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Mundo árabe: transiciones inevitables pero no garantizadas de antemano

Mundo árabe: transiciones inevitables pero no garantizadas de antemano

miércoles 09 de marzo de 2011, 21:06h

Las manifestaciones de protesta y repulsa contra los regímenes árabes que siguieron a la inmolación del ciudadano tunecino Mohamed Bu Azizi el 17 de Diciembre de 2010 han perdido parte de su impulso inicial o al menos parte del interés de la prensa occidental. Solo la tozudez y la violencia del clan de los Gaddafi en Libia mantiene vivo el sentimiento de que algo importante puede haberse puesto en marcha en el mundo árabe y recuerda que lo sucedido en Túnez y Egipto puede que no conduzca a auténticas transiciones, pero puede que a la vez sea la última oportunidad y la única alternativa de los regímenes a la revolución violenta y al terrorismo.

En Túnez y en Egipto las manifestaciones lograron que los Presidentes, Zine el A. Ben Ali y Mohammed Hosni Mubarak dejaran el poder, pero ambos pudieron marcharse con un considerable patrimonio personal prueba de la rentabilidad del ejercicio prolongado del poder autoritario, 24 años en el caso de  Ben Alí y 30 en el de Mubarak. Tiempo suficiente para acaparar una parte de la renta nacional y, paradójicamente, para intentar convertir en hereditario un poder que en régimen republicano, por definición, no lo es.

Mientras las monarquías ejecutivas jordana y marroquí adoptaban en las últimas décadas formas típicamente republicanas o de monarquías constitucionales como parlamentos, elecciones y pequeñas reformas sociales en evolución hacia la democracia, las repúblicas de Egipto, Libia y Siria se decantaban por intentos de permanencia en el poder más típicos de las monarquías, y trataban de constituir sistemas familiares hereditarios.

Después de 30 años en el poder, Mubarak quería ser relevado por su hijo; después de cuarenta y dos años Gaddafi quería ser sucedido por dos de sus hijos. Once años antes en Siria Bachar el Assad sucedía a su padre Hafez  fallecido de un ataque al corazón en junio de  2000 tras 29 años en la presidencia del país. Aunque Bachar ha dulcificado los aspectos formales de la acción de gobierno, las libertades públicas y políticas en Siria siguen limitadas, y sus servicios secretos, antaño comparados por su eficacia con el Mossad israelí, mantienen una reputación bien ganada en un país en donde los regímenes se mantuvieron o cambiaron  por la violencia y los golpes de estado militares y su relaciones con sus vecinos estuvieron marcadas por la capacidad de “esos servicios” de intervenir en ellos.

En España, como en el resto de los países europeos o Estados Unidos, se pretende que estas hasta ahora embrionarias revoluciones han cogido a todos por sorpresa. Esa pretensión, que procede de los gobiernos y de los políticos occidentales, y de la que se hacen eco los medios, no está justificada. Algunas de las revelaciones de Wikileaks demuestran que los diplomáticos norteamericanos no ignoraban las condiciones de vida en los países árabes en que estaban acreditados, ni las corruptelas y malas prácticas de los poderes. Algo parecido puede podría decirse de los informes de las embajadas europeas, éstos afortunadamente no divulgados por ningún Wikileaks, pero de los cuales los periodistas que trabajamos en la información internacional y en el mundo árabe hemos tenido con frecuencia indicios por nuestras relaciones personales con los diplomáticos. La sorpresa puede estar solo en que ni el gobierno de Estados Unidos ni los de Europa sacaron las conclusiones a que esos informes invitaban.

Aparte de las diplomacias, los opositores o los intelectuales árabes, en especial los de los países más cercanos a España del norte de África, han publicado en las dos últimas dos décadas unos trescientos o cuatrocientos libros donde trataron en profundidad de la situación en sus respectivos países. Con una docena de ellos solamente, hubiera sido fácil, para quien los hubiese leído, hacerse una idea de las circunstancias políticas y económicas en que vivían los ciudadanos de los países del sur y eventualmente deducir que en el siglo XXI algunos anacronismos no pueden durar.

Todavía hoy, y cuando los pueblos árabes en Túnez, Egipto, Libia, Bahrain, Yemen, y en menor medida Arabia Saudí y otros emiratos del Golfo, Marruecos, Argelia, y Mauritania, se han manifestado o intentan manifestarse, algunos gobiernos occidentales y con ellos los medios de comunicación, pretenden que ciertos países de su preferencia están más o menos al abrigo de revoluciones y que el respeto de los derechos humanos, los estados de derecho, el sinceramiento de los procesos electorales, las reformas constitucionales, etc, les evitarán males mayores. El estatuto de la mujer, probablemente el aspecto más difícil de cambiar en el mundo árabe, es objeto en algunos países árabes de una importante evolución tranquila y silenciosa que no reflejan los estereotipos con que los europeos seguimos tratando la vida cotidiana y las tradiciones de los árabes. Constituye no obstante, un indicio de que algunos cambios importantes pueden ser introducidos de forma relativamente pacífica.

Por supuesto que todas las reformas estarán muy bien, pero las reformas mencionadas, esencialmente políticas, satisfarán sobre todo a las aspiraciones legítimas de la intelectualidad democrática, de las clases medias que han surgido en las dos últimas décadas, de la clase empresarial moderna, joven y dinámica que existe sin duda en países como Marruecos y Túnez. Apaciguarán también a los periodistas y a los medios de comunicación que a dos meses de la celebración del día mundial de la libertad de prensa en mayo aún tienen muchas reivindicaciones que defender. Pero nada de ello bastará si la transición no sirve para mejorar las condiciones de vida de la inmensa mayoría de los ciudadanos en la ciudad y en el campo, para que crezca el empleo y se creen empresas productivas, o para que la riqueza creada sea repartida más equitativamente.

Ahora conviene preguntarse qué deparara el futuro inmediato en el que nada está garantizado de antemano. La importancia que la prensa ha atribuido a las redes sociales como factores de movilización es pura ilusión y una vez más su uso solo concierne a las clases educadas e intelectuales.  Otra ilusión es creer que el mundo árabe puede ser tratado como un todo homogéneo, que un resfriado en Túnez ha de tener necesariamente repercusiones en Arabia Saudita o en el Golfo, o que el ejemplo de tesón y dignidad mostrado por los egipcios en la Midan At Taharir del Cairo es extrapolable a otros países. Los cambios posibles serán consecuencia de cada historia y de cada situación por separado.

Por el momento la confianza de que los regímenes se reformarán están depositadas, al menos por Europa, en los regímenes mismos. Es interés de Europa que las transiciones tengan lugar ordenadamente; ese es probablemente también el interés de los países árabes estrechamente vinculados a la economía global y en particular a Europa. Cualquier inestabilidad está llamada a tener consecuencias sobre todos. Ayudar a que esas transiciones sean pacíficas pero al mismo tiempo transiciones de verdad, puede tal vez ser la mejor contribución de Europa a la evolución de unos países vecinos con los cuales existe una interdependencia estratégica.

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