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Nadie gana, perdemos todos

Nadie gana, perdemos todos

miércoles 17 de julio de 2013, 19:15h

El morbo de la reunión entre Mariano Rajoy y los empresarios está en adivinar si alguno o algunos de los 16 influyentes invitados del presidente del Gobierno han contribuido a financiar ilegalmente mediante "anónimas" donaciones  al PP. O incluso si parte de esos supuestos óbolos ha servido para engrosar los emolumentos pasados del ahora jefe del ejecutivo. Con lo que el pomposamente llamado Consejo Empresarial para la competitividad además de un órgano asesor del presidente no dejaría de ser para algunos un  ámbito de cuestionables sobreentendidos. La reflexión puede ser tachada de rebuscada o malintencionada pero nadie podrá negar que el presidente del Gobierno está bajo sospecha, escójase la parte que se quiera de esta lamentable y truculenta historia de Bárcenas y Gürtell, claves del descorazonador debate nacional que padecemos. Hagamos caso o no a Pinocho-Bárcenas, que miente más que habla (y ese es su derecho constitucional como reo) consta la certeza de al menos cuatro cosas: Rajoy ascendió a tesorero Luis Bárcenas en el PP; Rajoy puso la mano en el fuego por Bárcenas de quien dijo que no se demostraría su culpabilidad; Rajoy contestó a Bárcenas por sms con un "sé fuerte" cuando ya sabía lo de sus muchos millones fraudulentamente escondidos en Suiza, y, a día de hoy, el presidente del Gobierno ni se ha lamentado ni ha pedido públicas disculpas por cobijar, amparar, no controlar y no renegar del enemigo público número 1. Ni un leve asomo de  imitación de aquel "lo-siento-mucho-me-he-equivocado-y-no-volverá-a-ocurrir" con el que el Rey Juan Carlos asumía culpas y prometía rectificaciones  tras aquella memorable metedura de pata, rotura de cadera incluida, de Boswana. En su momento de algo le habría valido al hoy huidizo presidente tomar nota y proclamar su personal mea culpa. Es verdad que la inusitada contrición real no tiene precedentes en la clase política. No lo han hecho recientemente ni Josep Antoni Durán i Lleida, pese a la sentencia sobre Unió democrática de Catalunya ni José Antonio Griñán, por el escándalo aún en fase de investigación judicial de los Eres. Aunque lo más parecido en el tiempo a esta grave crisis presidencial se vivió en tiempos de Felipe González. Tampoco escuchamos los viejos del lugar solicitud de perdón ni asunción de responsabilidades al presidente González ni por Luis Roldán, el ladrón, ni por Filesa, la financiación ilegal del PSOE. Pero estos escándalos le pillaron al líder socialista al final de trece años largos de mandato y tras tres mayorías absolutas. Y Rajoy no ha llegado ni al ecuador de su primer mandato, eso sí con mayoría absoluta. Demasiado camino por delante a recorrer con la credibilidad hecha trizas y los tribunales investigando. Aquel enigmático "todo es mentira salvo algunas cosas" con el que el jefe del Gobierno y presidente del PP salía al paso de las primeras acusaciones de cobro de sobresueldos en el partido y financiación ilegal empieza a volverse del revés. Las investigaciones judiciales están otorgando veracidad a casi todo el contenido de los papeles de Bárcenas inicialmente publicado por El País y cada vez son menos cosas las que parecen mentira.

Un presidente del que se sospecha que nos ha mentido intenta huir ahora del debate parlamentario sobre el foco de corrupción en su partido proclamando solemnemente que garantiza la estabilidad parlamentaria y asegurando que no aceptará chantajes al Estado. Son sus escudos ante el acoso de la oposición y el desprestigio popular. Sus acólitos intentan fumigar al PSOE diciendo que su anunciada moción de censura es una especie de golpe de Estado y que Rubalcaba y los suyos son marionetas de Bárcenas, quien gracias a ellos podría vengarse de los suyos. Es la forma de que se vuelva en un su contra una maniobra de alto riesgo en la que el PSOE puede quemarse aún más si no consigue liderar y aglutinar a todos los grupos de la oposición en una exigencia unánime de explicaciones veraces y de disculpas por parte de Mariano Rajoy. Porque la petición de dimisión presidencial no la compra nada más que Izquierda Unida. La iniciativa de Rubalcaba es extrema ante una situación extrema. Sin duda le afianza entre los suyos al adoptarla, aunque el mismo sabe que las cañas de hoy puedcen tornarse en lanzas si no sale del todo bien. Su triunfo no sería la votación de un nuevo presidente del gobierno sino simplemente que el actual, el que legítimamente ejerce por el respaldo de las urnas, diera al menos la cara en el Parlamento, asumiera responsabilidades por el patrocinio a tan nefasto tesorero y anunciara la colaboración leal y real de su partido con la justicia para aclarar la cada vez más evidente financiación ilegal del partido en el Gobierno. Demasiado conociendo al protagonista y constatando los precedentes en los que nadie asume culpa de nada. No deja de ser lamentable que se monte toda esta bronca simplemente para que el presidente del Gobierno vaya al Parlamento a hablar de lo mismo que habla con rabia toda la ciudadanía. Pero o hay un cambio radical en Moncloa o seguirán con la ley del silencio y la referencia a esas supuestas explicaciones rendidas por el presidente primero en una pantalla de plasma y, después, en lectura de un escrito a una pregunta pactada con un periódico. De su  escasa consistencia da idea el hecho de que ni en otra ni siquiera se citaba al incómodo ex tesorero. Sería patético que el presidente no asistiera o no tomara la palabra, tal y como le autoriza el Reglamento, si llega a debatirse esa moción de censura. Pero parece que sus asesores Pedro Arriola y Carmen Martínez Castro siguen empecinados en esa estrategia de echar lodo contra la oposición mientras ganan tiempo. Pero se arriesgan a soportar una tremenda bronca de final de curso y una peligrosa emboscada parlamentaria al inicio del que viene mientras crece la indignación en una ciudadanía perpleja y harta de la clase política. Con un resultado claro: nadie gana, perdemos todos.

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