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Escobas y bombarderos

jueves 03 de marzo de 2011, 00:28h

Barricadas, piedras en el aire, pancartas en inglés, tiroteos de madrugada, edificios oficiales ardiendo, gente abrazando a soldados, jóvenes ensangrentados en medio de las revueltas. Todo tan real, la lente no espera a que el pan salga del horno; está dentro del fuego que cuece. Revolución es una palabra que sonaba a antigüedad, que olía al humo de las viejas antorchas y remembraba el coraje de los tatarabuelos. Quién habría de apostar que a principios del siglo XXI el mundo iba a presenciar revoluciones con mayúscula en el mundo árabe. Y que éstas iban a ser emitidas en directo, para no tener que imaginarse los rostros y la vestimenta de la gente que se impuso en las calles, sino para conservarlos en la memoria electrónica de cámaras y teléfonos personales.

 

La historia inunda ahora los ojos con abundantes imágenes enviadas desde aquella parte del mundo. Mujeres con pañoletas y el puño en alto en Túnez, hombres que dormían en escampados de la Plaza Tahrir de El Cairo recobrando fuerzas antes de continuar las protestas, niños que han sido baleados por mercenarios contratados para contener las protestas en Libia. Transmisiones en directo que han incidido en la expansión de las revueltas a otros estados. En todo ese material sorprenden dos hechos muy particulares y contrapuestos pero que denotan, uno las esperanzas, y el otro las crueldades de esa tormenta sin final cercano. En el primero, los egipcios barren la Plaza Tahrir después de que Mubarak fuera obligado a dejar el poder. En el segundo, aparece uno de los aviones de combate que Gadafi ha enviado para bombardear a los que protestan en su contra.

 

Un día después de que triunfaran los manifestantes, la gente salió a barrer la Plaza Tahrir, el centro de la revolución en Egipto. Levantaban los autos incendiados, quitaban tablas y pedazos de latón que días antes fungieron de protección contra las piedras y las bombas molotov. Madres e hijas, jóvenes y viejos amontonaban los escombros con escobas que traían de sus casas. Apilaban bolsas de basura que a veces se rompían por el peso. Hasta la estatua principal de la plaza fue limpiada. ‘Clean Egypt if you love Egypt’, tenía escrito un joven en su espalda.

 

En otra parte de la región, en medio de la desesperación, Gadafi y sus militares cercanos quieren mostrar su inteligencia a la hora de contener las manifestaciones en su contra. Libia es una dictadura diferente. Libia no es Túnez ni Egipto, emanarán ríos de sangre y el país caerá en una guerra civil, dice uno de los hijos del que se hace llamar, paradójicamente, líder de la revolución Libia. Y he aquí esa imagen de un avión de combate libio, de un acorazado de acero, que acababa de aterrizar en Malta después de que su piloto desobedeciera la orden que había recibido de bombardear a los manifestantes. Aviones de guerra contra piedras. Así es como se aplaca el posible triunfo de una revolución, matando a diestra y siniestra, para que el resto de dictadores que aún quedan en el mundo tomen nota y emulen. Los ciudadanos libios también envían imágenes reales de lo que está ocurriendo, a pesar de las restricciones que existen a la comunicación.

 

La lente sigue captando mientras el iris se engorda con todos estos acontecimientos que se viven en directo. Aquellos que aseaban, recogían escombros, fregaban paredes y lustraban estatuas en El Cairo sabían que seguían siendo observados por el mundo. La familia Gadafi, que ahora se atrinchera en Trípoli, supone que el mundo no observa el calibre de la represión que están llevando a cabo, nada más lejano de la realidad visual del mundo actual.

 

Existen a veces entre los seres humanos actos cercanos, actos que evocan la textura del cuidado. El acto de barrer, de limpiar, de recoger la mugre que uno ha generado es una acción sencilla y básica de civilización. Y existen otros tan desproporcionados, como ordenar bombardear a manifestantes que exigen el final de un régimen, que sólo pueden aludir a la barbarie y la locura.

 

Las revoluciones no se caracterizan por el sosiego aunque al final se puedan ver rostros cargados de alegría. Contrario a lo que se pueda desear, dejan huellas de sangre y turbulencias que se extienden durante largos períodos. Sin embargo, también cada una deja ejemplos singulares al lado de los macabros. Tal vez la de Egipto sea la única donde los protagonistas han salido a barrer las calles después de la victoria.

 

Una imagen que renueva la historia borrosa de las viejas revoluciones. Un testimonio visual que se puede reenviar.

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