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Frente al futuro

Frente al futuro

sábado 16 de febrero de 2008, 01:19h
“Siempre le dije (a Hugo Chávez) que los venezolanos no le comprarían el socialismo por más vueltas que le diera. Le expliqué que el partido Comunista venezolano nunca pasó de 4%. Que ni siquiera el Movimiento Al Socialismo de Petkoff llegó a calar suficientemente en ese país petrolero y consumista.
Quien le metió a Hugo en la cabeza lo del socialismo fue el ministro Giordani, quien es un verdadero dinosaurio. No fui yo“.
Fidel Castro a Lula da Silva, según Nelson Bocaranda, El Universal, 7 de enero de 2008.

 A Luis Ignacio Planas

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Angustiado por el desarrollo de los acontecimientos que auguran un grave escenario de crisis – en todos los ámbitos: el económico social, el internacional y el político – el país se pregunta por las perspectivas que enfrentamos. La derrota del proyecto totalitario del presidente Hugo Chávez del pasado 2 de diciembre – para el que se preparara durante largos 15 años y que intentara imponer contra la advertencia de sus más experimentados aliados -  ha dejado a su gobierno a la deriva y a su proyecto revolucionario en la mayor orfandad. Mientras se agudizan los problemas económicos, se agrava el desabastecimiento, la inflación rompe todas las coordenadas y la inseguridad sigue campeando por sus fueros, amenazando al gobierno del presidente de la república por sus cuatro costados. Vivimos un momento crucial y definitorio. La calma aparente no es más que el preludio de una tormenta. El descontento popular podría volver a romper en cualquier momento todos los diques de contención y empujarnos a una crisis social y política sin precedentes.
 
Sorprendido y golpeado en lo más profundo por el rechazo popular a su proyecto histórico, que es al mismo tiempo un rechazo a su propia persona, el presidente de la república no ha tenido otra respuesta que saltar al vacío. Dados los profundos problemas que erosionan su personalidad – suficientemente diagnosticados por los más importantes psicólogos, psicoanalistas y psiquiatras del país – parece estructuralmente incapacitado para comprender la imposibilidad de su proyecto originario,  rectificar en consecuencia y acomodarse a la realidad histórica de un país esencialmente democrático, pacífico y ajeno a todo nacionalismo. Agudiza en consecuencia la conflictividad, insiste en un cambio que todos rechazan y para recuperar su ascendiente sobre una población que día a día acrecienta el desencanto ante su liderazgo provoca un conflicto internacional con Colombia, nuestra nación hermana. Atenta contra una verdad reconocida hace casi un siglo por nuestro Rómulo Gallegos en su escrito Las Causas, de 1909: “nuestro pueblo odia la guerra”.
 
Muy posiblemente tales provocaciones no desemboquen en un enfrentamiento real, que ni el pueblo venezolano ni sus fuerzas armadas – según recientes declaraciones del general Raúl Isaías Baduel – parecen dispuestas a seguir sus delirantes propósitos. Muchísimo menos el hermano pueblo de Colombia y su gobierno, que han actuado con gran sensatez y sentido de su responsabilidad histórica, evitando caer en la burda tramoya belicista de nuestro teniente coronel. Pero la escalada armamentista, el deterioro de nuestras relaciones internacionales y los graves desajustes económicos derivados de este artificial conflicto fronterizo tendrán efectos de corto y mediano plazo absolutamente desastrosos para nuestra vida republicana. Profundizando los conflictos económicos, sociales y políticos que nos aquejan y acelerando en consecuencia el desarrollo de la crisis de gobernabilidad que amenaza al gobierno de manera aún más urgente y definitoria que en el pasado 11 de abril, cuando Hugo Chávez se viera impelido por los propios acontecimientos a dejar el poder y solicitar desesperadamente el auxilio de Monseñor Baltasar Porras para poder escapar con vida de una situación que no estuvo en capacidad de enfrentar.
 
 ¿Estamos ante una agravada repetición de tales sucesos?
 
2
 
De la gravedad de la coyuntura dan fe los hechos mismos. Reducir el índice de inflación del pasado mes de enero a un 3,4% es prueba de una burda manipulación o de una incapacidad irreversible para enfrentar la realidad. Muchísimos rubros han escapado durante los últimos meses a todo control de precios brincando hasta un 40 o un 50%. Tal es el caso del pescado, por poner un solo ejemplo. Y los que no han podido burlar dicho control  – una medida siempre contraproducente ante un mercado que se rige por sus propias e inapelables leyes – simplemente han desaparecido de los anaqueles. Así, el gobierno no tiene más que dos salidas: o libera los precios e intenta regresar a una sana economía de mercado o establece el racionamiento, una realidad desconocida por la sociedad venezolana. Ambos caminos le están vedados: la primera de ellas es imposible de imaginar en quien cree que el régimen cubano es el colmo de la perfección y la segunda, copia de dicha economía de guerra, en las actuales condiciones políticas aceleraría su caída mucho más allá de lo previsible. El gobierno se ha encallejonado. No tiene salida. Más temprano que tarde sufrirá las consecuencias.
 
Es una situación inmensamente más grave que la vivida por Carlos Andrés Pérez al final de su mandato. Pues no se trata pura y simplemente de un gobierno en crisis sobre el escenario de la continuidad histórica de las instituciones. Situación en la cual el mismo establecimiento supo encontrar la continuidad y la transición hacia la normalidad. Se trata del derrumbe de un proyecto y del fin de toda una época de nuestra historia. Viene a confirmar las aprehensiones que formuláramos hace ya algunos años, cuando nos preguntáramos si Hugo Chávez constituía el amanecer de un nuevo período o si no sería más bien el enterrador del que ya periclitaba. [1]
 
Siendo este último el caso, la caída de Hugo Chávez arrastra consigo no sólo un mal, un nefasto gobierno - el peor de los conocidos por nuestra historia. Se lleva consigo a toda su viciada institucionalidad: un parlamento carente de los más elementales principios democráticos, un aparato judicial podrido hasta sus cimientos, unas instituciones morales caracterizadas por su flagrante inmoralidad, unas fuerzas armadas quebrantadas en sus bases fundacionales. Un aparato de Estado, en fin, convertido en un cascarón vacío, vociferante y exangüe, podrido en sus cimientos e incapaz de ofrecer bases sólidas para servir a la necesaria transición que enfrentaremos.
 
Todo lo cual dificulta enormemente las impostergables tareas que deberemos enfrentar cuando se aproxime el momento de la verdad: reconstruir nuestra patria sobre un terreno devastado, una cultura nacional escarnecida, una nación que emerge de un inducido aislamiento internacional y unas finanzas saqueadas hasta en sus más poderosas reservas. Baste mencionar la epopeya que será necesario librar para asegurar la gobernabilidad de una sociedad desencajada de sus raíces por el odio, la división y el conflicto promovidos durante quince años de inclementes e inmorales ataques dirigidos por el actual presidente de la república y el concurso de quienes creyeron poder pescar en las aguas revueltas del golpismo: notables, medios, personalidades, empresarios y políticos, para imaginar la envergadura de la empresa colectiva que será preciso asumir.
 
De allí la necesidad de esclarecer entre las más lúcidas conciencias del país la hondura y gravedad del mal que sufrimos y la urgencia de llegar a acuerdos entre todos los sectores democráticos del país – no importa si en el pasado chavistas o anti chavistas – para enfrentar exitosamente el desafío y programar tanto una salida consensuada, pacífica y constitucional a la actual crisis como delinear las vigas maestras del futuro.
 
3
 
 Es no sólo ingenuo sino altamente irresponsable cerrar los ojos ante estas evidencias y dejar el curso de los acontecimientos al arbitrio del azar o al irresponsable laissez faire. Pensar a fondo y en toda su extensión la gravedad de la actual circunstancia, sin evadir ninguno de los posibles escenarios, constituye no sólo un ejercicio de alta responsabilidad colectiva sino un trabajo de anticipación capaz de hacer verle al mundo, a la región y a nuestros aliados históricos que la sociedad venezolana está perfectamente preparada para enfrentar un eventual vacío de poder en nuestro país. Y que cuenta con suficientes recursos humanos, materiales, espirituales, técnicos y políticos como para asumir su destino con las mejores manos. Cualquier otra pretensión es mezquina o movida por intereses personales bastardos. Es una inaceptable falacia pretender que el actual desastre no puede ser conjurado en el corto o mediano plazo por nuestra propia dirigencia nacional supuesta la inexistencia de una alternativa al actual presidente de la república. Sepan quienes difunden tales infundios que Marx, a quien bien conocen, señala con absoluta razón que la historia sólo plantea problemas que está en capacidad de resolver. En esta circunstancia nosotros también lo estamos.
 
Durante medio siglo de paz, esfuerzos y realizaciones, la democracia ha hundido sus raíces muy profundamente en la conciencia de los distintos sectores del país. Haber transitado durante estos diez años de graves e inclementes ataques a la cultura democrática nacional sin mayores traumas ni rupturas, como las vividas por otros países en condiciones semejantes – Chile, Uruguay y Argentina, por ejemplo, que pusieron fin a crisis semejantes e incluso de menor envergadura con siniestros golpes de Estado -  es una prueba fehaciente de la capacidad de nuestro pueblo y sus élites políticas e intelectuales para resolver sus conflictos sin el recurso a la brutalidad de la fuerza.
 
También ha servido ese medio siglo de democracia – tan injustamente denostada por nuestros golpistas de profesión - para formar una de las élites profesionales más capacitadas de América Latina. Como lo demuestra la aceptación que encuentran en el extranjero quienes deben abandonar nuestra patria en busca de destinos mejores, acuciados por un gobierno que con ello le ha causado un grave mal a la nación. Y como lo demuestra nuestra propia historia: todas sus crisis pudieron ser resueltas, sin un certificado de capacitación presentada `por los Dioses para acomodo de las angustias de los profetas de siempre. ¿Quién conocía el nombre de Wolfgang Larrazábal antes del 23 de enero de 1958? ¿Quién imaginó el talante democrático de Medina Anguilita, de quien se creía ser un fascista redomado? ¿Quién entrevió en el historiador Ramón José Velásquez al estadista capaz de enrumbar a la Nación en momento de zozobras?
 
La oposición venezolana – hoy absolutamente mayoritaria y más experimentada que en el pasado – debería estar férreamente unida y sólidamente preparada para que el futuro no la sorprenda en pañales. Las elecciones próximas constituyen un reto ciertamente importante. Pero no es ni el único ni el obligado desafío del futuro. De celebrarse, es preciso comprenderlas en el contexto de una estrategia global. A la historia no se la espera retozando bajo un samán. Se la avizora con las armas de la razón en la mano. Previendo y anticipando los acontecimientos.
 
Es importante tenerlo presente.
 
Antonio Sánchez García
[email protected]


[1] Antonio Sánchez García, Dictadura o Democracia, Venezuela en la encrucijada, Caracas, 2003.

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