Comienza un curso político erizado de graves decisiones y serios sobresaltos, con unas elecciones generales de las que dependen cosas mucho más importantes para el país que el liderazgo del PP y con una desaceleración económica que el prudente Solbes anuncia “leve” desde la prevención de que, en estos asuntos, no conviene citar al demonio, que tiene la mala costumbre de acudir cuando se le convoca, pero que cada día más analistas vaticinan seria y cercana.
Dice Solbes que la crisis financiera norteamericana puede no alcanzarnos por la “solidez” de nuestro mercado hipotecario, tan lejos de las “hipotecas basura” que proliferan en algunas partes de Estados Unidos. Bueno, por lo que se escucha a sus directivos, los Bancos españoles son más cautelosos en ese optimismo, sobre todo a medida que crece la morosidad. Un medio tan poco sospechoso de hostilidad hacia el equipo económico del Gobierno como “El País” pregunta a sus lectores de Internet si creen que la crisis hipotecaria llegará a España, y el 79% opina que sí, frente a sólo un 19% contagiado por el meritorio optimismo del vicepresidente, sin la menor duda el activo más sólido del actual Gobierno.
Añade Solbes su opinión, ciertamente tranquilizadora si se confirmase en el terreno de los hechos, de que el recorrido al alza de los tipos de interés prácticamente se ha completado. No es lo que creen los más prestigiosos analistas europeos, en un momento en el que por cierto se multiplican los fondos de inversión con pérdidas. Pérdidas superiores al 10% en más de un centenar de ellos es como para poner las barbas en remojo o al menos, pararse a pensar.
Comienza el curso con el problema de Euskadi peor que nunca, animado por un Ibarretxe decidido a saltar por encima de la dirección del PNV, si no consigue domeñarla en diciembre, e incluso del Parlamento del Estado, para acudir en ayuda de las tesis soberanistas y territoriales de ETA.Ibarretxe se revuelve contra la evidencia de que la gran mayoría del PNV y desde luego los extorsionados y amenazados empresarios y profesionales vascos quieren que ETA desaparezca, porque saben que la normalización de Euskadi sólo será posible sin ETA. Ibarretxe proclama que “el derecho a decidir” de los vascos, esto es, el famoso referéndum ilegal que el Parlamento del Estado ya rechazó en febrero de 2005, se hará “exista o no ETA”. Extraña democracia la de votar con la pistola en la nuca.
Añádase la crisis de conciencia abierta desde esta semana, en el seno del PSOE, por la hasta ahora eurodiputada socialista Rosa Díez, que formó parte del gobierno presidido por Ardanza y que se ha atrevido a decir en voz alta, sobre Rodríguez Zapatero, lo que otros dirigentes socialistas van diciendo en voz baja por corrillos, tertulias y encuentros discretos.
Observa Rosa Díez lo que sucede a su alrededor. Ve a algunos compañeros vascos del partido activamente implicados en el deseo de negociar con ETA paz por soberanía y territorio, analiza la escandalosa duplicidad entre lo que se dice cara a la galería y lo que se negocia por oscuras trastiendas, y se le revuelven las tripas de treinta años de valiente y honrada militancia en el PSOE, un partido que se proclama español en su propio nombre y que, hasta la llegada de la actual dirección, estuvo sólidamente identificado con los valores de la Constitución de 1978. Ha denunciado Rosa Díaz no sólo la negociación política con ETA, sino también las maniobras de Rodríguez Zapatero para configurar un modelo de Estado distinto al que proclama la Constitución de 1978, fruto de la reconciliación nacional y el más amplio consenso cívico e ideológico.
Y para que no falte de nada, sigue el extraño espectáculo de un PP inoportunamente enfrascado en querellas y cicaterías internas, con las que pierde la gran oportunidad de ocupar el espacio centrado de la moderación, en el que se ganan siempre las elecciones.
Lo más inquietante es que el empeño de Rodríguez Zapatero por reconfigurar el modelo de Estado, además de innecesario, porque todo cabe con racionalidad en la Constitución de 1978, puede conducir a una radicalización de posiciones antagónicas que acabarían por hacer estéril el extraordinario esfuerzo de todos durante los años de la transición. En un proceso de revisión histórica, casi cualquier cosa pudiera suceder. Por eso algunos, dentro del PP, ven tan importante que el partido trasversal de centroderecha deje clara su disposición al diálogo serio y profundo con los nacionalismos moderados, en orden a culminar ese modelo de Estado de las Autonomías que responde a la realidad y la voluntad de una España plural que de ninguna manera cabe en el rígido corsé del centralismo, pero que tampoco puede significar un frívolo proceso de particularismos y desvertebración.
Quiere Rodríguez Zapatero, o lo necesita para sus propósitos finales, demonizar al partido de la derecha, expulsarle del campo de juego, convertirle en “outsider” del diálogo democrático. Y precisamente por ello, el PP debiera poner todos sus esfuerzos y toda su inteligencia exactamente en la dirección contraria, esto es, en la máxima apertura al diálogo con todas las fuerzas políticas, especialmente las nacionalistas moderadas, y desde luego, con sectores del PSOE, nada minoritarios, que entienden que la lealtad constitucional exige también lealtad a la fuente de la Constitución de 1978, esto es, a la reconciliación nacional –que es por lo menos tan importante como todas las memorias históricas juntas– y al espíritu de consenso con que se hizo la transición.