste, de los Gadaffi, Mubarak, etc. Es hora de recordar la antigua advertencia de que la libertad es indivisible y ningún hombre puede considerarse enteramente libre mientras otros no lo sean. La espantosa opresión que sufren los pueblos árabes no debe ni puede sernos ajena, porque su libertad hoy reprimida es parte esencial de nuestra propia libertad, de la de todos nosotros, del derecho de la Humanidad en suma a que todos los seres humanos vivamos libres.
Así han llegado a estar las cosas al sur del Mediterráneo, nada menos que al sur del Mar de la Cultura. Estrambóticas iniciativas como la grotesca “Alianza de Civilizaciones” del inverosímil Rodríguez Zapatero tienen no poco de culpa en este terrible deterioro de los valores de la Civilización. ¿Acaso la civilización occidental democrática, basada en los derechos humanos, las libertades y los valores del progreso puede tener alguna Alianza con el fanatismo y la represión de las libertades? Aún falta tiempo, y consecuencias, para que pueda valorarse, en toda su dimensión, el daño que este personaje político inverosímil ha hecho dentro e incluso fuera de España. Obligación de los electores españoles es producir, cuanto antes, un cambio en La Moncloa que permita recuperar la dignidad de España y el relevante papel que España puede y debiera jugar en esta hora internacionalmente tan crítica, tan importante y tan decisiva.
Al punto al que han llegado las cosas, nacional e internacionalmente, las elecciones generales anticipadas debieran ser una exigencia inaplazable, y si los políticos no son capaces de vencer el aferramiento de ese político inverosímil a La Moncloa, cada vez más parecido a la enloquecida y fanática decisión con que, la mano agarrotada sobre el timón, el capitán del Titanic condujo la gran nave al choque fatal con el iceberg, algo deberá hacer la ciudadanía para poner término a esta pesadilla.
Rodríguez Zapatero ya no es sólo “el” problema de esta hora de España, sino que lleva camino de convertirse en un problema grave para lo más importante, que es la civilización occidental y el sistema de plenitud de libertades que es inherente a la misma.