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Religión y laicidad (I)

Religión y laicidad (I)

lunes 29 de octubre de 2007, 10:59h
A los amigos de Encrucillada, revista gallega de pensamiento cristiano, por tantas cosas compartidas

Las proximidades electorales tienen estas cosas. El clamor de los políticos, en este húmedo y suave otoño, suena más a gallinero alborotado que a coro bien afinado. No sólo Mariano Rajoy Brey llama a su primo el físico nuclear (el bueno de Javier Brey, el aludido, nunca se viera en otra), cada fuerza política ya tiene a sus afines acudiendo en su socorro, como puede ser, en el caso de Rodríguez Zapatero, la Unidad Teatral de Emergencias, con secciones de guardia que se materializan en todas las comparencias de fin de semana del presidente y secretario general.

Por su parte, la Acorazada Mitrada, tan afín al PP, vivió ayer, en la romana Plaza de San Pedro, con la beatificación de 498 víctimas de la Guerra Incivil, su momento de triunfo. Naturalmente, a mayor gloria de Dios, el bien de las almas y para edificación del pueblo cristiano. Aunque sólo se tratase de una coincidencia temporal –no seamos suspicaces— con la inminente aprobación parlamentaria de la Ley de Memoria Histórica tan (in)necesaria y tan objeto de controversia como las beatificaciones de marras.


Los apocalípticos de todo pelaje y condición, los meapilas religiosos y los meapilas laicos se lo están pasando de miedo. Cada uno ve en su contrario la imagen previa que se ha construido de él. Eso ayuda mucho en la controversia, claro. Los meapilas religiosos (que políticamente no están todos en el PP, ¿verdad, Pepe B.? ¿No es cierto, Paco V.?) presumen de que su triunfalista acto deja en su sitio y con las vergüenzas al aire a esa caterva de descreídos laicistas antirreligiosos, suma y compendio de todos los males de Sodoma, Gomorra y del madrileño barrio de Chueca, amparada por el PSOE, auténtica Sinagoga de Satanás.

Por su parte, los meapilas laicos (no todos en el PP y en formaciones más a su izquierda), dan saltos de contento y retozan cual priápicos faunos en mitad de un rebaño de ninfas en bolas. ¡¡Ya lo habíamos dicho nosotros!!, se alborozan como Arquímedes al flotar en su bañera, ¡¡los católicos han sacado su lado más oscurantista e incivil!!. ¡¡Viva la España laica, antitabáquica y civil!!. Pues que viva, ¿por qué no?.


El día antes, sábado 27 de octubre, tres centenares de mujeres y de hombres, en Santiago de Compostela, acudían al XXII Foro Religión y Cultura, que organiza la Asociación Encrucillada. El de este año estaba dedicado a “Religión y Laicidad”, el tema del momento, el que levanta controversias, sino en la sociedad española, sí en los estamentos políticos y mediáticos. Matrimonios homosexuales, divorcios por mutuo acuerdo, beatificaciones en masa, la asignatura Educación para la Ciudadanía, la Ley de la Memoria Histórica, la financiación de la Iglesia Católica, etc, etc..., los pliegues de un mismo e imaginario telón de fondo que cerraba el escenario, desde el cual, tres relatores: el politólogo Xosé Luis Barreiro Rivas (Religión y Laicidad desde la política); el filósofo José Antonio Marina (Religión y Laicidad desde la filosofía); y Francisco Javier Vitoria Cormenzana (Religión y Laicidad desde la teología) analizaron las diferentes facetas del tema propuesto.


Encrucillada es una asociación de creyentes gallegos, que intenta reflexionar libremente desde y para su fe sobre los signos siempre cambiantes de los tiempos. Y lo hace con honradez, apertura mental y espíritu evangélico, sin catastrofismos, dando al César lo que es del César y a Dios lo que es Dios.

Los tres relatores coincidieron, cada uno desde su especialidad, en que en la España del siglo XXI, más allá de todos los apriorismos habidos y por haber, el único espacio en el que la Religión puede y debe moverse para, en el caso de los cristianos, no perder ni su sustancia última ni su propia misión, es el de la laicidad. El espacio laico, común a todos, sin excepciones y sin privilegios. Y es en ese espacio no sacral donde los cristianos, los seguidores de Jesús de Natzareth, viven y celebran su fe. Es obligación del Estado –no sólo entendido como poder(es) público(s) sino como plasmación del consenso social—quien garantiza (el columnista, a título personal, sostiene que debería fomentarlo) el ejercicio del derecho a vivir y proclamar, tanto individual como colectivamente, la fe. Y también el derecho a la increencia. Primera colleja a los meapilas de uno y otro signo. Materia que queda para la siguiente entrega.
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