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La contrición de las once palabras

La contrición de las once palabras

viernes 20 de abril de 2012, 12:07h
"Hay que abrir de para en par las ventanas de la Zarzuela y evitar que éste o cualquier Rey vuelva a sonrojarnos"

Los juancarlistas de toda la vida no habrán sentido jamás un subidón tan fuerte de ternura  y emoción como en ese momento histórico, cuando su Rey y el nuestro, como si fuera un abuelete al que los nietos han pillado fumando, pese a su delicado estado de salud, les mira con los ojos brillantes y les dice eso de: "Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá  a ocurrir."

Los monárquicos  de toda la vida no habrán dado crédito a este docudrama en sede sanitaria en el que un Borbón rompe cualquier tradición regia y entra en el Guiness de la contrición monárquica, entonando un mea culpa ante sus súbditos. Seguro que preferirían no haberlo visto jamás, que sus hijos no se hubiesen enterado, porque no están estos tiempos de decadencia como para destrozar tradiciones seculares. ¿Cómo una majestad, que solo rinde cuentas antes Dios y la historia -este sí, creen ellos, por pleno derecho,  y no aquel dictador Franco, que confiscó tal facultad- se rebaja ante sus súbditos admitiendo errores?

Los republicanos más acérrimos no caben en sí de gozo porque creen haber asistido a una nueva jura de Santa Gadea, en la que el pueblo soberano asume la función del Cid Campeador pidiendo cuentas a un nuevo Alfonso VI, rey de Castilla y León, sospechoso allá por el siglo XI de asesinar a su hermano Sancho II de Castilla. Solo que la conclusión es bien distinta, será cosa de la modernidad y de los cambios en las costumbres, y en vez de dejar al rey puesto andan ya pidiendo referendum para acabar con el trono y sustituirlo por un sillón republicano, disponible para un ciudadano elegido en las urnas.

No me encuentro a gusto en ninguno de los tres bandos aunque sufro una cierta esquizofrenia entre los primeros, los juancarlistas, y, los últimos, los republicanos. Porque, ¿qué hubiera sido de nuestras vidas sin un providencial Juan Carlos que nos hizo fácil la imposible transición? Pero ¿hasta cuándo debemos mantener este anacronismo histórico de soportar a un  jefe de Estado con sitio permanentemente reservado, por los siglos de los siglos, a los vástagos de una sola familia tocada, vaya usted a saber, por qué divina providencia?

El curriculum público de este Rey es impecable y está lleno de servicios a este país. Juan Carlos le ha venido muy bien a España. Pero su agenda privada ha dejado mucho que desear en demasiadas ocasiones, por mucho que entre todos lo hayamos tapado. Y es que lo malo de ser Rey es que no hay manera de quitarse la Corona ni en privado. Y su derecho a la intimidad está recortado por su obligación de ser ejemplar en todo momento. Y si no lo es se rompe el vínculo con los ciudadanos. Por ejemplo cuando se va de safari, invitado por unos magnates con fuertes intereses económico, en un grupo de potentados, en un negociete montado por una amiga, y a matar elefantes. Justo en el momento en que aquí, en  casa España que con tantos miramientos y privilegios acoge, los ciudadanos viven angustiados por el paro, la crisis y los recortes y el Gobierno ya no sabe a dónde agarrarse azotado por la prima de riesgo y las bolsas.

Las once palabras del perdón marcan un punto y aparte pero no un punto y final. El Rey ha sido esta vez sensible a la indignación popular que han generado por sus actos. Pero deberá ponerse a trabajar a toda máquina si no quiere que la gente se divorcie definitivamente de la monarquía. Y vienen tiempos malos porque aún no se ha resuelto el caso Urdangarín y pudiera ser que salgan a la luz implicaciones de la familia aún más profundas de las que se barruntan. Y cada día el personal aguanta menos porque ya es demasiado lo que tiene que soportar por la crisis.

Ignoro cuanta vida le queda a la monarquía en España. Y soy de los que pienso que no debe prolongarse un minuto más allá del momento en que deje de ser útil al país. Y desde luego que no estamos ahora para un debate nacional monarquía versus república. Aunque en algún momento habrá de hacerse. Pero lo que ya es imposible es mantener la opacidad de la Casa Real y el manto protector del que ha gozado el monarca durante tanto tiempo. Hay que abrir de par en par las ventanas de la Zarzuela, aplicar la ley de transparencia y hacer lo que haga falta para evitar que este o cualquier Rey vuelva a sonrojarnos. Juan Carlos sabe muy bien lo que hay que hacer, conoce la hoja de ruta porque él mismo se lo explicó un día al entonces imberbe príncipe Felipe: "Esto de ser Rey te lo ganas cada día". Pues eso.
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