Llegó la hora de la verdad

Se acabó el pastel. Tras quince días (¿o han sido quince meses?) de tediosa campaña electoral, llega la hora de la verdad. Hoy, jornada de reflexión, algo que nunca he entendido porque, la verdad, yo creo que todos lo tenemos más que reflexionado y hace tiempo que hemos decidido nuestro voto para tal o cual fuerza política, pero en fin, cumplamos la legalidad establecida y evitemos cualquier indicación partidista que ya no viene a cuento. Y lo digo por todos, incluso por aquellos "indignados" que se saltan a la torera la ley sin que nadie se atreva a hacérsela cumplir. Yo también estoy "indignado" con muchos políticos y banqueros y no por ello dejo de pagar mi hipoteca ni de hacer la declaración de la renta, aunque, a decir verdad, esa debería de ser una de las principales reivindicaciones de los acampados en las plazas de media España cuando piden verdadera democracia. Si tanto los bancos como los políticos se gastan nuestros dineros en coches oficiales y en sueldos, en viajes y en comidas, digo yo que deberíamos pedirles cuentas y exigirles responsabilidades para que lo emplearan en algo más provechoso, sobre todo cuando nuestro futuro y el de nuestros hijos depende en buena medida de lo que ellos hagan con nuestros euros recaudados por la Hacienda pública. En fin, que tras este sábado primaveral de primeras comuniones y acampadas asamblearias, nos enfrentaremos, por fin, con esa urna que tanto ansiamos para elegir a nuestros ayuntamientos y, en buena parte de España, también a sus parlamentos autonómicos. Lo único bueno que tienen las elecciones del domingo es que, al menos en buena parte del territorio español, y más concretamente en Andalucía, en los pueblos de menos de diez mil habitantes, que son la gran mayoría, solemos conocer de sobra a los candidatos. Y no hablo ya de conocerlos de cara por los carteles electorales, sino de maneras, de forma de ser, de talante, de educación, de personalidad y hasta de familia. Al margen de las siglas políticas a las que representen, José Pérez, candidato a alcalde de, pongamos por ejemplo, un pueblos de tres mil habitantes perdido en Sierra Morena, no es para sus vecinos sino Pepito, el hijo de María y Paco, apodados los alpargateros porque su bisabuelo se dedicaba a tan noble oficio artesano. Y a ese Pepito lo hemos visto crecer y hacerse un hombre, nuestros hijos han jugado con él al escondite o al trompo, y conocemos de sobra si es buena o mala persona, si tiene la suficiente personalidad y si es capaz de gobernar nuestro ayuntamiento por encima de los dictados, muchas veces dictatoriales, del partido por el que se presenta. Y ese conocimiento cercano no es nimio. Eso, en unas generales en unas autonómcas y no digamos ya en unas elecciones europeas, es algo impensable. Por todo ello creo que estas elecciones municipales son la verdadera esencia de la democracia, los únicos comicios en los que las personas están por encima del sistema. Aprovechémoslo y, aunque solo sea por una vez cada cuatro años, no nos dejemos llevar por simpatías o antipatías partidistas. Bueno, y si viven en una gran ciudad en la que nunca han cruzado una palabra con cualquiera de los candidatos que se presentan, aproveche el día de hoy para reflexionar, para repasar algún discurso y promesa y para saldar cuentas con quienes usted cree que han dilapidado su confianza depositada hace cuatro años en la urna. Es la única posibilidad de venganza que le queda y sepa que no la volverá a tener hasta dentro de otros cuatro años. Si, a pesar de todo, no lo tiene claro, vote en conciencia al partido que mejor crea que defiende sus intereses. De momento no nos queda otro remedio. A lo mejor, los acampados en Sol o en las Setas, logran cambiar el sistema y tenemos distintas posibilidades en próximas elecciones. Y no olvide que mañana, pese a todo y pase lo que pase, puede ser un gran día. - Lea también: Los manifestantes acampados en Sol no duermen y aprovechan para reflexionar Así es por dentro la acampada de Sol: Diariocrítico, en la concentración