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Calvario Navideño (IV): Feliz 2015

Calvario Navideño (IV): Feliz 2015

miércoles 28 de diciembre de 2011, 18:33h
No, no me he equivocado. Tal y como están las cosas y lo que nos queda por ver, más nos valdría entrar en una especie de sopor trianual, de trance de hibernación y despertarnos el 1 de enero de 2015. Porque no me digan que no suena a inocentada la manida frase de feliz año nuevo sabiendo, como sabemos, que nos espera el llanto y el crujir de dientes en los próximos meses, pero, en fin, no seamos agoreros y centrémonos en la penúltima de estas crónicas navideñas que va a girar, cómo no, en torno a la larga, insoportable y tediosa noche del San Silvestre, campanadas, uvas, turrón cava y petardos incluidos.

A estas alturas de la película ya estamos todos enfrascados en las últimas compras para la cena más importante  y coñazo del año. Y habrá crisis, recortes y penurias económicas, pero esa noche nos olvidamos de que la cuenta está tiritando y todos tiramos la casa por la ventana y llenamos en frigo de langostinos, jamón, cava y otras exquisiteces por el estilo. Estos días suelo acompañar a la parienta al mercado para ver que ponemos de plato principal en la dichosa cena de las uvas. Llegamos al pescadero y me dice: "Mira que cigalas de tronco, ¿no te apetecen?". La respuesta, claro, es obvia, pues claro que me apetecen, y los percebes y las angulas, pero a ciento cincuenta euros el kilo cualquiera las compra, "así que, cariño, mejor te llevas medio kilito de gambas arroceras y haces una ensaladilla rusa, que tú la bordas".

Porque esa es otra, qué manía, esa de estar todo el día 31 metido en la cocina preparando recetas de Argiñano incluido el postre de piña con turrón, para que, después, los comensales invitados, que se han hartado de canapés, gambas, tortilla de patatas, jamón, queso, caña de lomo y aperitivos de todas clases, se limiten a probar el bacalao con cebolla confitada y mayonesa de ajo tierno con el que la parienta se ha tirado dos horas y media en la cocina y decir aquello de "está de muerte" de obligado cumplimiento dejando el plato casi igual que llegó a la mesa. O ese pavo relleno que alguien siempre aporta como plato que nuncadebefaltar en fin de año y que siempre acaba en la escudilla del perro o, como mal menor, de segundo de la comida y la cena del Día de Navidad. Hablando de pavos no quiero ni acordarme de uno que preparó la parienta hace unos cuantos años que aquello no era un pavo, era un avestruz de tamaño XXXXLLL que no cabía en el horno y que hubo que trocearlo y repartirlo entre varias cocinas para poder hacerlo. ¡Dios mío, qué pedazo de pavo! Estaba estupendo pero todo tiene un límite. Tan grande era el pavo en cuestión que duró hasta el Día de Reyes después de que el tragaldabas de mi cocker, Niro, cogiese una indigestión de pavo y muy señor mío. Desde entonces aborrecí el pavo navideño y ahora no lo quiero ver ni en pintura.

Lo de los postres, las uvas y el cava es otra. Yo me pregunto ¿de verdad hay alguien al que le gusten los mantecados, los polvorones, los alfajores, los hojaldres y toda esa retahíla interminable de diferentes dulces navideños con los que están surtidas las cajas de Estepa? ¿No es mejor un trocito de turrón de Jijona o de frutas, un bombón de Nestlé o un Ferrero Roché (o mejor un Moncherí que contiene licor) después del exceso de cena? Nada, ni hablar. Viva lagula. La mesa de la cena despejada de platos parece la exposición de los dulces de los conventos en el Palacio Arzobispal. Que no nos falte de na que es la hora del cava y de las uvas.

Ahora sí que es curioso observar a la reunión del fin de año. Si son diez comensales, no hay dos que tomen igual las uvas. Uno se las traga enteras, otro le quita la piel, otros la piel y los huesos, otro las quiere de bote con almíbar, otro prefiere las aceitunas rellenas, otro, los conguitos. Aquello parece más el concurso de "¡Tú sí que vales!" que una cena entre familia y amigos. Con tanto lío y con la dura elección de "en qué cadena vamos a ver las campanadas" que suele provocar una agria discusión parlamentaria entre la Pantoja, la Belén Esteban o el tonto de la capa, la mayoría de las veces nadie escucha las doce de la noche que da paso al año nuevo.  Pero esa, a partir de las doce, es otra historia que les contaré más adelante.
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