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Cuarenta años

Cuarenta años

lunes 21 de abril de 2008, 16:23h
TITO B. DIAGONAL
Barcelonés de alta cuna y más alto standing financiero, muy apreciado en anteriores etapas de este diario, vuelve a ilustrarnos sobre los entresijos de las clases pudientes.

Ya andamos por las conmemoraciones, por los aniversarios redondos. Tenemos mayo a la vuelta de la esquinita del calendario. Como diría el buenazo de Joan Manuel Serrat, ahora hace cuarenta años de casi todo. A muchos de los que andan mandando se les está poniendo carita de Abuelo Cebolleta, rememorando sus primeras juventudes, cuando eran más ingenuos, más indocumentados y menos felices que ahora.

Sí, amadísimos, globalizados, megaletileonorisofiados y mayeados niños y niñas que me leéis, os estoy ilustrando sobre uno de los grandes mitos de la progresía hodierna (que quiere decir de ahora mismo, toma nota, Jáuregui y, de paso, ponte bueno): Mayo del 68. Hasta los que, por aquellas calendas, andaban en estado nasciturus rememoran, como si hubiesen estado allí, en las escalinatas del Odeón parisino, o en el campus de la universidad de Nanterre, ocupando sus aulas, aquella muestra de la rebeldía juvenil.

“Debajo de los adoquines se encuentra la arena de la playa”, decían a voz en grito los hijos de la burguesía francesa. “Seamos realistas: pidamos lo imposible” rezaban las pancartas que exhibían en sus manifas ante el estupor de los gendarmes. “Prohibido prohibir”, era uno de los graffitti más celebrados por las juveniles turbas levantiscas, encantadas de haberse conocido y de andar pateando París, con todo Occidente pendiente de sus idas y de sus venidas.

Yo, pequeñines/as míos/as, tengo que confesaros que ni tenía edad para andar en esos menesteres y, mucho menos, apetencia de participar en ellos. Pero recuerdo que mamá, por aquellas fechas, en el oratorio de nuestro palacete familiar, tras el rezo del Santo Rosario en familia, aparte de las tres avemarías por la conversión de Rusia, añadía un padrenuestro extra por la vuelta a la normalidad y, también, para que las joyerías de la Place Vendôme quedasen indemnes tras las algaradas por el centro de París.

A finales de abril de 1968, la conspiración estaba en marcha. El hervor universitario era perceptible a ambos lados del Atlántico. Porque en California, en la Bekerly University, los hijos –espirituales, que conste— de Mac Luhan ya estaban en plena movida. Incluso en España, en la Universidad de Compostela, allá por el mes de febrero de ese mismo año, las algaradas estudiantiles hacían temblar los venerados restos del Apóstol Santiago, conservados en el Arca Santa que se guarda en la cripta de la catedral compostelana. Y seguro que si, gracias a los Carballeira Brothers y a su malvadísimo primo el Vilariño, os recuerdo los nombres de los cabecillas de la rebelión estudiantil, seguro que os suenan cosa mala. Porque, hace cuarenta años, Emilio Pérez Touriño y Vicente Álvarez Areces eran carne de ficha policial. Y ya los veis ahora, el primero es el capitoste de los socitas galaicos y presidente de la Xunta de Galicia. Y el segundo, no sólo manda en el PSOE astur, sino que es el presidente de la Junta del Principado de Asturias.

En Francia, la revuelta de Mayo del 68 casi acaba con el general Charles de Gaulle. El radicalismo izquierdista de los hijos de la burguesía era un fenómeno impensado e impensable. Eso para las gentes de orden digamos que de derechas. Pero más estupor había todavía en el Partido Comunista Francés y en los sindicatos. Especialmente cuando, aparte de ocupar las universidades, a los levantiscos les dio por ocupar las grandes fábricas. Fue el principio del fin. Los comunistas franceses, a la sazón, eran gentes de orden. Y el que unos imberbes fils-à-papa, haciendo gala de un radicalismo pequeño-burgués, en coalición con la progresía parisina que militaba en la llamada gauche caviar, les olió a cuerno quemado y fuera de la ortodoxia del marxismo-leninismo. El PCF y su sindicato de clase, la todopoderosa CGT, hicieron innecesarias a las brigadas antidisturbios de la Police Nationale y de la Gendarmería. En tres días abortaron el levantamiento.

Pero eso, amadísimos/as de mi paterno corazón, es ya otra historia…
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