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El voto de 'la gente'

El voto de "la gente"

martes 23 de agosto de 2011, 05:47h
Hace un cuarto de siglo, el autor –que desarrollaba en aquél tiempo una intensa actividad política- fue candidato a gobernador del partido entonces oficialista en su provincia natal. Fue derrotado por poco más de tres puntos. En las forzosas reflexiones que siguieron las semanas siguientes al comicio tratando de pasar en limpio las motivaciones de los ciudadanos para votar, tomó más conciencia que nunca de la compleja composición de los agregados electorales y la imposibilidad de generalizar causas como “únicas” o “reales”. Toda elección es una suma de aciertos y errores, tanto de diseño como de ejecución de las campañas. En nuestro caso de entonces, dos personas de cada cien que hubieran invertido su decisión hubieran cambiado el resultado. “La gente” hubiera elegido otra cosa. Aunque “la gente”, en un análisis extremo, no hubieran sido más que… dos votantes de cada cien. En aquella oportunidad, la incapacidad para superar las heridas del enfrentamiento interno previo debilitó la fuerza propia, impidiendo  la neutralización de la fuerte impronta negativa  provocada por la situación económica del momento –la crisis del Austral- y englobando a Entre Ríos en la debacle nacional del oficialismo en 1987. Provocó que al menos  dos personas de cada cien –“la gente”- pensaran que era mejor cambiar el color político de la gestión. Aunque apenas de "sintonía fina", el error costó el triunfo. La experiencia aconsejó al derrotado de entonces preferir luego conceder internamente en las disputas siguientes, aún frente a situaciones que desde la “lógica del escenario” parecieran injustas. Pero el resultado fue que muy pocos años después esa fuerza política se colocaba en el umbral del gobierno sorteando la crisis del “pacto de Olivos” y en la elección siguiente recuperara la confianza popular al punto de ser nuevamente elegida para gobernar. Volvamos al presente. Cristina obtuvo en esta elección el 50 % -concediendo que no existieran las irregularidades masivas que se están denunciando y su triunfo fuera en buena ley-. Su obsesión era alcanzar el 40. Habría obtenido el 10 % más de apoyo que el esperado. En realidad, diez votantes cada cien. Esto significa que si diez personas de cada cien hubieran opinado diferente, hoy estaría sufriendo por la posibilidad que el segundo –cualquiera de ellos- tuviera el camino virtualmente allanado para disputarle la preciada mayoría en  la segunda vuelta electoral. Estrictamente, son diez votantes de cada cien los que separan hoy al gobierno del mejor posicionado de la oposición, si éste hiciera las cosas bien. La reflexión es similar a la de entonces. ¿Podemos decir que diez personas cada cien son “la gente”, y expresan la masiva mayoría de la población? Indudablemente no. Pero su efecto es definir un rumbo histórico. Determinan la composición del poder para una etapa. Y dejan moralejas. Entre ellas, una muy importante es que “los votos propios no ganan elecciones”. Los que definen el triunfo en los sistemas presidencialistas son los votos sin dueño, los que cambian en cada elección según su percepción de muchos factores, entre los cuales hay dos que son decisivos: la percepción sobre cómo andan las cosas, y la percepción sobre cómo andarían en caso de cambiar. Un país tan complejo como la Argentina, que ha sufrido “desmadres” como las hiperinflaciones de 1989 y 1990, el derrumbe del 2001, y el desborde que insinúan hoy la violencia cotidiana, la inflación creciente y los efectos de la crisis internacional, requiere una propuesta de gobernabilidad que está en las antípodas del ideologismo escolástico, la intolerancia recíproca o el error en la agenda. En síntesis, una propuesta ganadora debería demostrar a los argentinos que está en condiciones de articular consensos por sobre las diferencias, juntar a quienes piensan distinto para solucionar problemas puntuales y hablar de la agenda del país. O sea formar una coalición de gobierno, expresa o tácita, suficientemente fuerte como para llevar las riendas de una sociedad con claras tendencias a la indisciplina, la violación de las normas y las tensiones corporativas. Y que bien podría comenzar por organizar la fiscalización de los comicios, para evitar los bochornosos episodios de fraude denunciados en estos días. La ciudadanía “independiente”, ese 10 % que esta vez prefirió a Cristina –y que eligió pocos días antes a Macri, a Bonfatti y a de la Sota-, no tuvo enfrente opciones con estas características, lo que sí vio en el oficialismo. La misma intolerancia que llevó a Binner a separarse de Alfonsín dividiendo fuerzas, a Macri, Solá y de Narváez a abandonar su trabajo de construcción conjunta, a Duhalde a enfrentarse con Rodríguez Saá y el peronismo Federal por motivos pequeños o a Juez de calificar a Alfonsín, Cobos y Sanz, en presencia de Binner, como “los tres chiflados”, fue fatal para las opciones de cambio. El propio Alfonsín, a pesar de su construcción con de Narváez, al no haber logrado suturar las heridas internas que dejaron en el camino, entre otros, a dirigentes del prestigio social de Julio Cobos y Ernesto Sanz y sostener su intransigencia con Macri hasta el nivel del destrato, es la contracara obvia del oficialismo haciendo alianzas hasta con su archirrival Carlos Menem para asegurarse el triunfo en La Rioja, articulando un arco electoral que se extiende desde los ingenuos y enternecedores ideologismos de Carta Abierta hasta los cuestionables exponentes del más crudo clientelismo bonaerense. El resultado está a la vista. “La gente”, que no votó contenta sino que –como no puede hacer de otra forma- se limitó a elegir entre las propuestas que le formuló el sistema político, optó por la oferta que pareció más funcional a los tiempos complejos que vive y que percibe que vendrán. En una nota anterior, titulada “¿Aprenderán?”,  hacía referencia a esta formidable falencia opositora de privilegiar la preservación de los pequeños espacios, más que la construcción inteligente de una alternativa de gobierno. Los pasos de esta semana parecen indicar que se sigue el mismo camino. Todos han ratificado su soledad, el primero Binner, seguido de inmediato por Duhalde y, por último, por el radicalismo. El 10 % apenas es la diferencia entre cambiar o no el gobierno. Pero “Conservar los espacios parlamentarios” parece ser el propósito de todos. Está bien. Si se busca eso, y a eso dirigen su estrategia, posiblemente eso logren. El propósito del oficialismo es otro. Seguir gobernando. A eso dirige su estrategia. También posiblemente lo logre. La ciudadanía está siendo condenada a la opción única. Quedará ante esta realidad seguramente resignada, resentida y hasta dolida. No se vuelque luego sobre ella la culpa de responsabilidades que no le son achacables. Ricardo Lafferriere
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