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La negociación con ETA: palos y zanahorias

La ‘blandura’ del Gobierno le hace perder votos

La ‘blandura’ del Gobierno le hace perder votos

sábado 06 de octubre de 2007, 13:22h
La política frente a ETA ha pasado de la blandura y la permisividad a la inflexibilidad policial propiciada por el mismo juez otrora tolerante: Baltasar Garzón. En este relato inédito, correspondiente a parte de un capítulo del libro ‘La Decepción’, del periodista Fernando Jáuregui, se narran algunos pasajes de lo que fueron las relaciones entre el Gobierno de Zapatero y la banda del terror. En él se cuenta que las encuestas de José Blanco avisan de que lo que más ha desgastado al Ejecutivo ha sido su ‘blandura’ con los etarras y Batasuna.

Habían pasado pocas semanas desde que la banda del horror, el 6 de junio de 2007, formalizara la ruptura de la tregua mediante un comunicado en el que, de nuevo, demostraba su profundo desconocimiento de los cauces democráticos. ¿Cómo negociar con quien no solo no admite, sino que ni siquiera conoce, el principio de separación de poderes de Montesquieu, que imposibilita que el Ejecutivo imparta órdenes al Judicial? Otra cosa es, desde luego, cómo haya sido el comportamiento de los jueces, de algunos jueces, durante este proceso: tengo constancia, por ejemplo, de que una decisión, bastante polémica, del magistrado Fernando Grande-Marlaska frustró un encuentro con ETA en momentos especialmente delicados del ‘proceso’, como luego se cuenta.

 El día de la ruptura, se celebraba, en el foro Europa Press, un desayuno con el embajador norteamericano, Eduardo Aguirre. A él acudió el fiscal general del Estado, Cándido Conde Pumpido, quien se aproximó nervioso, al presidente de la agencia informativa, Asís Martín de Cabiedes, una persona extraordinariamente dialogante que ha hecho no poco por el pluralismo y la convivencia política entre los españoles.

 Pero Conde Pumpido no estaba ese día para tales apreciaciones. “Vosotros sois los culpables de la ruptura de la tregua”, le dijo a Asís. “¿Nosotros? ¿La prensa?”, preguntó, algo desconcertado, el presidente de Europa Press. “No, vosotros, la agencia”, disparó el fiscal, en un tono que pudimos escuchar algunos de los que por allí revoloteábamos.

 Al parecer, resultaba que Conde Pumpido estaba molesto porque, en un desayuno anterior en el que él fue el protagonista, la agencia había recogido en un teletipo una parte de su intervención, en la que decía que “nos hemos pasado ilegalizando a una parte de Acción Nacionalista Vasca, pero ha colado en el Supremo”. Una frase que, al parecer, había caído como una bomba en medios ‘abertzales’.

Seguro, claro está, que la ruptura de la tregua no se debió a esas declaraciones de Conde-Pumpido. Pero el fiscal general del Estado, a quien considero una excelente persona, ha estado sometido a demasiadas tensiones en estos meses.

 Pocos días después de la ruptura de una tregua que tanto nos ilusionó a todos, pero que había durado apenas 439 días, el sanguinario José Ignacio de Juana Chaos regresaba a prisión desde el hospital, y esta vez para ser tratado como un preso más.

  Pocas cosas han desgastado más la imagen del actual Gobierno socialista que su ‘blandura’ a la hora de tratar a un preso etarra (aunque puede que ya no esté en el organigrama formal de la banda) que es el compendio completo de cuanto más puede repugnar a las gentes de bien. Y recuerdo que un comentario escrito en mi periódico acerca de la ‘permisividad’ de las autoridades carcelarias, permitiendo que De Juana pasease tranquilamente, con su novia, por los alrededores del hospital donostiarra en el que estaba ‘recluído’ tras su traslado desde Madrid, me originó una bronca por parte de un responsable gubernamental.

 De Juana, responsable de al menos 25 muertes, había pagado con apenas diecisiete años de cárcel sus asesinatos, en aplicación de un Código Penal inadecuado. La Fiscalía, recogiendo un clamor social, decidió ‘echar una mano’ para que De Juana siguiese en la cárcel, y, en efecto, ‘echó una mano’ desmesurada y mal calculada. Lo que hizo que el preso se pusiese en huelga de hambre ‘hasta el fin’. Un fin que iba a resultar más bien tragicómico, más bien un punto y seguido que un punto final.

 José Blanco, secretario de Organización del PSOE, un auténtico experto en interpretación de encuestas, me dijo un día que nada había hecho más daño a las posibilidades electorales del PSOE que las peripecias de De Juana, primero dando una entrevista, con fotografías haciendo ostentación de su delgadez, al Times, para explicar las razones de su peculiar huelga de hambre; después, con sus actitudes amorosas (cuarenta minutos en la ducha del hospital donde estaba preso) con su novia y, en general, ridiculizando a todo el sistema penitenciario. Por último, aquel ‘paseo donostiarra’ por las afueras del hospital, evidenciado en una fotografía que publicó, a todo trapo, El País…

 Nunca entenderé las razones por las que la responsable de Prisiones, Mercedes Gallizo, no fue cesada en aquellos días aciagos, en los que tan mal gestionó el asunto. Claro que tampoco entiendo cómo es posible que la oposición no exigiese este cese haciendo todo el ruido que correspondía.

 -- Otegi afronta su destino--

 Arnaldo Otegi, uno de los rostros más publicados en esta Legislatura, iba a ser, con De Juana, otro de los grandes perjudicados por la ruptura de la tregua por la banda del terror. Coincidiendo con el ‘regreso’ de De Juana a unas condiciones carcelarias como las de los demás, Arnaldo Otegi ingresaba en prisión por una de sus muchas cuentas pendientes con la Justicia, en este caso apología del terrorismo. Era todo un gesto de un Gobierno que, a veces contra el viento y la marea judiciales,  y contando con el auxilio del ya mencionado fiscal general, Cándido Conde Pumpido, había impedido hasta entonces el encarcelamiento del líder batasuno, si se exceptúa una breve estancia en la cárcel en 2005, antes de pagar la fianza decretada por el juez Grande-Marlaska.

 Otegi es sin duda uno de los miembros del colectivo proetarra más proclives a negociar un rápido fin de la violencia. Ha sido un protagonista indudable de la Legislatura. Y, tal vez por eso, determinados sectores judiciales estaban empeñados en meterlo en la cárcel, mientras otros se afanaban en que no entrase en prisión, por las consecuencias que hubiese tenido para el tan mentado proceso.

 Otegi se integró en las filas de ETA político-militar al menos desde 1977 (nació en 1958), cuando se refugió en Francia. En 1987, fue detenido y extraditado a España, donde cumplió un año y medio de los seis de condena que le fueron impuestos. A partir de entonces, entra en la vida política de la mano de Herri Batasuna. El 14 de noviembre de 2004, protagoniza un mítin en el frontón Anoeta donde lanza un inequívoco mensaje a favor de la negociación. Iba a ser el punto de partida de casi todo.

 Desde entonces, Otegi ha sido juzgado y condenado en numerosas ocasiones, aunque apenas ha pasado esporádicamente por prisión. Pero, al final, Otegi pasó el verano de 2007, cuando ya toda negociación se había hecho imposible, encerrado y, episodios de ‘kale borroka’ aparte, casi nada sucedió (ni siquiera grandes manifestaciones abertzales de protesta), pese a las negras perspectivas que había adelantado el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, quien, pienso que genuinamente preocupado, pasó semanas advirtiendo, día sí día no, de que un atentado de ETA podía ser inminente.

 Al tiempo, se sucedían las detenciones de miembros de ‘comandos’ dispuestos, al parecer, a cometer todo tipo de barbaridades y se descubrían coches-bomba destinados a provocar mucho dolor. En Ayamonte se descubrió un coche-bomba del que habían huído sus ocupantes y cuyo interior fue desvalijado por unos presuntos ladrones que iban en moto; no eran tales, claro, aunque se dijese oficialmente que sí lo eran. Se trataba, en realidad, de policías que seguían al vehículo. También en Castellón se detectó otro coche cardo de explosivos; en Cantabria se detuvo a un miembro de un ‘comando’ etarra que iba acompañado por su novia, que, ante el revuelo –la detención se produjo en la estación de autobuses de Santander--, logró escapar. Ya en septiembre, el juez Baltasar Garzón ordenaba detener a Juan Mari Olano, del entramado batasuno, que había protagonizado, durante una manifestación,  unos serios incidentes con la ertzaintza en San Sebastián, donde cuatro policías autonómicos quedaron heridos. La gran noticia era que los ertzainas se aplicaban a fondo. Esta vez, la guerra iba en serio. 

 Digo que casi nada sucedió…hasta que, al final de las vacaciones, ETA haría estallar, el 24 de agosto de 2007, un coche bomba en Durango, sin provocar sino daños materiales y heridas leves a dos guardias civiles. Luego la cosa se repitió en Castellón, y luego en Logroño, y…

 Por entonces, como digo, verano de 2007, toda posibilidad de negociación con la banda se había alejado. Al Gobierno le costó mucho dar el paso de la ruptura total, que suponía un giro de ciento ochenta grados en la política seguida hasta el momento, aunque nadie quiso recordárselo de manera tan dramática. Pero, tras el comunicado de ETA rompiendo la tregua, el 6 de junio, ya no había nada que hacer.

 --ETA barre para casa—

 Las cosas llevaban muchos meses yendo francamente mal. En diciembre de 2006, en una reunión celebrada con el Gobierno en Oslo, a mediados de mes, ETA y Batasuna entregaron un informe conteniendo todos los ‘incumplimientos’ socialistas. Dos semanas más tarde, volaba el aparcamiento de la T-4.

 ¿De qué se habló en el contacto Gobierno-ETA ese 14 de diciembre, decisivo, por lo visto, para que se produjese el atentado de la banda del terror? Un documento de cuatro páginas, escrito únicamente en euskera, que he podido conocer, y que, al parecer, se utilizó en la reunión Gobierno-ETA de ese día, recoge las quejas del mundo etarra ante la “represión”  a la que “los gobiernos español y francés están sometiendo a los abertzales durante el proceso de paz”.

 El papel se titulaba ‘La situación política en Euskal Herria desde el 22 de marzo al 9 de diciembre (de 2006, obviamente)”, y contiene una lista de ‘agravios’ sufridos, al parecer, por los terroristas: a 22 presos etarras se les había aplicado la ‘doctrina Parot’ –acumulación de penas--, entre los cuales se cita, erróneamente, a De Juana Chaos (lo suyo no era acumulación de penas, sino un nuevo proceso). Un segundo listado lo conformaban seis presos etarras enfermos que han pedido el acercamiento a Euskadi para recibir tratamiento; entre ellos se incluía, terrible ironía, a uno que secuestró al funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara, manteniéndole en el secuestro más largo y terrible que se recuerda. Y un tercer listado de la ‘represión’ gubernamental cita el caso de 120 presos que han cumplido ya tres cuartas parte sde su condena y que, según los abertzales, deberían haber sido puestos ya en libertad.

 El documento contiene hasta una lista de los accidentes de tráfico que han sufrido familiares de presos cuando iban a visitarlos, así como las detenciones y juicios en este período. Claro que el documento no habla del robo de 350 pistolas por ETA, ni de la ‘kale borroka’ que ha vuelto a desatarse en Euskadi.

 --La gran metedura de pata--

  De hecho, todo había concluído incluso antes de que, sorpresivamente como todos los españoles pudieron comprobar, ETA hiciese volar el módulo D del aparcamiento de la nueva Terminal 4 del aeropuerto madrileño el 30 de diciembre de 2006, produciendo la muerte de los ecuatorianos Diego Armando Estacio y Carlos Alonso Palate. Un día antes, en rueda de prensa, el presidente del Gobierno había asegurado que las cosas iban a mejorar en cuanto a lo que el terrorismo etarra se refiere, durante el año que empezaba.

 Y mira que algunos le habían advertido que tenían la sensación de que ‘algo’ se estaba fraguando, y que no debía mostrarse tan confiado ni tan benevolente con el mundo etarra. Pero, claro, la experiencia de un Miguel Herrero de Miñón o de un Santiago Carrillo, que acudieron juntos a La Moncloa para lanzar este mensaje, no fue tomada en consideración por el presidente-siempre-seguro-de-sí-mismo.

 Fue un fiasco mayúsculo, el peor momento de la Legislatura para Zapatero. Era cierto que ETA no tenía intenciones de matar (de hecho, llamó hasta cinco veces, con creciente nerviosismo, para indicar dónde estaba la bomba), pero, cuando colocas centenares de kilos de explosivo en un recinto cerrado, cualquier cosa puede suceder. Incluso que, como les ocurrió a los etarras, en alguna de las llamadas te equivoques en la descripción del vehículo en el que has colocado la bomba y en la matrícula. Señal de que los nervios iban consumiendo a los etarras según iba pasando el tiempo y el coche-bomba no era localizado. Claro que los nervios eran compartidos por todos: consta, aunque no se haya contado, que se perdieron quince minutos que acaso podrían haber sido vitales por un retraso de los perros adiestrados de la policía nacional, que no quiso que se utilizasen los perros de la Guardia Civil.

 La tormenta política fue enorme. Algunas fuentes socialistas reconocieron que la noche anterior al tan poco profético anuncio de Zapatero asegurando que el año siguiente iba a ser mejor desde el punto de vista de la consecución de la paz, se había producido una cena de los ‘íntimos’ en torno a Zapatero: Fernández de la Vega, Rubalcaba, Blanco... Nadie le advirtió en contra de que expresase su optimismo, porque en ese momento, tras la reunión secreta con ETA celebrada apenas dos semanas antes, no había datos para pensar que la banda pudiera cometer un atentado. Es más: incluso había un compromiso para una nueva cita a comienzos de año. La tregua no estaba formalmente rota y sobre la banda aún sobrevolaba la leyenda de que cumple sus compromisos y dice la verdad. Un error.

 Los SMS recibidos por los periodistas que habitualmente seguimos la información del Gobierno indicaban que el viernes 29 de diciembre de 2006, a las 12,30 horas, se celebraría en La Moncloa una conferencia de prensa del presidente Zapatero, cumpliendo así su promesa en el sentido de que daría una rueda de prensa al final de cada curso político. Iba a ser una rueda de prensa triunfal, porque el año le había ido bien al presidente y al Gobierno en general, según comentaría el propio ZP en los corrillos con periodistas con motivo de la copa navideña que La Moncloa había ofrecido una semana antes.

 Una advertencia: a Zapatero no le entusiasman las ruedas de prensa, las preguntas de los periodistas le parecen –a menudo lo son—insulsas, reiterativas y su opinión sobre los profesionales de la información ha variado bastante, me parece, desde los tiempos en los que jugaba al mus en un bar cercano al Congreso –el ‘Abaco’-- con Julián Lacalle y otros colegas en las tardes de aburrimiento parlamentario.

 Además, el presidente no acaba de entender de líos semánticos y de precisiones legales. Aún no se ha acostumbrado del todo a que, cuando el jefe del Gobierno es quien habla, su voz adquiere una autoridad y un alcance que no tiene lo que diga un particular. Tal vez por eso, dejó escapar, en su comparecencia estelar del día 29 de diciembre –una jornada que siempre recordará como aciaga--, aquel “el año que viene estaremos mejor”, refiriéndose a la actividad de ETA. Desde hacía meses, La Moncloa venía dando la impresión de que la banda estaba controlada, bajo mínimos, trufada de espías  policiales, y entregada a la negociación con el Gobierno.

  Los periódicos, en general, le creían, le creíamos, pese a las advertencias no pocas veces interesadas de la oposición. Por eso, en la mañana del sábado 30, los titulares recogían esta predicción de mejora antiterrorista en el año 2007 que llamaba a la puerta. La gran sorpresa y el gran desconcierto se produjeron cuando, poco después de las nueve de la mañana, cuando la prensa conteniendo las declaraciones triunfalistas del presidente casi ni había comenzado a venderse, estallaron el coche bomba y la noticia: una explosión en el módulo D de la Terminal 4 del aeropuerto de Barajas había destruído el edificio del ‘parking’,sepultando a centenares de coches y, lo que era peor y se averiguó algo más tarde, a dos personas que dormían en sus respectivos automóviles. Dos jóvenes ecuatorianos que murieron aplastados, probablemente una muerte horrible, entre los escombros.  

 Recuerdo que fue un sábado de total caos, en el que el jefe de turno del diariocritico.com, Pablo Muñoz Beleña, y yo, además de varios redactores y colaboradores, con el corresponsal político Manuel Angel Menéndez a la cabeza, trabajamos más de catorce horas. Los vuelos no se reanudarían hasta seis horas después, provocando la desesperación de miles de pasajeros que partían de vacaciones. Zapatero regresó apresuradamente del coto de Doñana, donde pensaba pasar la Nochevieja, para protagonizar otra rueda de prensa que obviamente resultaba impensable para él cuando nos deseó feliz año el día anterior. Estuvo duro, pero dijo que se “suspendía” el proceso de conversaciones con ETA, no que ese proceso quedaba roto, lo que, por supuesto, iba a serle reprochado por la oposición y por varios medios.

 Fue Alfredo Pérez Rubalcaba, una vez más, quien se hizo cargo de los platos rotos. Consoló a los familiares de las víctimas, se hizo presente en el aeropuerto –lo mismo que el alcalde Gallardón y la presidenta de la Comunidad--, habló con la prensa en medio de los escombros…Porque, por increíble que parezca, Zapatero se volvió a Doñana aquella misma tarde del sábado, dicen que abrumado por los hechos, por sus escasas dotes proféticas y por la insistencia de su mujer, que consideró preferible pasar la crisis en la lejanía. La ministra de Fomento, responsable de AENA y del aeropuerto, regresaba igualmente a una estancia privada en París, y hasta la vicepresidenta, que usualmente había dado la cara en las situaciones difíciles, se marchó a Ginebra. Ni Zapatero, que tardaría cuatro días y medio en personarse en el lugar de la catástrofe, ni Rajoy, ni la familia real, aparecieron por la T4 en las 72 primeras horas del atentado.

 La Zarzuela explicaría después que su ausencia se debió a que el Rey y su familia no quisieron inmiscuirse en lo que parecía que iba a ser una batalla política de órdago.

  Lo fue, de hecho. La marea de la indignación popular creció ese domingo, 31 de diciembre, mientras las televisiones y las radios se esforzaban vanamente por ofrecer una visión normalizada de un año más ante la Nochevieja. La manifestación convocada para esa mañana por la Federación de Municipios y Provincias se quedó con apenas los concejales socialistas y de Izquierda Unida, arropados por algunas decenas de personas, mientras la Asociación de Víctimas del Terrorismo, con Francisco José Alcaraz al frente, aprovechaba para convocar su propia manifestación en la Puerta del Sol, dirigida mucho más contra el Gobierno que contra ETA: hubo conatos de encontronazos, acorralamientos a periodistas de medios que eran ‘no gratos’ a algunos manifestantes y hasta un intento de ‘marcha sobre Ferraz’, fuertemente custodiado por la policía y que, pese a todo, recibió no pocos impactos de huevos. El PP ya no apoyó, de manera explícita, una ulterior manifestación de la AVT generalizada en todos los ayuntamientos; el seguimiento fue mucho más escaso y tibio esta vez.

 --¿Quiso dimitir Zapatero?--

 El Gobierno se mostraba desnortado. Los rumores eran para todos los gustos: que si Zapatero estuvo tentado de dimitir –de hecho, sus actitudes en las horas siguientes a la tragedia causaron no poco preocupación en su entorno-- , que si había convocado un pleno en el Congreso para hacer algún anuncio importante, que si se había hablado de “suspender” y no “romper” el proceso por alguna razón desconocida…  De nuevo Rubalcaba, ministro del Interior, salió al quite para enfatizar que el ’proceso’ estaba “roto”. El gabinete de crisis se reunió en Moncloa, en pleno, hasta el día 5, víspera de una Pascua Militar en la que se anunciaba, por una parte, un discurso ‘significativo’ del Rey ante los jefes militares y, por otro, una comparecencia ‘informal’ de Zapatero ante los periodistas, en el propio Palacio de Oriente. Una comparecencia que, por cierto, fue objeto de una tensa negociación entre la Casa Real y el Gobierno; al final, se evitaron los ‘corrillos’ en el salón del cóctel y se propició un encuentro de Zapatero con los periodistas, que habíamos acudido bastante masivamente dada la fecha, para oír las nuevas puntualizaciones del presidente.

El discurso del Rey, revisado por Moncloa, no iba a aportar gran cosa excepto un inequívoco llamamiento a la “unidad” entre las fuerzas políticas. El Monarca, a quien los informes llegados desde el Gobierno, desde el Centro Nacional de Inteligencia y desde Interior le aportaban más tranquilidad que inquietud en lo referente a la marcha de los encuentros ‘secretos’ con ETA, se mostró reservado y en ningún momento quiso hablar con los periodistas. Más enjundia tuvo la comparecencia ‘informal’ de ZP, en la sala de alabarderos del Palacio de Oriente y bajo un cuadro de Lucas Jordán titulado, curiosamente, ‘Salomón, recibiendo la inspiración divina’.

 En tres ocasiones, tres, Zapatero enfatizó que ETA había “roto” el proceso, aniquilando así especulaciones acerca de las razones que una semana antes le habían llevad a declarar meramente “suspendido”  este proceso. Y, por primera vez, reconoció explícitamente la existencia de lo que todo el mundo sabía: negociaciones con ETA (desde junio) exploratorias de la voluntad real de la banda de iniciar una negociación leal. Si el presidente se había sentido tentado de dimitir, la verdad es que no lo demostraba, y nadie llegó a preguntárselo: la respuesta, obviamente, hubiera sido “no”. Estuvo firme y los periodistas consideraron su comparecencia como “positiva”, si se exceptúa el hecho de que rechazó haber cometido cualquier error en el camino hacia la paz en el País Vasco, contra lo que poco antes había dicho el ‘número dos’ del PSOE, José Blanco. Fue ETA la que se equivocó, insistió. Y, cuando le pregunté si es que había dos etas, me lo negó categóricamente, allí mismo.

 El nerviosismo era patente en la ‘fontanería’ monclovita. Alguno de ellos no escondía su enfado con algunos periodistas que, a su juicio, no habían acompañado suficientemente al Gobierno con su ‘simpatía’ y sí con críticas en aquellos momentos de zozobra. Esos mismos ‘fontaneros’ señalaban, en el propio Palacio de Oriente, que ahora se pondría en marcha un ‘plan B’: más dureza hacia ETA, reforzamiento de una información que, al menos, el director general de la Policía y la Guardia Civil, Joan Mesquida, creía (ya se ve que algo erróneamente) que era la mejor posible…Yo me marché de allí, recuerdo, y así lo escribí aquella tarde en mi columna para la agencia Off The Record, con la sensación de que, pese a lo que se había dicho aquel triste 6 de enero de 2007, los contactos con la banda del terror no se habían acabado.

 Pero sí empezaba una nueva etapa en esos contactos.  La recta final (¿final?) de 2007.

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