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Marruecos, tan cerca y tan lejos

martes 05 de julio de 2011, 08:31h
    Marruecos ha cerrado en falso lo que se ha dado en llamar “la primavera de Rabat”. El rey Mohamed VI, que es un monarca teocrático y totalitario, ha hecho una simulación de reforma constitucional para adaptarse a los nuevos tiempos y temeroso de las revoluciones  contra el fundamentalismo que han surgido en el mundo árabe. Pero, tal como ocurrió en los referéndums franquistas, para legitimar aquella dictadura maquillada, ni las coacciones ni la alta participación ni el masivo y sospechoso triunfo del sí  (un 98 por ciento de los votos en la consulta de nuestro vecino del sur) son suficientes para que los marroquíes con ansias de libertad y de democracia se hayan tragado el engaño. Fue la del pasado viernes una consulta de ficción, con las cartas marcadas, y bajo el lema de “cambiarlo todo (en apariencia) para que nada cambie (en realidad)”.      Con leves matices, las cosas en Marruecos siguen como estaban, y la oposición mantiene que “se ha perdido una oportunidad histórica” de dar un paso hacia adelante y de incorporar al país en la dinámica de las democracias occidentales.       Como recordarán, entre los días 4 y 9 del pasado mayo, el Rey Don Juan Carlos visitó Marruecos, concretamente la ciudad de Marrakech, y ha transcendido que el motivo del viaje fue asesorar al monarca alauita sobre una posible transición democrática, guiándose por el modelo español. No lo hizo Don Juan Carlos por iniciativa propia, sino a petición de su homólogo marroquí, a quien la cercanía del Rey de España le venía bien para “lavar” su imagen, y era una garantía de credibilidad. Pero nada salió como era deseable: ni Rabat es Madrid, ni Mohamed VI es Don Juan Carlos, ni el modelo al que aspira Marruecos (que se enmarca en las falsas apariencias y en el mantenimiento de los privilegios reales) tiene algo que ver con la sinceridad con que se llevó a cabo la Transición española: a tumba abierta, corriendo riesgos, enfrentándose a los poderes de la caverna del franquismo, legalizando al Partido Comunista, jugándoselo todo limpiamente, apostando a pecho descubierto por una España de todos los españoles. ¿Es equiparable esa colosal aventura a los juegos malabares de Mohamed VI para presentarse ante su pueblo como un reformista, y para convencer a sus principales aliados (Estados Unidos y Francia, entre otros) de que a Marruecos le ha llegado la hora de la libertad?     Se dice muchas veces que España y Marruecos, por la cercanía geográfica y por las vinculaciones históricas y culturales, están condenados a entenderse. Pero los desencuentros son numerosos y clamorosos: reclamación de Ceuta, Melilla y Canarias, mezquindades en la política pesquera, chantaje con las migraciones ilegales, y ello sin ir a los tiempos del chantaje de la Marcha Verde o de la “ópera bufa” del islote de Perejil.     En fin, que si Mohamed VI hubiese hecho caso de verdad a Don Juan Carlos, Marruecos hubiese dado el paso adelante que, por desgracia, su monarca no se atrevió a promover. > Escuche las columnas de Luis el Olmo en vídeo:
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