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A ver si va a resultar que Pere Navarro tenía razón...

lunes 17 de marzo de 2008, 11:59h
Sigo sin figurar entre los más fervientes admiradores de Pere Navarro, nuestro dinámico director general de Seguridad. Su tremendismo a la hora de los spots, su política de ‘palo al conductor’, su estilo algo chocante -con perdón-, me parecen inadecuados para la necesaria paz de espíritu de los automovilistas. Y hasta para ese grado de libertad que reclamamos los ciudadanos.

Pero debo reconocer, en estas fechas vacacionales y prevacacionales para muchos ciudadanos al volante, que las cifras terribles de muertes en carretera se reducen de manera lo suficientemente significativa. Sí, tanto como para preguntarse si es tan grande y tan absoluta la eficacia del carné por puntos y de las medidas coercitivas que pueden dar con los huesos en la cárcel de tantos, que no necesariamente mantienen conductas homicidas al volante. Si es una mera cuestión de números, cuantitativa, está claro que la política del terror y la represión durísima de la más mínima infracción está ejerciendo su papel: se han reducido mucho los siniestros en el inicio del éxodo de semana santa con respecto al año pasado. Sobre ello, no quepan dudas y a cada cual sus méritos.

Es en la cuestión cualitativa donde empiezan mis vacilaciones. Porque con esa represión no basta, y puede, por el contrario, que algo de represión, que considera al automovilista casi como un delincuente en potencia, esté sobrando. Siempre me ha parecido que una acción verdaderamente eficaz en nuestras carreteras pasa por un plan combinado de al menos ocho ministerios: Interior, Economía, Fomento, Medio Ambiente, Cultura, Educación, Administraciones Públicas y hasta Exteriores. Yo nunca he oído al señor Navarro decir nada de esto, y lo lamento.

Escribo bajo el impacto que me produjo el ser llamado “frívolo”, por haber intentado defender estas ideas, por un querido compañero de profesión en una tertulia televisiva reciente en Zaragoza. No entendí la acritud de su tono hasta que luego me explicaron que un hijo de mi colega se había matado no hace mucho en un accidente de coche. Comprendo las dimensiones emocionales que la enorme tragedia que siembra de miles de muertos cada año los caminos supone para los afectados, para sus familias, para sus amigos, para todos. Y claro que me alegro tanto como el que más cuando nos dicen que los siniestros, que siguen siendo demasiados, disminuyen. Pero nada será suficiente hasta que todo el Consejo de Ministros, no solamente el Ministerio de las multas y los guardias de tráfico, se involucre a fondo en la solución de este problema, que es toda una pesadilla.
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