Ya
sabemos que las buenas noticias no son noticia. Excepto, claro, cuando todo son
malas noticias, y el rayo de esperanza es tan tenue que constituye una novedad,
no la normalidad habitual. Entre los muchos efectos perversos del 'caso
Bárcenas', al que habría que unir los de Urdangarín, Convergencia, ERE y un
enorme etcétera, hay que contar que están acaparando los titulares, todos los
titulares: nada parece ser digno de imprimirse, o de comentarse en los medios
audiovisuales, si no está relacionado con el ex tesorero del PP o, al menos,
con algún otro caso de corrupción política. Y, sin embargo, ocurren otras cosas
que hablan de que la vida, esa bella vida, sigue. Y aquí me va a permitir,
amable lector, aportar mi experiencia personal.
Hace
apenas unas horas, en la sede de la
Escuela de Organización Industrial, entregamos a diez
personas los premios de un foro en el que participo, procurando alentar a los
emprendedores, difundiendo lo que hacen y facilitando los contactos entre
ellos. Era el cierre de un curso que ha durando un año y tres meses, en el que
hemos recorrido toda España buscando casos de emprendedores y dándolos a
conocer en nuestras publicaciones. Lo voy a decir de una vez: ha sido la
experiencia más apasionante de mi vida profesional como periodista. Porque, en
general, a políticos y a periodistas nos ocurre que rara vez salimos de nuestro
estrecho círculo de relaciones, y no es frecuente que estemos en contacto con
otras realidades, con lo que hacen las personas ajenas a nuestras profesiones y
acaso ajenas también a nuestras inquietudes y nuestra forma de vivir. Y, en
esta gira por España, en la que hemos recorrido veintiséis mil kilómetros,
hemos participado en cincuenta y cuatro actos con emprendedores y hemos
albergado a más de cinco mil de ellos, puedo asegurarle, amable lector, que
hemos conocido probablemente la savia de la única revolución que puede
salvarnos: el cambio de una mentalidad funcionarial por otra emprendedora.
Entiéndame
usted; no es que ser funcionario sea malo. Es que ya se está poniendo muy
difícil, porque el recorte principal afecta a la función pública. Y aquel 70
por ciento de jóvenes que, en una encuesta aparecida hace dos años, confesaba
que ser funcionario del Estado era la principal aspiración de su vida, se ha reducido
ahora, me dicen, a menos del cincuenta por ciento. ¿Que muchos quieren ser
emprendedores acuciados por la necesidad, por las ganas de trabajar y huir del
paro? Naturalmente. Pero ya digo que, en el trato con bastantes de esos cinco
mil jóvenes y no tan jóvenes asistentes a nuestros actos, en cuyas mesas
rectoras figuraban presidentes de autonomías, alcaldes, líderes empresariales y
de los trabajadores autónomos, hemos encontrado auténticas historias
ejemplares. Gentes que no saben de vacaciones, que han capitalizado el paro,
que han acudido a sus familiares y amigos para financiar los inicios de la
realización de sus sueños. Unos sueños que consisten en crearse su propio
puesto de trabajo, y quizá algunos más, emprendiendo. Y haciéndolo en cualquier
sector, que no todos van a ser 'tecnólogos' aspirantes a émulos de
Steve Jobs:
hemos encontrado a gentes que pretendían instalar una cadena de panaderías,
crear webs con servicios inéditos, poner en marcha una academia de corte y
confección y/o innovar en los campos más diversos. Toda una experiencia para
quien, como yo mismo, andaba mirando siempre hacia los despachos oficiales u
oficiosos en busca de noticias: la noticia cotidiana son estos rostros anónimos
que, sospecho, son los que sacarán al país adelante.
Algunos
de aquellos a los que conocimos hace un año ya no están. Han fracasado. Pero el
verdadero emprendedor sabe, con Einstein, que del fracaso se aprende, mientras
que del éxito se puede morir ensoberbecido. Quizá faltó convicción, sin duda
carecieron de los apoyos necesarios -la financiación, ya sabe usted, no es cosa
sencilla en los tiempos que corren--, acaso la orientación del negocio estaba
mal aconsejada. Pero la mayoría, año y medio después de que los hubiéramos
conocido, sigue adelante. Van tirando. Aunque algunos, los menos, hayan topado
con un éxito fulminante: funcionó la fórmula, funcionaron las asesorías y llegó
la ayuda que ya empiezan a ofrecer instituciones y empresas.
El
caso es que el emprendedor no tenía, en la España de los hijosdalgo -que no es tan antigua
como podría presumirse--, buena fama. Como el empresario, que no es siempre
exactamente lo mismo que un emprendedor. A unos se les alineaba a la derecha y
a los otros, a los trabajadores por cuenta ajena, se les presentaba como protegidos
por la izquierda y los sindicatos 'de clase'. Y yo creo que la verdadera
revolución que hemos ido palpando en las tierras de España es esa: izquierda y
derecha ya no definen relaciones laborales 'clásicas', el
empresario/emprendedor viene a ser lo mismo que sus trabajadores, es uno de
ellos, aunque con una carga extra de responsabilidad y no siempre con una mucho
mayor compensación económica.
Tener
que dilucidar entre cientos de casos ejemplares para encontrar a diez
'premiables' fue la buena noticia que me sacudió en las últimas horas, mientras
por otro lado me embargaba la angustia de las peleas mediáticas a cuenta del
'caso Bárcenas', de la quiebra institucional y territorial de España. Entregar
esos premios a emprendedores que, la verdad, he comprobado que pasan bastante
de inquietudes que les sobrevuelan, era como contactar con esa sociedad civil
que es la que hace que las naciones se desarrollen, que exista la prosperidad e
impere una democracia avanzada. Lo que ocurre es que aún harán falta muchos
actos de fomento de emprendedores para que los partidos, las castas, los
sindicatos, algunas patronales instaladas en lo de siempre, reconozcan el
avance de la revolución mental a la que antes me refería. Y puedo asegurarle
que sin esa revolución, tan gradual y silenciosa, que tanto se encoge de
hombros a base de no entender casi nada de lo que hacen sus representantes
oficiales, sin ese cambio absoluto de mentalidad, este país nuestro no avanzará
un milímetro.
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