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No digas nada

No digas nada

martes 06 de marzo de 2012, 12:00h
La fama, en el sentido de popularidad, es hoy un capital sin el que es muy difícil iniciar una carrera pública o privada. La fama es un bien escaso, y por tanto es cara y difícil de alcanzar. Hace falta tener mucho poder e invertir mucho dinero para ser famoso, para que la gente te reconozca en la calle o al entrar en un restaurante. Además, la memoria es corta y la gente se olvida pronto de ti. Ingentes cantidades de tiempo, esfuerzo y dinero, invertidas en fama se esfuman en pocas semanas o meses.

Con todo, sin fama no vas a ninguna parte. Más de una vez ocurre que, para descartar a un posible candidato electoral, se use como argumento que no lo conoce nadie. Y está descrito que en muchas ocasiones la gente elige a ciertos candidatos por la sola razón de que son conocidos. Así que aquel viejo dicho de que es bueno que hablen de uno aunque sea mal, tiene su parte de razón.

Quizá por eso hoy día, igual que en tiempos de Cervantes, hay personas que corren tan cegadas en busca de la fama que, sin darse cuenta, terminan perdiendo su honra. Aunque otras lo hacen muy conscientemente e intercambian su fama por su honra. Sin duda Sancho Panza hubiera ido voluntariamente a un reality show, y Don Quijote le habría hecho ver que, de esa manera, conseguiría ser famoso, aunque infame.

En lo más bajo de la pirámide social de la fama están los que tienen que infamarse para ser famosos. Las zonas intermedias las ocupan quienes consiguen que se hable de ellos cuando lo desean. Esas zonas son el hábitat de los artistas y de los políticos. Quienes viven en ellas pueden convocar a los periodistas para vender su libro, su película o su candidatura, y los periodistas acuden a sus convocatorias. En estas zonas sales en los medios cuando quieres, pero tienen el inconveniente de que también sales cuando no quieres. Las zonas más altas de la pirámide de la fama son aquellas en las que puedes conseguir salir cuando quieres, y no salir cuando no quieres. Ahí está el verdadero poder.

Cuando se dice que un determinado escándalo quita poder a una poderosa institución nos estamos perdiendo el dato más importante, y es que la institución ya había perdido su poder anteriormente, en la medida en que no ha sido capaz de evitar que se produzca el escándalo. No digo ya de evitar la situación que da lugar al escándalo, sino el conocimiento escandaloso de esa situación cuando la misma ya se ha producido.

El verdadero poder es tan capaz de mostrar lo que quiere que veamos, como de ocultar lo que quiere que no veamos. Todo esto viene a que el otro día pude leer un reportaje sobre el anterior presidente de la patronal española, actualmente acusado por la justicia de apropiación indebida. Resulta que el que fuera hasta hace unos meses presidente de todos los empresarios, es un hombre que gestionó mal sus empresas, que invirtió su capital en sectores de la economía con los cimientos de barro, que mantuvo relaciones con el poder político impropias de un liberal y que presuntamente cometió delitos. Y resulta que en ese hombre depositaron democráticamente su confianza los grandes empresarios de nuestro país para que los representara.

Observará el inteligente lector, o lectora, que en nuestro país se habla mucho de los problemas de los sindicatos, de las organizaciones del mundo de la cultura, de los políticos, y hasta de algún yerno famoso. Pues nada, poderes medianos. El verdadero poder es el que tienen quienes son capaces de impedir un auténtico debate social sobre qué tipo de economía puede poner en marcha una clase empresarial como la nuestra, sobre todo considerando su olfato político para elegir a sus representantes y su olfato económico para elegir sus inversiones.


José Andrés Torres Mora es diputado socialista por Málaga y portavoz de Cultura en el Congreso

>> Vea el blog de José Andrés Torres Mora
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