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Donantes de óganos

Donantes de óganos

viernes 08 de abril de 2011, 00:54h
Nos encontramos, como les venimos contando, en Ponferrada, donde mañana, sábado, celebraremos la fiesta de la entrega de los "micrófonos de oro". Y ayer, aquí, en la capital de El Bierzo, se inauguró un monumento a los donantes de órganos. No fue una ocurrencia ni un capricho, sino que es algo que responde a una gozosa realidad: aquí, en mi tierra, que es la suya, se han incrementado en un 14,5 por ciento las donaciones de órganos, y en un 24 por ciento los trasplantes. Y este incremento y esta solidaridad y esta generosa abnegación la compartimos con otras ciudades y pueblos de España, de tal modo que nuestro país es líder mundial en donaciones. Cuando un viajero llega a una ciudad desconocida y quiere conocer su salud moral no tiene más que comprobar cómo son tratados los niños y los ancianos. Son indicadores elocuentes del civismo y de la capacidad de convivencia. A estos dos parámetros (los niños y los ancianos) deberíamos añadir la donación de órganos para hacer un retrato-robot de una determinada sociedad. Venimos al mundo involuntariamente, nadie toma la decisión personal de convertirse en efímero habitante de este agitado y hermoso planeta. Pero una vez llegados aquí, y alcanzada la edad de la razón, qué admirable es que se pierda un sentido patrimonial e individualista del propio cuerpo hasta ser capaces de que nuestro corazón pueda seguir latiendo algún día en otro pecho, o de que nuestros ojos se iluminen con otras miradas, o de que nuestra sangre sea río de vida en otros cauces. Es, de algún modo, una forma de perpetuarse, de seguir vivo, de respirar los aires venideros o de prolongarnos generosamente. Cuando España encabeza tantas listas y tantos ránkings que dan verdadero miedo (como el paro, la pobreza, la crisis de la educación o la corrupción política), al menos hay un indicador en el que obtenemos matrícula de honor, y es la donación de órganos. Y del mismo modo que los pesimistas siempre dan en pensar que el desconocido que está a su lado puede ser un maltratador o un "chorizo", debemos imaginarnos que esa persona con la que nos cruzamos en la calle y de la que nada sabemos puede ser un héroe anónimo que ha tenido la generosidad de dejar atado y bien atado que, cuando Dios quiera, sus ojos o sus riñones o su corazón puedan prestar un servicio a quien lo necesite. Hasta por egoísmo, si me apuran, por egoísmo bien entendido, todos deberíamos ser donantes de órganos. Y formar parte de esa legión de buenas gentes cuyo altruismo y cuya grandeza tienen, desde ayer, un monumento en Ponferrada. Y no es un monumento de complacencia o vanidad, sino que es un reconocimiento público, una llama de amor viva y un banderín de enganche.
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