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Silencio, por favor

sábado 23 de junio de 2012, 12:22h
Cuando se es vicepresidente de la Comisión Europea, se han de medir mucho las palabras. Lo saben todos los que han conseguido este suculento cargo, y todos los que aspiran a él. Todos, menos Joaquín Almunia, claro.

Joaquín Almunia se ha dedicado a opinar en las ultimas semanas, con irresponsable ligereza, sobre la crisis económica de España, el rescate bancario, las condiciones que se deberían imponer, los bancos que se tendrían que cerrar y la gente que tendría que ir a la calle, olvidando que, por una mínima cortesía política, no debería hacer referencias a su país, tal y como hacen otros comisarios. Curiosamente esta verborrea crítica contra el gobierno español no la exhibió cuando gobernaba Zapatero, que fue precisamente quien consiguió que Almunia fuese comisario europeo. Entonces estaba callado, ocupado en sus asuntos, y quedando muy bien en la foto.

Las malas lenguas, que haberlas haylas, afirman que estas declaraciones tan partidistas, intentan erosionar al presidente Rajoy, y minar su mayoría absoluta. Muchos politicastros de aluvión, y algunos izquierdistas de cafetería, intentan crear un estado de opinión favorable a un gobierno de concentración. Sueñan con una España Intervenida, gestionada por un gobierno multipartidista y presidido por un europeísta convencido como por ejemplo, Joaquín Almunia.

Dios nos libre. El curriculum político de Almunia es un colmo de desastres. Lo hizo mal como ministro de Felipe González, lo hizo peor como candidato a la presidencia de Gobierno, donde recibió en las urnas una derrota contundente, fue secretario general en los peores años del partido socialista y gracias a Zapatero, tuvo la suerte de encontrar un retiro dorado en Bruselas. Allí tendría que haberse dedicado a sus asuntos, y a no hacer zancadillas al gobierno del Partido Popular.

Es de esperar que la Unión Europea nos salve de este tipo de salvadores que tanto daño nos hacen. Lo que necesitamos aquí es que los políticos abonados al fracaso nos dejen tranquilos y que hablen de otra cosa. O mejor, que no hablen.

Silencio, por favor, señor Almunia. Calladito está usted más guapo.
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