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El atlas de las mariposas

El atlas de las mariposas

sábado 12 de julio de 2014, 21:44h
La metáfora más hermosa sobre la belleza y su caducidad material creo que es la de la mariposa. Ella desciende de la fealdad rugosa de la oruga, y cuando le nace el vestido multicolor, maravilloso, ya encuentra su viaje hacia la nada. Como dice Wislawa Szymborska, en un libro lúcido y bello, "Siempre lecturas no obligatorias", pronto tendrá lugar la danza aérea del celo, tras la cual morirá, porque la naturaleza no quiso concederle fuerzas para alargar su vida. Como otros seres, una vez cumplido el hecho reproductor, muere. Como dice Szymborska parte hacia una eternidad que, a buen seguro, no es mejor que la nuestra.

    Decía Teilhard de Chardin, en generosa radiografía metafísica de la especie, que no somos seres humanos teniendo una experiencia espiritual, sino que somos seres espirituales teniendo una experiencia humana. Ojalá sea por eso que cuando contemplamos la belleza algo dentro nos dice que habrá de persistir. La mariposa se marchitará pero quedará su belleza viva, en forma de idea, alimentando por tanto nuestro espíritu.

Aunque le arranques los pétalos, no quitarás su belleza a la flor, dice el gran Tagore. Aunque cacen, envenenen, claven su cuerpo en alfileres, extiendan sus alas, la belleza de las mariposas, libres por el jardín, revoloteando por los árboles, podrá vivir dentro de mí, agarrada a la infancia, capaz de producir un gozo que puede traspasar las sensaciones de la carne.

Eso creo, o mejor eso siento, frente a ciertos espectáculos de la vida. El fuego, el mar, los valles solitarios, las cúspides lejanas, el silencio murmurador de los olivos...Y sobre todo el recuerdo del sol, el viento, la yerba, los patios de geranios y rosas, el agua, la alegría multicolor de las mariposas libres por los arbustos...

Habrá quien me diga que veo cosas que no hay, claro, pero pienso que depende desde donde se mire la realidad. Si desde dentro o desde fuera. El maestro Emerson decía que aunque viajemos por todo el mundo para encontrar la belleza, debemos llevarla con nosotros para poder encontrarla. Es el camino, como alecciona Sócrates, del hombre sensible hacia el espíritu.

    Los místicos, los poetas metafísicos, nos enseñaron a encontrar el gozo en la belleza. Es un gozo interior que al morir la belleza no muere. Por eso cuando veía de niño el atlas de las mariposas, y observaba con pena esa belleza clavada, arrugada, vencida por el cazador, también sonreía porque las mariposas me recordaban el sol, los días azules, los juegos en el campo, la naturaleza libre descansando de nosotros, de nuestros duros alfileres. La belleza no hace feliz al que la posee, sino a quien puede amarla y adorarla, decía un personaje de Herman Hesse, de cuyo nombre no puedo acordarme.
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