¿Estamos locos o qué?
Y Roma se llenó de fans del beato Juan Pablo II
martes 03 de mayo de 2011, 12:02h
Cualquier persona que haya visitado el Vaticano habrá notado la sensación de grandeza que trasmite. Creencias aparte, con una mínima sensibilidad hacia el arte, uno aprecia la belleza arquitectónica de la Plaza de San Pedro. Mientras uno avanza lentamente por la Via della Conciliazione y pone su mirada en la gran cúpula es imposible no sentir un escalofrío ante la inmensa belleza de la proyección del maestro Bernini. Pero si además uno es creyente y católico, la sensación puede llegar a ser indescriptible.
Y si a todo esto se le une el fervor que arrastró en vida Juan Pablo II y que, seis años después de su muerte, sigue generando, uno puede más que verse sorprendido si acude (como servidora) este fin de semana pasado a Roma y ve que, efectivamente, la fe mueve montañas.
Pero no quiero yo ponerme a contar aquí las bondades del anterior obispo de Roma que fueron muchas, por cierto. Quiero, como periodista, contar lo que vi. Y lo que vi, no sé por qué, no lo veo en la prensa. Vi cientos de miles de personas emocionadas y seguras en su amor hacia ese Papa. Por supuesto y por descontado las monjas y los curas, sólo faltaría, pero me llamó la atención que la mayoría de la gente allí presente fuese tan joven. Cuando leo que los jóvenes cada día creeen menos me pregunto a qué gente se le hacen las encuestas. Supongo que son preguntas con trampa. Imagino que mucha gente dice la manida frase "yo no creo en La Iglesia pero sí creo en Dios" Bueno, pues eso lo importante. Tampoco hace falta ser más papistas que el Papa.
Karol Wojtyla arrastró con su discurso claro, sencillo y sin tapujos. Y era terriblemente conservador. Pero aún así su discurso caló hondo, llegó al corazón de muchas personas. Su especial manera de ser, de hablar, de mirar, conquistó a millones de personas en todo el mundo. Quizás no fue tan importante lo que dijo sino cómo lo dijo, cómo explicó sus puntos de vista. Es cierto que se mostró tajante en sus posturas ante el divorcio, la sexualidad y muy especialmente condenó profundamente el aborto. Pero también fue un papa con un mensaje social profundo. Condenó expresamente el comunismo y el capitalismo, no se quedó callado ante los excesos de los ricos frente a los pobres y, sobre todo, animó a la gente joven (su favorita) a no tener miedo a expresar libremente su fe en Dios.
La Iglesia tiene una ardua tarea por delante, muy especialmente tiene que pronunciarse más enérgicamente contra los escándalos de la pederastia y denunciar ante las autoridades civiles a quienes cometen semejantes aberraciones. Y han de hacerlo con la misma energía que condenan el aborto. Es inadmisible predicar sin dar ejemplo. Sobre todo ha de hacerse esto porque las faltas de una minoría no puede tirar al traste el trabajo silencioso de tantos y tantos religiosos y religiosas en todo el mundo que siguen con verdadera devoción el mensaje de Jesuscristo. Y, desde luego, para seguir teniendo adeptos como los tiene el ya beato Juan Pablo II hace falta mucho más trabajo.
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