Peces de colores
martes 05 de abril de 2011, 13:55h
Arrojar al mar toneladas de agua radiactiva puede ser una solución de urgencia para un problema puntual pero ese parche se convierte acto seguido en un gran problema para el resto de la humanidad ajena a los avatares de una central nuclear mal gestionada. A los responsables de Tepco habrá que buscarles un infierno aparte en el que purguen la calamidad de una central que sufrió los efectos del tsunami y que no fue capaz de moderar las consecuencias del mismo según denuncian los expertos en energía internacional. De momento van once mil quinientas toneladas de agua contaminada arrojadas al mar.
No hace falta ser un fiel seguidor del llamado "efecto mariposa" para darse cuenta de que la fuga va a recorrer todos los océanos del mundo afectando especialmente a sus habitantes. Por culpa de Fukushima vamos a conocer a los verdaderos peces de colores que no son precisamente los que habitan en las profundidades si no los lenguados y atunes que van a destacar por su brillo tóxico. Hay una contaminación de partículas que se transmiten por el aire y otra parecida que navega en silencio entre corales y peces.
Con el mar hemos cometido incesantes tropelías que van desde arrojar envases de plástico a tenerlo por un sumidero enorme de aguas fecales de pueblos y ciudades. La instalación de depuradoras es muy reciente, y sólo en el llamado primer mundo porque en el resto continúan con la política de no hay mejor basurero que un acantilado. Aquello que se vertía al mar se intentó que pasara a categoría de invisible. Nos podemos preguntar cómo una empresa tan importante como la que creó la central de Fukushima no tenía previsto en sus protocolos qué hacer con el agua radioactiva. A nadie se le ocurrió pensar que podrían darse situaciones en las que hicieran falta ingentes cantidades para enfriar el núcleo. Da la impresión de que las nucleares se construyen sólo para días de sol y moscas, idílicos paisajes de postal, pero cuándo la naturaleza muestra su carácter entonces llegan las complicaciones y éstas nunca son asumidas por la empresa.
Se entiende que los residuos sólidos irían a un cementerio nuclear dónde se les daría un final adecuado, pero a nadie se le ocurrió pensar dónde se ponen once mil quinientas toneladas de agua radiactiva. Y, no habiendo una alternativa mejor, se arroja el agua tóxica al mar que no tiene dueño. O mejor dicho, al mar que sí tiene dueño: el de las empresas que lo contaminan sin permiso de nadie. Lástima que los peces no cuenten con una fiscalía que les represente porque la demanda iba a ser histórica.
Detrás del vertido hay toda una cultura de desprecio al medio ambiente que lleva años instalada en no pocas empresas.