Es muy difícil engañar a nuestros conciudadanos contándoles la historia como no pasó, porque existe una memoria familiar imborrable en cada casa sobre un siglo de vida española real. En los archivos están los documentos microfilmados, en las hemerotecas los impresos, en las bibliotecas las viejas enciclopedias. No hay una amnesia documental fabricada por los falsificadores de la historia porque, como en la novela de George Orwell, aquí no hubo un Gran Hermano con sus funcionarios dedicados a reinventar el pasado. Eso solo sucedió en la Rusia de Stalin, donde la “Enciclopedia Soviética” iba transformando el pasado del mundo de acuerdo con las instrucciones del mando.
Aquí es más potente el recuerdo del bisabuelo que cayó en la guerra de África, el del abuelo que se asombró viendo la Exposición Internacional de Barcelona, la bomba anarquista en la boda del Rey, la taberna donde fundó el socialismo Pablo Iglesias, el primer partido del Real Madrid visto en una televisión en blanco y negro, el primer viaje en un coche familiar fabricado en España, el primer teléfono portátil, las primeras elecciones en que los jóvenes inconformistas pudieron manifestarse a gusto votando como diputado al viejo Santiago Carrillo, etc. Todos sabemos lo que pasó, como pasó y gracias a quienes pasó como pasó.
Los efímeros recuerdos republicanos no tienen iconos estimulantes. Sus personalidades republicanamente representativas son solo sombras de frustración. Azaña, dimitiendo tras pedir “paz, perdón, piedad”, Prieto sentado sobre su botín en Méjico, devolviendo la maleta de José Antonio Primo de Rivera, el digno presidente de las Cortes, Besteiro, permaneciendo en Madrid hasta el último día como un ejemplo que avergonzaría al resto, los albaceas de Negrín entregando en la Embajada los recibos del oro depositado en Moscú. Ni estéticamente ni épicamente resultan símbolos activos sino depresivos de un republicanismo que quiso haber sido y no fue nada.
Por ello, las sucesivas generaciones de jóvenes rebeldes no pudieron hacer posters con sus imágenes y recurrieron a fantasías exóticas, con Trotski, Mao o Che Guevara, con más delirios de política ficción que republicanismo práctico. Dentro de la estrategia del engaño se mueve ese falso republicanismo con que se disfrazan, en la actualidad, los frentistas del populismo. Al igual que el tosco Nicolás Maduro disfraza como bolivariana a su demagogia venezolana y solo engaña a quienes no conocen la auténtica y compleja biografía de Simón Bolívar, sus émulos españoles se manifiestan como beatos de una República que no conocieron cuando lo que pretenden promover es el mismo frentismo populista que pulverizó a la II República. No solo pretenden contarnos las cosas como no pasaron sino vendernos como no pasarán si llegasen a romper el marco constitucional.
Hemos tenido que llegar, ochenta años después, a que fabuladores como Ada Colau o Pablo Iglesias Turrión intenten volver con sus cuentos chinos a intentar la falsificación de la historia a base de cambios de rótulos y mobiliario. Sin contar con la memoria común del pueblo español el empeño resulta grotesco. La memoria histórica del republicanismo es solo un montoncito de cenizas a los pies del colosal edificio de una de las más grandes y más antiguas naciones de Europa que nunca dejó de ser ella misma, con todas sus tragedias y sus triunfos, superviviente con pragmatismo a todos los gozos y las sombras de su gran historia.
Si (
No(
