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La vuelta de tuerca: el neoinstitucialismo

La vuelta de tuerca: el neoinstitucialismo

lunes 25 de febrero de 2008, 01:52h
Muchas veces sin saberlo, hoy políticos, economistas, juristas, periodistas y “comunicadores” debaten alrededor de una nueva palabrita: NEOINSTITUCIONALISMO. Esta corriente de pensamiento cuenta en nuestro país con  feroces defensores (conscientes o no). En la otra orilla, en cambio, se adolece de una gran orfandad a la hora de dar la batalla ideológica, sea por carecer de una mirada integral del fenómeno o porque subestiman el embate neoinstitucionalista.
Este artículo, que desde el comienzo mismo toma partido, considera que los próximos años de discusión política en nuestro país girarán alrededor de este concepto. A prepararse entonces:

Necesario antecedente: el NEOLIBERALISMO:

El neoliberalismo parte de una serie de supuestos sencillos e indiscutibles derivados de una idea básica: las sociedades pueden alcanzar el desarrollo a través de la libre competencia entre los individuos, concebidos como seres racionales, astutos, informados y egoístas.

Basados en este credo simplista elevado a la categoría de cuasireligión, los expertos economistas ultraortodoxos defendieron, en los últimos 30 años, un conjunto de intereses bien definidos: inventores de la “ tablita” en los 70, responsables de la política económica de los 90 (achicamiento del Estado, desregulación, apertura económica, control de la emisión, independencia de la autoridad monetaria y flexibilización de la legislación laboral) , creadores del corralito, defensores de los intereses de los bancos y las privatizadas, intérpretes privilegiados de las demandas de los organismos internacionales y, ya en 2002, pronosticadores de una inflación devastadora y un dólar por las nubes que nunca llegaron.
 
Señala Guillermo O’Donnell, profesor de ciencia política de la Universidad de Notre Dame, que “sus representantes ocuparon casi monopólicamente y por largos años, la escena pública, por cierto que con gran ayuda de los medios de comunicación masiva. Ellos elaboraron, con sus recetas, el sentido común de la política económica de fines del siglo pasado. Y atrás de la economía, también formularon los corolarios que llevaron, entre otras cosas, al desmantelamiento del Estado y de las políticas sociales, y al “mal necesario y transitorio” del empobrecimiento y el desempleo masivos. En otras palabras, estos “economistas” fueron los intelectuales orgánicos de un período particularmente desgraciado de nuestra historia”.

La vuelta de tuerca: el NEOINSTITUCIONALISMO:

A raíz del impacto negativo de las políticas neoliberales a nivel internacional y de las crecientes críticas a esas políticas por los más amplios sectores políticos y sociales, en los noventa empezaron a cobrar fuerza las concepciones del neoinstitucionalismo (o del “nuevo institucionalismo”). Dicha corriente ganó inicialmente un espacio de la mayor importancia en el ámbito académico norteamericano con los trabajos del profesor Douglass North y de manera muy rápida se empezó a difundir internacionalmente sobre todo en la periferia capitalista.
De ese escenario académico inicial, su influencia se extendió al diseño de la política pública y a su promoción y difusión por parte de las agencias del capital financiero internacional, en especial del Banco Mundial, que lo adoptó como sustento teórico para la formulación de sus propuestas (imposiciones) de política en los países de la periferia capitalista. Ello es evidente, por ejemplo, en el "Informe sobre el desarrollo mundial 1997. El Estado en un mundo en transformación" del Banco Mundial.

El neoinstitucionalismo postula que las instituciones correctas generan resultados correctos y que la clave consiste entonces en copiar las de los países desarrollados. La única función de las instituciones políticas consiste en dejar que la economía funcione adecuadamente. Es decir, el problema del capitalismo no es su naturaleza de dominación y de explotación, sino la existencia de reglas de juego inadecuadas (instituciones inadecuadas), o la carencia de reglas de juego (instituciones).
La abierta defensa del capitalismo del libre mercado puede ahora matizarse con propuestas de política que atienden a la “institucionalidad histórico concreta”. El discurso puramente económico (el que realmente interesa) aparece ahora revestido de consideraciones jurídicas, sociológicas, políticas y hasta culturales (tradición, patrimonio histórico). ¡En algunos casos se introduce incluso el análisis clasista de claro desprecio hacia las mayorías populares!

Jacques Sapir, Director de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París (en su libro Economistas contra la Democracia, Ediciones B, 2004), sostiene que “el pensamiento neoliberal cae así en una fetichización de las normas y las instituciones, concebidas como la expresión de una ley natural, inmanente al comportamiento humano, y no como una construcción negociada entre personas (y por lo tanto política)”
Señala José Natanson en su extraordinario libro "Buenos Muchachos" que: “convencidos de los peligros del “exceso de democracia”, los talibanes del mercado recomendaban diferentes mecanismos para reducir la participación popular y la influencia de los políticos, reclamando que la autoridad política debía autolimitarse, por ejemplo comprometiéndose por ley a mantener el tipo de cambio (convertibilidad) o cediendo voluntariamente a un “grupo de expertos” ciertos instrumentos de política monetaria: una forma de hacerlo, muy reclamada por los organismos internacionales, es consagrar la autarquía del Banco Central, aceptada por Argentina en 1991

En el año 2002, cuando parecía imposible controlar las variables económicas enloquecidas, Jorge Ávila defendía la dolarización con el argumento de que se trataba de una receta “a prueba de gobiernos irresponsables”. Carlos Melconián proponía reformas “abrochadas a prueba de hombres” y Manuel Solanet sostenía que la clave pasaba por “acabar con las demagogias y las convocatorias a llenar la Plaza de Mayo”. Más directo, Carlos Rodríguez (el economista presidente y cerebro del CEMA) dijo que “la convertibilidad falló porque sobraron los políticos” y reclamó el cierre del Senado.

¿Adivinen dónde militan hoy todos ellos? Sí: son furibundos neoinstitucionalistas y hablan de hegemonía, presidencialismo, avasallamiento contra las cláusulas “pétreas” de la Constitución y ausencia de reglas claras como los males de la república. Los peligros del “exceso de democracia y de política” se combaten ahora apelando a la tan mentada calidad institucional. Bienvenidos a este nuevo tipo de cinismo en política.

¿Qué pasa si comparamos?
El periodista Mario Wainfeld lo dice claramente: “Las polémicas políticas en la Argentina acostumbran ser una rama seca de una ética (o una religión) inconfesa y fundamentalista. Se señalan males bíblicos (“hegemonías”, “ansias de poder”, “presidencialismo”), se los condena a divinis sin juicio previo, se denuncia inquisitorialmente su existencia. Escasean las lecturas funcionales, las miradas al mundo de lo real, la ojeada comparativa a otros países. La frase de taxista “esto sólo pasa en la Argentina” es también fatigada por formadores de opinión y de académicos, sin tomarse la molestia de mirar por arriba de la cerca”

Justamente eso es lo que hace el italiano Gianfranco Pasquino en su libro “Los Poderes de los Jefes de Gobierno”. Allí analiza, sobre la base de comparar datos reales, cuál es el lugar del Ejecutivo y cuál el del Legislativo en las grandes líneas de los gobiernos del primer mundo. Se toma la molestia de auditar cuántas leyes son iniciativa de los parlamentarios y cuantas de los jefes de gobierno en los regímenes parlamentarios. Y sí: resulta que en todos los casos la inmensa mayoría de las normas surge del ala ejecutiva. Esa circunstancia que en Argentina hoy levanta polvaredas de discusiones baladíes, es obvia en países tomados como modelo. Según el relevamiento de Pasquino (página 68) el porcentaje de leyes aprobadas por el Parlamento a instancias del gobierno es del 92 por ciento en España, del 94 por ciento en Gran Bretaña, del 81 por ciento en Francia. Suecia, un régimen recontramentado como modelo, llega a una marca del 96 por ciento.

El rol de la prensa:
El papel que juega cierta prensa para otorgarle visibilidad al discurso de los neoinstitucionalistas y, en muchos casos, para asumirlo gozosamente como propio, es central. Como lo fue para regalarle durante casi 30 años la escena pública a los economistas neoliberales.

Lo decía con claridad Juan Bautista Alberdi: “Hablar de la prensa es hablar de la política, del gobierno, de la vida misma de la República Argentina, pues la prensa es su expresión, su agente, su órgano”

Para no hablar en abstracto nada mejor que algunos ejemplos:
El diario La Nación denuncia el presidencialismo en su máximo esplendor.
Al poco tiempo, su hija dilecta, el diario La Gaceta de Tucumán, hizo gala de su originalidad señalando: El presidencialismo se acentúa en Tucumán. En dicho artículo se cita a uno de los ponentes en el encuentro de profesores de Derecho Constitucional de Paraná, al constitucionalista Calogero Pizzolo, quien cuestiona la reciente reforma de la Constitución tucumana que prohijara el genocida Bussi allá por el año 1990. Precisamente el mencionado Pizzolo resulta un interesante ejemplo de neoinstitucionalista fundamentalista. Como el pez por la boca muere, nada mejor que acudir a su artículo "Populismo y rupturas constitucionales", donde ya en el resumen se nota su veta clasista y de absoluto desprecio por las mayorías populares, cuando señala: “la reforma de los textos constitucionales de Venezuela y Ecuador se hace apelando directamente a la voluntad popular con indiferencia de los mecanismos de reforma constitucional previstos”¿Qué dirá Pizzolo ahora que esa misma “voluntad popular” que desprecia fue la que le dijo que no a la reforma de la Constitución Bolivariana?

No debe perderse de vista que hoy cierto sector de la prensa, economistas neoliberales y juristas conservadores se alinean como neoinstitucionalistas no sólo para defender sus convicciones ideológicas sino también sus intereses.
Así, a lo largo de casi cinco décadas pasaron por Argentina 21 presidentes (muchos de ellos dictadores con condenas por genocidio), 47 ministros de economía, el dólar se disparó diez billones por ciento respecto de las sucesivas monedas locales y la deuda pública creció al menos diez veces. En ese período, se firmaron 21 acuerdos con el FMI. Sin embargo, diarios como La Nación y La Gaceta nunca denunciaron la falta de calidad institucional, ni hegemonías ni hiperpresidencialismos.

Como decía Alberdi: “La prensa como elemento y poder político, engendra aspiraciones lo mismo que la espada”

Institucionalismo o barbarie:
Si el siglo XIX estuvo marcado en nuestro país por la falsa opción entre “civilización o barbarie”, ahora el neoinstitucionalismo propugna, en los hechos, la discusión entre “institucionalismo o barbarie” y propagan el odio hacia el caudillo que basa su poder y su “hegemonía” en un “sistema clientelista de mayorías compradas”. Son proclives a regocijarse con eufemismos del tipo: “democracia bolsonera o de planes sociales” o “democracia pavimentadora”. Cinismos bajo los cuales refulge el condimento perversamente clasista de este neoinstitucionalismo.

Juan B. Alberdi (a quien tanto gustan de invocar los neoinstitucionalistas tucumanos) quizás les contestaría hoy como en su momento le contestó a Sarmiento: “El día que creáis lícito destruir, suprimir al gaucho porque no piensa como vos, escribís vuestra propia sentencia de exterminio y renováis el sistema de Rosas. La igualdad en nosotros es más antigua que el 25 de mayo. Si tenemos derecho para suprimir al caudillo y sus secuaces porque no piensan como nosotros, ellos le invocarán mañana para suprimirnos a nosotros porque no pensamos como ellos”

Necesario debate ideológico:
Este ensayo e investigación tiene el objetivo de convertirse en disparador intelectual y, al mismo tiempo, en herramienta que sirva de base para dar la batalla ideológica a esta corriente neoinstitucionalista. No debemos subestimarlos. Representan poderosos y tradicionales intereses de clase: núcleos duros de pensamiento neoliberal y conservador.

Creo que los próximos años en nuestro país y Latinoamérica estarán marcados por este debate que ya lograron imponer en algunos sectores medios – altos de la población. Hay que desenmascararlos ahora, antes de que Jacques Sapir se vea obligado a escribir un segundo tomo de su obra “Economistas contra la democracia” y que ahora, necesariamente, debería titularse “Juristas contra la democracia”.

Por  Aldo Ulises Jarma
Subsecretario de Grandes Comunas, Ministerio del Interior de la provincia de Tucumán
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