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Trocar seis por media docena

Trocar seis por media docena

lunes 25 de abril de 2011, 17:34h
 Una medida muy utilizada en Brasil es la docena, especialmente la media docena, que de hecho suplanta al número seis. Se dice deme “media” de tal cosa, y se sabe que uno está pidiendo seis unidades. Y cuando se dice trocar seis por media docena, el significado es que se está cambiando una cosa por otra que representa exactamente lo mismo. Encuentro equivalencias notables con este concepto cuando escucho que el Gobierno se propone dar fin por decreto a las medidas encumbradas por el Decreto 21060. Ese decreto configuró el modelo económico que aún rige en Bolivia desde su dictación, a mediados de la década de 1980. Con su anulación en el papel, las autoridades acatarían una demanda de los huelguistas mineros, maestros y fabriles que lo acosaron durante casi dos semanas. Lo que no se quiere recordar es que ese decreto estableció normas de comportamiento fiscal y control de la inflación que golpeaba brutalmente a todos los sectores, de modo particular a los que ahora han reclamado su anulación formal. Bolivia, entonces, venía de sufrir uno de los peores procesos inflacionarios de la historia mundial y sólo lo revirtió el frenazo en seco a la emisión de dinero y la consiguiente disciplina en el gasto público. Aquel decreto representó algo sencillo: cuando un enfermo padece de una infección grave que le amenaza la vida, los médicos procuran estabilizarlo y bajarle la fiebre para evitar un desenlace fatal. Nació así el “tratamiento de shock” que puso el piso para el llamado “neoliberalismo”. Con la impresora de dinero clausurada, no era fácil excederse. En los libros puede parecer simple. Pero en una sociedad golpeada, y ahogada por la falta de empleo adecuado (y las limitaciones en la educación), no sólo había que aminorar los efectos del shock, sino evitar agravarlo. Los combustibles son sensibles en toda economía. Bolivia no los tenía en cantidad suficiente (no los tiene y va camino a empeorar), y empezó a importar… a precios internacionales para venderlos a precio menor en el mercado interno. Ahora las importaciones han crecido peligrosamente. El Gobierno del presidente Morales siguió las reglas del 21060 e intentó eliminar el subsidio a los carburantes, que representa para el Estado 500 millones de dólares anuales. Pero manejó mal la decisión. Probablemente había muchos dispuestos a aceptar una elevación de precios de los combustibles, pero gradualmente. Quiso hacerlo “a–la–Paz–Estenssoro”, eliminando ese subsidio de golpe, sin percibir que la población veía en la medida una incongruencia cuando a los cuatro vientos se perifoneaba que nunca la economía boliviana había estado tan robusta. Para el momento del retroceso, la “nivelación” de los precios de los carburantes ya se había hecho sentir en los de la canasta familiar, que no han retrocedido. Eliminar por decreto las medidas estabilizadoras de fines de la década de 1980 es ingresar a un camino incierto. Y creer que la inflación ayuda porque con precios internos más altos el contrabando queda maltrecho es disparar en nuestra propia pierna. Hay algo fatalmente equivocado en esa argumentación. Habrá que ver también si la supresión por decreto del equilibrio fiscal generará inversiones y empleos, dos de los nervios más sensibles de la economía boliviana que están al descubierto y en carne viva. Por eso creo que las nuevas medidas serán media docena, en vez de seis. Periodista Harold Olmos
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