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Una bola sin cristal

Una bola sin cristal

martes 08 de marzo de 2011, 14:10h

La política norteamericana ante los acontecimientos del mundo islámico hace pensar en un gobierno que trata de entender la realidad mirado una bola a la que le han quitado el cristal: los titubeos de la Casa Blanca parecen ser más bien producto de la desorientación y el desacuerdo entre los responsables de la política exterior que de la moderación que profesan seguir ante asuntos internos de otros países.

El casi silencio ante la crisis tunecina sorprendió poco porque las cosas llegaron a una solución rápida y el presidente Obama podía presentarlo como moderación y no injerencia. En el caso egipcio, el zigzagueo fue ya más evidente, pero los acontecimientos impulsaron a Obama por una calle de sentido único.

A medida que la fronda se ha ido extendiendo, la posición de la Casa Blanca se ha ido volviendo más y más difícil: la resistencia de Gadafi a renunciar al poder cuando perdió el apoyo de las tribus que le hizo posible convertirse en presidente de Libia plantea interrogantes de respuesta tan difícil como las protestas en Bahrein, las luchas en Yemen y las amenazas para la casa de Saud, el aliado que controla la espita del mayor flujo de petróleo del mundo.

Es comprensible que a Washington le preocupe que elementos radicales islámicos tomen el control en Libia o en Egipto, pero no deja de ser irónico que sus inquietudes coincidan con la advertencia hecha por nadie menos que el propio Gadafi en su discurso de hace algunos días, de que sus enemigos están dirigidos por Al Qaeda.

Por incongruente que fuese la perorata de Gadafi, quien metió en la misma conspiración para derrocarle y quedarse con el petróleo tanto a Washington como a Al Qaeda, en los pasillos de los ministerios norteamericanos coinciden con él en la amenaza que Al Qaeda representa y para ello se basan en el hecho de que muchos de sus militantes sean precisamente de origen libio.

Fue la propia secretaria de Estado Hillary Clinton quien dio la voz de alerta al Congreso, al decir que "la peor de las posibilidades" de la crisis libia sería una toma de poder de elementos afines a Al Qaeda al frente de un país "fallido" como la Somalia de hoy, aunque Hillary añadió que no hay evidencia y ni siquiera indicación alguna de que las cosas se orientan en este sentido.

Desde entonces, el fervor antiGadafi parece haberse enfriado un tanto, igual que las llamadas a un bloqueo aéreo. Aquí, como en la crisis de Honduras el año pasado, cuando Hillary pedía negociaciones mientras Obama fulminaba al gobierno hondureño, parece haber una división de opiniones entre la Casa Blanca y Exteriores que, en este caso, parece saldarse en favor de la señora Clinton.

Para esta victoria ha tenido la ayuda de su colega en el Pentágono Robert Gates quien, a diferencia de su predecesor Donald Rumsfeld, prefiere que las relaciones exteriores estén a cargo de los diplomáticos que de los soldados. En una audiencia en el Congreso, Gates se mostró reacio a cualquier acción militar y desengañó a quienes creían que impedir los vuelos de aviones libios sería inocuo: la primera condición para aplicar este bloqueo es destruir las defensas antiaéreas libias, algo que obligaría a bombardear sus posiciones.

Hay además otros elementos que influyen en la Casa Blanca y algunos vienen de fuera del país,: los enviados de las monarquías árabes. Bahrein o Arabia Saudita tratan de convencer a Washington de que no pueden exigir un cambio radical abandonar a sus aliados y poner en peligro la estabilidad en el Medio Oriente y los propios intereses norteamericanos.

Estos mensajeros encuentran oídos abiertos y sin duda influyen en la visión de la Casa Blanca que, incluso según diplomáticos republicanos, está haciendo lo mejor posible ante una situación revolucionaria tan difícil entender como prever: Si cuesta entender una situación sin precedentes en un mundo que se declara opuesto a la cultura occidental pero que utiliza los elementos técnicos occidentales como el Facebook o el Twitter para comunicarse, prever lo que ocurrirá en unas sociedades tan diversas es una adivinanza.

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