El
pasado viernes, cuando
Rajoy preparaba la reunión de la dirección del
PP sobre las cuentas de
Bárcenas, tenía ante sí un endiablado abanico de
posibles opciones: desde defenderse en solitario, hasta defender a todo
el partido, pasando por exigir profundizar la investigación en curso,
entre otras. Finalmente ha elegido una que, siendo hidalga desde su
posición personal, es de alto riesgo para su Gobierno: defensa personal a
rajatabla pero ligada a la de toda la cúpula del PP. Supongo que sus
asesores han usado el método de proyección de crisis y han concluido que
las otras opciones acababan siendo más dañinas a mediano plazo para el
partido, pero la opción elegida es un órdago a la grande de
imprevisibles consecuencias.
Porque
se juega toda su credibilidad a tratar de demostrar que la contabilidad
oculta de Bárcenas es falsa o bien no refleja en absoluto la
circulación de dineros en la cúpula del PP. Es decir, se ha metido en un
callejón sin salida. Porque ha puesto su confianza en que un proceso
judicial no podrá demostrar que hubo circulación de dinero al margen de
la contabilidad oficial (la que se declara a Hacienda). Sin embargo,
incluso en el caso de que eso pudiera darse, ya ningún ciudadano común
se cree que Bárcenas no fuera capaz de hacer dobles contabilidades o que
no fuera capaz de entregar "incentivos" informales a los miembros de la
cúpula del PP por su exceso de trabajo. Y si Bárcenas era capaz de
hacerlo es difícil creer que no lo haya hecho, cuando hay indicios
abundantes de que así sucedió.
Es
decir, Rajoy nos echa encima la enorme tarea de separar lo fundamental
de lo accidental, para hacernos un juicio mental justo de esta
desgraciada situación. Porque muchos creemos lo fundamental: que Rajoy
no miente cuando asegura que no está en la política por hacer dinero y
que su comportamiento corresponde fundamentalmente a un político
honesto. Pero hoy eso está estrechamente ligado a la demostración de que
Bárcenas no distribuyó incentivos en el PP a su modo y manera. Y eso
parece difícil de creer y aún de demostrar. Pues bien, al ligar su
honradez personal a la negación de la veracidad de los hechos que hoy se
conocen, Rajoy puede estar atándose un pesado lastre a los tobillos que
le pueden hundir sin remedio, arrastrando con él al Gobierno de España.
A menos, como digo, que nuestro juicio político sea tan fino que nos
permita separar ambas cosas y concluir que Rajoy debe salvarse como
gobernante honrado, evitando así unas indeseables elecciones
anticipadas, aunque se demuestre que Bárcenas repartió a su aire dinero
en la cúpula del PP.
Como
imaginarán, no confió mucho en que los españoles tengamos esa finura de
juicio político. La tentación de usar este caso para tirar abajo el
Gobierno de Rajoy es demasiado grande entre las fuerzas políticas de
oposición. Peor aún, también es una gran tentación para los críticos de
Rajoy en los círculos de la derecha social y política del país. En
realidad, esto último guarda relación con la decisión de Rajoy de ligar
su defensa personal con la de toda la cúpula partidaria. Es fácil
imaginar que muchos ejecutivos del PP estarán ahora usando la conocida
tesis de "aquí nos salvamos todos o no se salva nadie".
Pero
al ligar la defensa de su honradez personal a la de toda la cúpula,
Rajoy está ligando su suerte a la evolución del caso Bárcenas, como
afirma acertadamente
Pérez Rubalcaba. La gran cuestión consiste en saber
si el PSOE se va a jugarse por hacer esa separación que mencionamos
entre lo fundamental y lo accidental o bien va a usar el inevitable
error de Rajoy de ligar las dos cosas, para crear las condiciones que
justifiquen la dimisión del Presidente de Gobierno.
En
todo caso, los demonios familiares de la cultura política española
están de fiesta: ¡adiós a la posibilidad de un pacto de Estado en estas
condiciones! Ese tipo de acuerdo tendría que esperar, como mínimo, hasta
el resultado de las elecciones anticipadas.
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