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Rubalcaba tampoco

Rubalcaba tampoco

lunes 27 de junio de 2011, 12:17h
Rubalcaba tampoco ha entendido nada. Ahora, forzado a hablar, a gesticular y hasta a actuar (ha de remontar posiciones en plena subida a un 'col' de primera categoría), entra en el Club de la Inopia. El mismo club donde hace tiempo toman su té los Puig (éste habla surgido del 'Ancien Régime', interprétese lo de Régimen como se quiera), los Rajoy (éste calla, posiblemente por no tener nada que decir), y otros que tal bailan. Dice Rubalcaba que "ahora que el petróleo ha bajado de precio, ya podemos ir a 120 km/h". ¡Pues vaya! Si como parece (La Vanguardia 25.06.2011) en los meses (4) de aplicación de la medida se han ahorrado 450 millones de euros, en los meses que faltan para finalizar el año, y aun considerando la bajada en el precio del barril (más para las petroleras que para el consumidor), se podrían ahorrar otros 500 millones. ¿Es que ya no hacen falta? Al parecer, se trata de calderilla para el señor Rubalcaba (y la señora Salgado y la Generalitat…) Pero es que, a mi entender, el tema va más allá del ahorro; tiene que ver con el cambio de modelo social (¡ahí es 'ná'!). El ahorro no debiera ser visto como un castigo a nuestros anteriores desvaríos, como una necesidad del momento, sino como un baremo de equilibrio entre las necesidades y los haberes. Pero no: ¡Corred, corred malditos! ¿Precisamente ahora que vienen vacaciones? ¿Cuándo la gente debería ir más relajada? ¿Cuándo hay más circulación por el turismo y por lo tanto más peligro? Quizá se piense que estoy obsesionado con la pasividad, con la lentitud. No es así. La gente ganará escasos minutos en sus desplazamientos. Sería mucho más eficaz para la puntualidad que los trenes funcionaran a su hora, por decir un ejemplo cotidianamente lacerante. No, en el comportamiento diario del usuario no hay justificación posible para renunciar al ahorro. ¿Entonces? Entonces viene el consumo. ¿Quién está interesado en aumentar la velocidad? No será el señor Boi Ruiz, que ya tiene las urgencias recortadas, saturadas y sin comida. ¿Los fabricantes de coches? Estos sí; aludiendo a sus esfuerzos por reducir consumos (un argumento de venta válido y complementario al esfuerzo gubernamental que ahora se retira), lo que buscan es vender más unidades. O sea, más de lo mismo. ¿Nadie se ha planteado la necesidad de ajustar la producción a la demanda? (¿se habrá despedido al que previó las ventas de los últimos años, en una cifra que ha servido para producir stocks invendibles?). Ya que los tenemos, hay que venderlos. Y luego producir más para vender más, y así hasta el infinito. Hace más de un siglo, un sabio dijo: "Mientras el fabricante tiene crédito, da rienda suelta a su pasión por el trabajo, pide préstamos y más préstamos para suministrar materias primas a sus obreros. Manda producir sin pensar en que el mercado se satura y que, aunque las mercancías puedan no llegar a venderse, sus deudas llegarán al vencimiento". Podría ser firmado hoy por cualquier columnista de pro. El sistema está saturado. Y sólo un cambio en el ritmo de vida y en las escalas de valores, dónde la prisa y la agresividad no sean premiadas socialmente y el ahorro sea la base de las economías, podrán alumbrar una luz al final del túnel. Claro que entonces se vendería menos. De acuerdo, pero menos de lo superfluo, como superfluo es correr a diez kilómetros más por hora. Y, en paralelo, quizá se vendería más de lo necesario. O no. El ahorro no es una cifra en un balance, el ahorro es expresión de una forma de ser, de un modo de vida. Pero el cambio necesario precisa de una altura y longitud de miras que hoy por hoy no parecen tener los que gobiernan. El Estado da palos de ciego, la oposición ni un palo al agua, y el Govern palos a deshora. Y ante tanto palo, nuestros lomos lacerados no pueden ya con tanta improvisación y tanta mediocridad. El mismo sabio de antes, también dijo: "el gran problema de la producción capitalista ya no es encontrar productores y multiplicar sus esfuerzos, sino encontrar consumidores, excitar sus apetitos y crear necesidades ficticias". Claro que quien dijo esto no era alguien políticamente correcto, así que difícilmente los del Club de la Inopia le habrán leído. Se llamaba Paul Lafargue y lo citado anteriormente apareció en el libro El derecho a la pereza (escrito en prisión, en 1883). Con este título, ¡ya me dirán! Sólo a un 'pirado' se le podía ocurrir la idea de ajustar la producción, el trabajo, los servicios, el consumo y tantos y tantos factores que constituyen el modo de vida, a la realidad de cada sociedad, y no al revés. Tendremos que caer aún mucho más bajo, sufrir mucho más, para que alguien, quizá también desde la cárcel, se pregunte: "¿y si lo hubiéramos hecho de otra manera?" Dudo que sea ninguno de los citados al principio. ¡Lástima!
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