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El rostro de la España de 2020

El rostro de la España de 2020

domingo 20 de enero de 2013, 12:54h
El rostro de esa España que todos queremos construir mejor, más democrática, más limpia, más moderna, tiene ya la barba entrecana, mantiene la mirada serena y comienzan a apreciarse algunos claros en su cabeza. Felipe de Borbón y Grecia, el futuro Felipe VI, cumple dentro de una semana cuarenta y cinco años y muchos periódicos y televisiones preparan ya reportajes especiales glosando este aniversario y la figura del heredero de la Corona. Inatacado, aunque aún algo lejano, me parece que el Príncipe de Asturias es, en estos momentos en los que el sistema se asoma a un peligroso abismo, la gran esperanza. Una esperanza a la que de inmediato hay que dotar de mayor representatividad -no, no hablo de la abdicación del Rey, algo que tantas especulaciones suscita estos días--, de más presencia, de una cercanía que ahora le evitan. 

La última vez que tuve la oportunidad de acudir a una audiencia con el Príncipe, hace apenas dos semanas, comprobé que ninguna de las diez personas con las que allí estuve salía del frío salón de recepciones de La Zarzuela indemne a la evidente simpatía de Don Felipe, y eso que alguna de ellas se había declarado previamente republicana.  Yo no lo soy, pero ello no ciega mi capacidad crítica ante algunos de los muchos errores que la Casa ha cometido, y quizá aún siga cometiendo, en los últimos tiempos. Ninguno de esos errores, creo, puede achacársele a quien, si nada funesto e irreparable ocurre, heredará la Corona de España en unos tiempos muy distintos a los que le tocaron vivir a su padre, Don Juan Carlos. 

Lo que ocurre es que Felipe de Borbón está como maniatado. Nada puede decir del derrumbe patente de los grandes partidos en España merced a la ineficiencia, a la inepcia y a las muchas corrupciones y corruptelas -él ha sabido salir indemne de las salpicaduras del bochornoso 'affaire' en el que está implicado su cuñado, Urdangarín, que también han afectado a su hermana, doña Cristina-que han ensombrecido la política en los últimos años. Y en los últimos días. Ni puede hablar, excepto, claro, en privado, sabiendo que nadie va a reproducir lo que opina, del riesgo de desplome territorial que nos acecha, merced al desvarío mesiánico de algún político de tercera -o cuarta-categoría, rodeado de una camarilla simplemente indeseable (y esto, claro, lo digo yo, que ni de lejos cito palabras que otros no han pronunciado). 

Y esa situación de impotencia, esos silencios impuestos, un cierto hieratismo al que contribuye la forzada rigidez de quienes más le rodean -no se puede impunemente ser Príncipe, medir casi dos metros, ser hijo de alguien tan extrovertido como Don Juan Carlos y estar rodeado de una Corte algo triste y solemne--, nos impiden conocer mejor la dimensión humana del heredero. Que sabe que no podrá reinar como su padre, ni como los herederos de otras casas reales europeas, entre otras cosas porque su prestigio es mayor que el de la mayor parte de quienes lucirán la corona, o pretenden hacerlo, en otras monarquías del continente. Y él necesita, más que esos otros 'colegas' suyos, de ese prestigio aquí y ahora, cuando los españoles nos interrogamos sobre tantas cosas hasta ahora aparentemente asentadas. 

Con la de cosas que están pasando en este país asombrado y aprensivo, que recela todo del futuro que no comprende, me parece que este cumpleaños de un Príncipe que ya ha entrado hace tiempo en su plena madurez, debe hacernos meditar precisamente acerca del porvenir que queremos darnos, que podemos darnos, y no del que algunos quieren imaginar para nosotros. Necesitamos reformas en profundidad en muchos órdenes y aspectos, y pienso que solamente una garantía de continuidad en la forma de Estado puede propiciar la posibilidad de esos cambios que, en el fondo, han de ser El Cambio. 

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>> El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>
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