(A Ana F., Fernando J., Lluis R., Candela P., María G.,
Albert P. y Alphaville)
Siempre
que ha llovido ha escampado suele decir mi padre y todos sabemos que es verdad.
Esta crisis, por dura, dolorosa y profunda que sea, pasará. Si la sima en que
nos hemos metido resulta casi insondable, nuestros nietos la estudiarán en sus
clases de secundaria y muchos habrá que escriban sesudas tesis doctorales analizando
causas, tendencias y consecuencias. Y si
conseguimos restañar las heridas en los próximos meses, entonces la voz "crisis
2008" ocupará apenas cuatro o cinco líneas en el Twit-Larousse de los
conocimientos del futuro y será una baliza más con que jalonar el camino de
Europa.
Sea como
fuere, pasará. En política, igual que en estrategia empresarial, no hay recetas
buenas o malas, solamente propuestas que funcionan mejor o peor y que resultan
imposibles de contrastar con sus alternativas porque cuando tomamos una
decisión desechamos todas las demás y, ese simple hecho, las borra del mapa de
la existencia. Así, cuando optamos por el PP y por Mariano Rajoy desechamos al PSOE y a Alfredo P. Rubalcaba. ¿Es bueno o malo? Imposible saberlo, ni ahora
ni dentro de 10 años.
El presidente Rajoy aplicará las
recetas que él cree que sacarán a España de este hoyo y nos pondrán en la senda
del crecimiento económico, del pelotón de cabeza de Europa y reducirá el paro.
Funcionará su receta porque no existe la posibilidad contraria. Y si hubiéramos
optado por Rubalcaba lo mismo sería. Sus recetas diferirían en detalles, sí, puede
que hasta en ciertos aspectos filosóficos -yo más bien creo que de maquillaje, de
forma de presentar las decisiones, pero no de esencia- y ambas nos sacarían del
hoyo. ¿Cuál lo haría antes? No podemos saberlo; únicamente podemos guiarnos de
esa intuición espectacular que siempre ha sido la voluntad de la mayoría y, en
este caso, ha sido clarísima: hemos elegido al PP de Rajoy.
Con los meses y los esfuerzos de
todos los ciudadanos, con las lágrimas y sufrimientos de los muchos que en el
camino perderán dineros y haciendas, quién sabe si salud; con los empujones de
alemanes, franceses, estadounidenses y hasta chinos iremos enderezando la
situación. Un día, más o menos de la misma manera en que de pronto desaparece un
atasco interminable a la entrada de Madrid, de Barcelona, de París o de Berlín al
regreso de un puente, empezaremos a crear empleo y la crisis irá diluyéndose. Saldremos
a la calle y tendremos ganas de gastar un poco, de comprar un jersey o de
contratar unas minivacaciones. Volveremos a llenar los restaurantes y los cines
y volveremos a sentirnos seguros en nuestros puestos de trabajo. Llegarán las
vacas gordas.
El mundo no será mejor que ahora,
pero tampoco peor. Recuperaremos mucho de lo que tuvimos y lo que perdamos -nadie
dude que habrá pérdidas dolorosas- será sustituido por nuevos avances o nuevas
conquistas. Seguiremos siendo egoístas los que lo fuéramos antes de estos
tiempos aciagos, seguirán siendo bondadosos los que se guiaran por la bondad
enantes y seguirán sin enterarse de nada los que nunca, ni antes ni ahora ni
después, se enteran de nada. Y volveremos a crecer y volveremos a ver las cosas
con luz y volveremos a pensar que debemos preocuparnos por el cambio climático -que
ahora lo tenemos olvidado- y de nuestros hermanos del África negra y puede que
hasta nos demos cuenta de que ni somos ni hemos sido ni, por supuesto, seremos
el ombligo del mundo. Nos abriremos -¡por fin!- a Latam en igualdad de condiciones
y aprenderemos de ellos mucho más de lo que seguimos creyendo que pueden
enseñarnos.
Y ni siquiera miraremos hacia
atrás. Habremos superado la crisis, otra más, y volveremos a empezar, acaso
siendo más sabios y, quién sabe, puede que hasta siendo mejores.