
Ya estamos a sólo un par de telediarios de la Gran Cabalgata de SS.MM. los Reyes Magos de Oriente. Entrañable acontecimiento, mis amadísimos, globalizados, megaletileonorisofiados y epifaneados niños y niñas que me leéis, con el que se pondrá fin a estas no menos entrañables fiestas navideñas. Pasará la festividad del 6 de enero y, el lunes 7, dará solemne comienzo la temporada de las rebajas. Y, así, por fin, las clases bajas volverán a sus habituales ocupaciones, esas que, bajo la vigilante mirada de nosotros, los empresarios, hacen que se mantenga el Pé-I-Bé.
Pero, eso sí, es el momento de celebrar adecuadamente la festividad de la Epifanía del Señor. O sea, la manifestación (que en griego es lo que quiere decir Epifanía); aunque, en el ámbito religioso, manifestación sea una palabra que hay que traducir por concentración y/o celebración, según difunde a los cuatro puntos cardinales la cadena mitrada.
En fin, Pilarín… Que toca manifestarse, hacerse presente, en estos dos días en los que vosotros, los de abajo, consumís los últimos restos de turrones, polvorones y mazapanes, mientras andáis a la caza de quién sabe si una olvidada botella de cava o de sidra achampañada.
Los santos y doctos prelados de Nuestra Santa Madre la Iglesia Católica, Apostólica y Romana se han epifaneado convenientemente. Cosa que, evidentemente en sentido contrario y laico, lo ha hecho el Gobierno de España y el partido que le apoya. Otrosí cabe decir del Partido Popular de las Españas, que está a la que salta, siempre dispuesto a poner a caldo concentrado a la muchachada de ZetaPé.
Anoche –hora española—en el estado Iowa, los electores locales se empezaban a manifestar sobre las candidaturas a la presidencia del Imperio USA. Los republicanos, gentes de orden, barbacoa sabatina y oficio religioso dominical, se han epifaneado a favor de Mike Huckabee, que había sido algo así como un neocatecumenal Kiko Argüello, pero en protestante, eso sí, sin guitarra y sin perpetrar cuadros. Como también lo han hecho los demócratas (versión norteamericana de los sociatas españolas) que andan a la busca de un ZetaPé que llevarse a la Casa Blanca.
El que salió más bien librado ha sido un candidato de color (de color negro, aclaro) Barack Obama, que le ha pasado por delante a la Hillary Rodham Clinton. La buena señora, a la que, en los EE.UU., muchos consideran algo así como la madrastra de Snowhite (o sea, Blancanieves), pero en rolliza abogada doblada de senadora, lo tiene crudísimo en su particular carrera para regresar al número de 1.600 Pennsylvania Avenue NW (Washington, DC) y ocupar el Despacho Oval, aunque sin becarios debajo de la mesa.
Y como gran florón de esta serie de epifanías, la de Su Majestad el Rey, q.D.g., don Juan Carlos I. Nuestro soberano entra ya en la condición cronobiológica de septuagenario. Vamos, que cumple 70 tacos. Eso sí, en pleno uso de sus facultades físicas y mentales, que a estas alturas está hecho un chaval y sigue en condiciones de patronear el Bribón en las regatas de vela de la Bahía de Palma.
Nacido en la noche de Reyes, el Rey de España ha sorteado toda suerte de peligros y de situaciones complicadas. Debió ser una conjunción astral extraordinariamente favorable la que, el 5 de enero de 1937, hizo que el primogénito de los Condes de Barcelona fuese un elegido del Destino. De otra forma no se explica que haya sobrevivido a cinco años consecutivos de aquel Concierto de Reyes que, en el madrileño Teatro Real, organizaba el tenor Plácido Domingo, para homenaje del Rey en su cumpleaños, y en honor y beneficio propios. ¡¡Dobles felicidades, Majestad!!
Y ahora, pequeñines/as míos/as, a esperar la visita de Melchor, Gaspar y Baltasar…
Que sean generosos con vosotros… Que sean generosos con los vuestros… Y, especialmente, que vosotros seáis generosos… Que, por lo que hace referencia a los de oriente, Reyes lo somos todos