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Interinidad tóxica

Interinidad tóxica

lunes 27 de junio de 2011, 18:24h
Lo primero que el aún presidente Zapatero debiera plantearse en su último  debate sobre el Estado de la Nación es si conviene al Estado de dicha nación, llamada España, la situación de interinidad a que la tiene tercamente sometida. Sean ocho o cuatro meses de cuestionado mandato, los plazos son tan breves y la previsión de derrota tan clara que nadie ni en el interior ni en el extranjero puede confiar en la eficacia de ninguna medida que pueda tomar una administración en fin de etapa. Toda medida para dar frutos coherentes en plazos razonables tiene que estar avalada por un gobierno con respaldo electoral reciente y con un plazo de gestión largo. El único sacrificio patriótico sería dar por concluida la interinidad presidencial. Por si fuera poca la interinidad provocada por el calendario normalmente previsible, los resultados de las últimas elecciones territoriales vaticinan una derrota que debilita todavía más la capacidad de maniobra de un gobierno socialista. El propio gobierno ha introducido un especial factor interno de provisionalidad al promover como candidato a la sucesión indiscutible a un ministro del Interior que, como él mismo ha manifestado, no podrá actuar a la vez como organizador administrativo de las elecciones y como candidato. Con esto anticipa la necesidad de una crisis previa, ya que la sustitución del titular de un departamento políticamente tan importante supone siempre un cambio de envergadura. La interinidad del actual ministro del Interior es tóxica de por sí y ya se refleja en su pasividad para mantener el orden público con coste de su popularidad electoral.  Los privilegios policiales a movilizaciones minoritarias, anticonstitucionales y extra parlamentarias o la resignación ante las provocaciones ilegales de los enemigos del Estado instalados en algunas instituciones vascas son una prueba de su actual autolimitación. Rubalcaba no es capaz tan siquiera de garantizar ni el derecho del candidato Alfredo a desarrollar sin impedimentos su propia precampaña. No es un ministro de policía prudente sino impotente. La interinidad tóxica contamina a órganos institucionales, como el Tribunal Constitucional, a las entidades financieras y a las expectativas empresariales. Tampoco los partidos reaccionan conforme a sus querencias naturales sino que fluctúan intentando interpretar el deseo de cambio de sus electores, como vemos en Extremadura o en Asturias, por ejemplo. El ambiente de interinidad no beneficia a nadie, ni al Gobierno, ni a la oposición, ni a España, ni a Europa. Es una situación maligna de la que se debiera salir lo antes posible, le guste o no a Zapatero, antes de que esta procesión de las angustias termine como el rosario de la aurora. El Estado de la Nación es  de una provisionalidad insostenible en una coyuntura crítica.
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