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La otra tragedia del 11-M

La otra tragedia del 11-M

martes 13 de marzo de 2012, 08:07h
Papa. Sin acento y con letras blancas sobre el fondo azul de la pantalla de 2,2 pulgadas del teléfono móvil. Papá. La única palabra que se le podía entender entre el llanto  a aquel joven tendido en la camilla que bombeaba sangre, abriendo y cerrando frenéticamente su mano derecha, como si en ello le fuera la vida. Papa.  Permanecía escrita impasible mientras el Nokia Tune sonaba sin parar entre los restos de la masacre. El muchacho que donaba sangre confesó que no tuvo valor para contestar aquella llamada de un padre desesperado que, poco después de las 8:00 horas del 11M2004  intentaba hablar con su hijo. No tuvo valor pulsar la tecla verde y comunicarle  que, desgraciadamente, su hijo yacía allí mismo, sin vida, a su lado y junto al minúsculo aparato telefónico . Casi no se perdonaba que la ruleta de la fortuna le hubiera salvado a él pese a que viajaba en el mismo tren del viajero que nunca más podría contestar la llamada. Por eso donaba sangre, lo único que se le ocurrió hacer aquella mañana tras abandonar atolondrado y desorientado, pero milagrosamente ileso, la madrileña estación de Atocha. La enfermera que le atendió recordaba ayer entre lágrimas la escena que vivió aquel día horrible. No lo va a olvidar mientras viva. Como no lo olvidará su donante que ofrecía su sangre para hacerse perdonar por estar vivo. No lo olvidará aquel "Papa" que llamaba al móvil de uno de los 191 muertos de aquella horrible masacre. Ni tantos otros que como él intentaron comunicar aquella mañana con los teléfonos móviles de las víctimas durante horas, antes de emprender la ruta de los hospitales o el camino de la morgue de IFEMA. No será posible el olvido de un horror tan arbitrario e indiscriminado en las casi 1.800 víctimas que sobrevivieron y siempre recordarán  las horas más tristes de sus vidas.  Ni sus familias y amigos.

Pero tantos recuerdos, tanto dolor, tanta rabia, no nos han servido para unirnos. A la tragedia que tantas personas viven cada día por la ausencia de un ser querido tan injustamente asesinado, a la tragedia que se revive cada 11 de marzo, se une la otra tragedia: la de la desunión entre las víctimas, entre sus asociaciones, entre los grupos políticos, en la sociedad. Año tras año esta segunda tragedia se repite en tantos actos conmemorativos como se celebran. En todos, institucionales o no, siempre falta alguno que no quiere estar con los demás, ya sea autoridad, asociación de víctimas, representante sindical, responsable político. Como si uno recordara solo a unos muertos y heridos y no a otros; como si se diera el pésame o el aliento solo a unas víctimas o unas familias de damnificados, pero no a las otras. Como si el que convoca, organiza o asiste a un acto considerara ilegítimos, falsos, espurios y apócrifos los demás. Y así ha venido siendo casi desde el día siguiente de la barbarie, desde el 12M2004, cuando la política más ruin hizo acto de presencia para utilizar de una manera u otra aquellos terribles atentados. Abomino de esa política miserable que utiliza muertos y desgracias colectivas para hacer cálculos electorales, levantar banderías partidistas, justificar  derrotas propias y victorias ajenas en las urnas, fabular conspiraciones que no existen. Maldigo la política rastrera que impide que las víctimas compartan su dolor y que no  nos permite llorar juntos con todos los damnificados sin exclusión de ninguno de ellos,  sin manipular su dolor. ¿Cuántos 11M tendrán que pasar para que se haga la paz y se encuentre la unidad?
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