Remató el debate sobre el estado de la Nación y con él, en la práctica, el curso político. Para los del Partido Popular, José Luis Rodríguez Zapatero ni ha enseñado las actas (¿qué actas?) de sus reuniones con ETA ni ha tomado el camino de La Zarzuela para comunicar a S.M. el Rey la disolución del Parlamento y la convocatoria de nuevas elecciones generales. Al líder del primer partido de la oposición le toca pechar con esta contrariedad.
Porque, en el duelo de réplicas, contrarréplicas y dúplicas de la tarde del pasado martes, Rajoy se lo acabó jugando todo a una sola carta: las dichosas actas. Incluso antes, sus voceros, hablaron de la discretísima Fundación Henri Dunant de Laussane (Suiza), custodia de las mismas. Era el clavo ardiendo al que agarrarse. El argumento supremo suministrado por su consejero áulico, Pedro Arriola, el que fuera consejero de cabecera de José María Aznar. Esta vez, Rajoy tendrá que esperar, como mínimo ocho meses, posiblemente años, para emprender el camino de La Moncloa, su Meca ansiada.
Esta mañana, el Congreso de los Diputados, por mayoría, rechazó que el Gobierno hiciese públicas las actas (¿qué actas?) de los encuentros mantenidos entre sus representantes y los de la banda terrorista. No cabe decir que se impuso el sentido común, pero sí el mínimo de sensatez deseable en una clase política que, colectivamente, deja –por sus escasas ganas de asistencia a plenos tan importantes como estos—bastante perplejos a los ciudadanos, como ocurrió ayer a las nueves de la mañana. La mayor parte de Sus Señorías se hicieron los remolones, cuando, en verano, son millones los ciudadanos que –mileuristas incluidos—están trabajando desde una hora antes.
Mariano Rajoy no dio la talla al empecinarse en las dichosas actas (¿qué actas?). Naturalmente, estaba en su derecho en elegir su propia modalidad de fracaso. Hizo una enmienda a la totalidad y no se presentó, ni él ni su partido, como la deseable alternativa de gobierno. ¿Mala fe o táctica electoral? Vaya el ciudadano a saber, porque el de Pontevedra no anda para nada sobrado –es de general conocimiento de que se trata de una buena persona—de la primera y, en cuanto a la segunda, como que tampoco es lo suyo.
Este error de Rajoy nos hace augurar, desde hoy mismo, una precampaña (¿por qué le llamamos pre-campaña?) bronca y de muy mala leche. Tanto el PSOE como el PP van a acabar abriendo. Si no lo han hecho ya, sus perreras y todo va a ser una sucesión de ladridos y tarascadas de doberman.
Será, en marzo de 2008, cuando, tras el recuento de las urnas, alguien, entre los destellos de las cámaras, emprenda el camino de La Zarzuela. Es la fase previa para, luego, observadas lasa formalidades de rigor, irse caminito de La Moncloa. Y, sinceramente, no creo que Rodríguez Zapatero tenga necesidad de hacer este recorrido a la inversa.