www.diariocritico.com

El ciclista

jueves 04 de octubre de 2007, 14:00h

       El siglo diecinueve es el siglo de los fervores románticos. El siglo que, entre otros males, nos deparó el suicidio por amor, la tuberculosis, el nacionalismo, la histeria, el desmayo, el sadismo, la bondad natural, el alma colectiva de los pueblos y el sentido de la historia como método para anular el sentido de los individuos. El anuncio que el lehendakari hizo el pasado viernes en el parlamento vasco para realizar una consulta popular, es una secuela romántica de este fatídico siglo diecinueve que, como todo fervor romántico, más tarde o más temprano, termina derivando en religión desbordada. Nuestros dirigentes nacionalistas, apelando a las características principales del temperamento romántico - o sea, más al sentimiento que a la inteligencia, más al instinto que a la prudencia - se han convertido en los líderes religiosos de todos los vascos y de todas las vascas que en lugar de vivir en el mundo que les ha tocado transitar, o sea, en el mundo presente, prefieren vivir en un mundo fabuloso, mítico, supuesto, legendario; un mundo plagado de dioses ancestrales, rebaños pastando, nostalgias matriarcales, enternecedoras canciones de cuna, troncos ardiendo en la chimenea del caserío y todo el acostumbrado batiburrillo del populismo campestre.

       Ningún dirigente político, en su sano juicio, tomaría el siglo diecinueve como referente para un proyecto democrático de convivencia, pero, bueno, ya se sabe como es nuestro lehendakari: tan tozudo como limitado; un ciclista voluntarioso, más dotado para ejercer funciones de gregario que de jefe de fila, que se empeña en escalar todas las cumbres de la convivencia democrática sin cambiar de piñón.

        La indiferencia hacia la política es lo que caracteriza a las sociedades desarrolladas. Nadie cree en la política. Ni siquiera los políticos. Hace ya tiempo que todo el mundo sabe que el planeta lo dirigen poderosas asociaciones económicas que no están sometidas a ningún control democrático y los políticos no son más que gente a su servicio que se encarga de recaudar impuestos, mantener el orden, procurarse privilegios y promulgar leyes infantiles para que fumemos a escondidas. El lehendakari que nos ha tocado en suerte también lo sabe, por eso su insistencia en desafiar el orden constitucional no es una insistencia política sino religiosa: el veintiocho de octubre del año dosmilocho el lehendakari pretende
preguntarnos si creemos o no en la existencia de un solo dios verdadero, o sea, el pueblo vasco. Uno, lamentablemente, ya ha alcanzado la segunda inocencia, esa que decía Antonio Machado, que da en no creer en nada, así que ni siquiera cree en los pequeños dioses con los que unos tratan de justificar sus vidas y otros, los más espabilados, hacer negocio. De todos modos por un servidor que no quede. Insista usted, señor lehendakari, insista, ya verá como en las próximas elecciones en lugar de perder 140.000 votos pierde el doble, pero, bueno, si tanto le divierte, pues nada, siga pedaleando, siga pedaleando sin cambiar de piñón, siga…

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (2)    No(0)

+
0 comentarios