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Palacio quemado, novela quemada

Palacio quemado, novela quemada

martes 03 de julio de 2007, 17:14h

Si no fuera porque el hermano del autor dice que ésta es “una de las más maravillosas novelas” y porque la califica como “una espléndida obra”, casi no valdría la pena escribir sobre ella. En realidad el libro es todo lo contrario y calificativos tan desmedidos como esos, publicados en el semanario La Época, son más bien una provocación. Pero el principal defecto de Palacio Quemado, de Edmundo Paz Soldán, no es que esté escrita pedestremente y que parezca un reporte superficial de los sucesos ocurridos en el país en los últimos años —como redactaría un sociólogo un informe para un organismo internacional—. No. Su principal problema es su particular visión de esos sucesos. Que esta novela sea mediocre, lenta y falta de brillo vaya y pase, pero que ofrezca una poco disimulada defensa del régimen de Gonzalo Sánchez de Lozada es ya bastante diferente.

Por supuesto que no se debe confundir las ideas del personaje de una obra con las del novelista. Sin embargo, en este libro, que tiene un relato tan apegado a la realidad —figuran la victoria de Sánchez de Lozada en 2002, la alianza entre el MNR y el MIR, los sucesos de febrero, la llegada al poder de NFR, el levantamiento de octubre—, es imposible negar que la mirada del personaje de Paz Soldán —Mario— es su propia mirada. Es justamente Paz Soldán quien señala que “América Latina no tiene historiadores, pero afortunadamente tiene novelistas”. O sea que él se coloca a sí mismo en el rol de narrar los sucesos que rodearon a la caída de Sánchez de Lozada.

Las apreciaciones generales de la historia reciente del país que aparecen en el libro corresponden a las interpretaciones del autor. Paz Soldán nos da una visión ligera, superficial y descremada de los trágicos acontecimientos sucedidos entre 2002 y 2003. En el relato no hay rastros de corrupción, la alianza entre el MIR y el MNR fue aceptable, la llegada de NFR a la alianza no era criticable, la represión no fue en realidad tal, el rechazo de la ciudadanía al Gobierno era manipulado, la muerte de 60 alteños no significó. La historia está tan desprovista de emoción, de fuerza, de dramatismo, que parece estar destinada a lavar la cara de quienes gobernaron en esa etapa. Sánchez Berzaín no es un político que chantajea y reprime, sino que gobierna con disciplina; Sánchez de Lozada no es un presidente ajeno a los problemas del país, sino ingenuo y utópico. Etc.

Mario, el personaje principal, que redacta los discursos de Sánchez de Lozada, tiene muchas coincidencias con el autor: se dedica a escribir, nació en 1967, es oriundo de Cochabamba, pertenece a una familia tradicional, es sobrino de un antiguo redactor de discursos. O sea que se puede decir que Paz Soldán es Mario. Y Mario (Paz Soldán) toma partido en infinidad de aspectos. Veamos: en el libro Carlos Mesa es un intelectual preocupado por decorar el Palacio mientras Sánchez Berzaín “nos da la sensación de protección”. Dejemos a Paz Soldán decirlo con sus propias palabras: “Palacio Quemado puede no ser lo que verdaderamente ocurrió en el Gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada, pero ése es el reto, el que al leer la novela uno pueda decir: ‘Esto pudo haber sido así’”.

Si una persona en el mundo ha debido sentir alegría —o por lo menos tranquilidad— al leer esta novela, ése es Gonzalo Sánchez de Lozada.

Extractado de la edición de La Prensa (01/07/2007)

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