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La ciudad de los prodigios

lunes 13 de agosto de 2007, 10:21h
Realmente, mi amo, Don Tito y su familia tienen la suerte de cara. Mientras ellos se encuentran en las riberas del lago Léman, gozando de las delicias de esa metrópolis de bolsillo que es la muy helvética ciudad de Ginebra, aquí en Barcelona estamos sometidos a restricciones similares a las de Calcuta y eso que estamos en pleno mes de vacaciones.




Hace unos cuantos años, don Eduardo Mendoza tuvo a bien ilustrarnos con una excelente novela, “La ciudad de los prodigios” que tenía como telón de fondo la época en la que se comenzó a construir la Sagrada Familia (felizmente inacabada) y las consecuencias del primer gran crecimiento armónico de la Ciudad Condal, Cabeza y Solar de Cataluña (o sea, dicho en la lengua propia de aquí, el Cap-i-Casal) materializado primero en la Gran Exposición Universal de 1929, donde se marcaron las líneas que desembocaron en los fastos olímpicos de 1992. Eso es y agua pasada, no sólo bajo los puentes del Llobregat, sino bajo el puente de la Historia.

Sí, damas y caballeros, Barcelona vuelve a ser la ciudad de los prodigios, pero tomado prodigio en su acepción más terrorífica. Barcelona es, durante este mes de agosto, no la ciudad de los freaks, sino la ciudad freak por excelencia, aquejada por toda suerte de desgracias que le vienen por tierra, mar y aire. Nuestra Barcelona se ha transformado en una especie de parque temático de actividades urbanas de alto riesgo. Eso sí, sin que los involuntarios protagonistas tengan que adquirir el correspondiente bono.

Anoche llovió torrencialmente. Sucede todos los años, en los aledaños de la Virgen de Agosto. Es una peculiaridad del clima mediterráneo. Algo meteorológicamente explicable: calentamiento de la tierra y de las capas bajas de la atmósfera, acumulación de electricidad estática, y súbito enfriamiento de las nubes formadas. Resultado: ensayo general de la primera secuencia del Diluvio Universal. Jarreo generalizado de agua y colapso de semáforos, ferrocarriles, enlaces urbanos de autopistas, aparte de los cortes de fluido eléctrico. Algo previsible, porque Barcelona no es, precisamente, Timboctú, el centro de caravanas del Sahara central. Que en la costa mediterránea llueve. No con la frecuencia que, por ejemplo, en Santiago de Compostela (donde la lluvia es arte, que conste), pero llueve y la lluvia es un meteoro previsible.

Hoy hemos amanecido con las secuelas propias del penúltimo caos y, eso sí, con la ciudadanía entrenada por anteriores experiencias. Efectivamente, no tienen la paciencia –tampoco la resignación—solicitada (en realidad, exigida a gritos) por doña Magdalena Álvarez, la ministra de Fomento, pero ya saben de qué va la cosa: de pagar y protestar. No te hacen caso, pero, al menos, sueltas adrenalina por un tubo y hasta te puedes quedar como bastante relajado o, cuando menos, exhausto, lo que lleva a otro tipo de relajación.

Y, señoras y señores, aunque estemos en el mes vacacional por excelencia, en Barcelona y en su área metropolitana, hay cientos de miles de personas sujetas al cumplimiento de su jornada laboral, que deben desplazarse desde sus domicilios respectivos hasta su centro de trabajo y viceversa. A ellos les recomiendo muchísimo las obras del iluminado e iluminador Paulo Coelho, para que se mentalicen en que lo importante siempre es la ruta, el camino que uno recorre, la experiencia peregrinatoria, nunca el punto de salida o el de destino. Ya lo decía en sus versos inmortales don Antonio Machado: “Caminante, no hay camino// se hace camino al andar...” Y ni que decir tiene que verso a verso, y golpe a golpe, el golpe diario que nos suministra con vocación de estricta gobernanta doña Magdalena Álvarez. Prodigiosa Barcelona, en la que las masas azotadas ni siquiera se rebelan. Ciudad prodigiosa y de incierto futuro: ¿habrá normalidad ferroviaria?, ¿cuÁndo llegará el AVE?, ¿se terminará el Templo de la Sagrada Familia?... La vida es siempre una incógnita.

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