El besamanos

Bajo la grandiosa bóveda de Tiépolo y las monumentales arañas de cristal de Venecia que cuelgan de los altos techos la comitiva se asemeja a una ordenada fila de hormiguitas. Más quienes avanzan a paso lento sobre las mullidas alfombras de Palacio y ante las paredes aterciopeladas, en rojo y dorados,  son los prebostes de la nación. Tanto que bien puede decirse que si no estás en la lista de invitados a Palacio, en la recepción con motivo de la fiesta nacional, es como si no fueras nadie.

Con discreta solemnidad el jefe de protocolo va a anunciando la llegada al Salón del Trono de los representantes de las altas instituciones: “¡El Gobierno de la Nación!..!El cuerpo Diplomático!...!El Consejo de…” Y es como un mix entre el bastonazo contra el piso decimonónico del chambelán de palacio cuando introducía a los embajadores ante Sus Majestades y el rapero speaker actual  de los partidos de la NBA. Porque todas las solemnidades degeneran y en vez de la marcha de Pompa y Circunstancia de Edward Elgar, tan al uso para estas ocasiones, solo se escucha en la sala el murmullo de los comentarios de los periodistas alternándose con los millones de clics continuados de las cámaras de los fotógrafos.

Los cronistas van pasando lista en sus libretas sobre quien ha ido y quien falta en tan señalada ocasión. Pronto observan a quien ensayan la sonrisa de oreja a oreja desde que aparece en la puerta y mientras va avanzando hasta que llega su momento de cumplimentar a los Reyes. Otros no ocultan la satisfacción de sentirse observados atravesando tan exclusiva alfombra roja. Toman nota los reporteros de políticos que es como si hubieran vuelto a nacer para la ocasión. Perseguidos y solicitados día y noche, en aquellos tiempos cuando ejercían el poder, y hoy rescatados para la ocasión del olvido de sus casas.

La comitiva se torna a veces cruel como un viaje en el túnel del tiempo en el que los kilos y las canas desdibujan siluetas antaño famosas y familiares. En otra raras ocasiones se contempla como el tiempo hace madurar la belleza de alguna mujer que desempeñó un alto cargo o de alguna ilustre acompañante que más que a Palacio parece acudir a un casting de supermodelo. Incluso entre ellos hay quien se beneficia de un visible y envidiable pacto con el Diablo. Porque lo que es la juventud escasea en estas matinales del Palacio de Oriente. Los caballeros prefieren para la ocasión los discretos trajes oscuros, azules o grises y hasta negros, de todas las solemnidades.

Las señoras se dividen entre el trajecito de cóctel o las gasas no demasiado llamativas,  pero todas con zapato de tacón, que tiene la maldita manía de irse clavando en el tupido alfombrado, haciendo aún más trabajoso el paseíllo ante tanta cámara. Y al fín llega el momento en el que los dirigentes de la derecha saludan a los Reyes con un cabezazo previo a extender la mano y algunas de sus señoras hasta insinúan una reverencia ante las damas de la familia real. En la izquierda son menos expresivos y van saliendo del paso con corrección, eso sí agachando la cabeza para besar las manos de Reina, Princesa e Infantas.

El que ya es más representantes del pueblo llano llega ante la familia real intentando resolver el dilema: ¿Y qué le digo yo al Rey? ¿Hola Rey?, ¿Buenos Días? ¿Qué tal? ¿Gracias por invitarme? ¿!Qué fiesta tan estupenda…!? Y la verdad es que no se llega a tiempo a ninguna conclusión que te deje satisfecho. Y todo se resuelve en un abrir y cerrar de ojos mientras vas estrechando manos con los protocolarios “!Majestad…!”, “!Señora..!”, “¡Alteza…” Al final se atraviesa un  bosque de sonrisas: borbónica la del Rey Juan Carlos; profesional, la de la Reina Sofía; divertida, el Príncipe Felipe; entusiasta, la Princesa Leticia; espontánea, la Infanta Elena; estudiada, Marichalar; como  cortada, la Infanta Cristina y hasta campechana la sonrisa de Iñaki Urdangarín. Son mil apretones de mano a casi tres segundos por cada invitado. Pero, ¿qué son 3.000 segundos en la vida de la Familia Real?