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Al servicio del Estado

Al servicio del Estado

sábado 03 de mayo de 2008, 17:24h
El Rey le hizo Grande de España y vinculó su nombre a Ribadeo, que es donde gustaba de vivir y donde ha querido reposar para siempre. Éramos vecinos en Pozuelo de Alarcón y coincidíamos a veces en algún bar o en el “súper”. Siempre con Pilar, a la que decidió conquistar cuando la entrevió en la casa del ministro Ibáñez Martín, su padre, una tarde en que, como dirigente universitario, monárquico, planteaba, moderadamente, alguna demanda colectiva al titular de Educación franquista. La única vez que me abrió las puertas de su casa de Somosaguas fue para responder a mis preguntas y las de Armas Marcelo sobre un inteligente libro de memorias titulado, con exagerada ironía, “Papeles de un cesante” .Exagerado, desde luego, porque al repasar su biografía es difícil encontrar un hueco sin cubrir con actividades relevantes al servicio de la empresa privada o pública, de la Administración o de la vida partidaria y académica. Podría ser uno de los mejores símbolos de la Transición, no tanto por la evidencia de haber sido un político entrenado en puestos de responsabilidad con el franquismo y firme defensor, luego, del proceso democrático en momentos tan difíciles como el intento de Golpe de Estado de Tejero, como por su propia evolución personal, interna.

Hace tiempo, en “Le Monde” se escribió de él que “era demasiado lógico para ser español”.Podría haberse escrito que “era demasiado frío” para conquistar la voluntad popular en las urnas, pero “suficientemente fiable” como para acudir a él en momentos de crisis. Así alcanzó el liderazgo abandonado por Suárez, tanto en la UCD como en la Presidencia del Gobierno. Resulta tópico decir que hubiera sido un Primer Ministro perfecto en Holanda o Luxemburgo.

La última ocasión en que coincidí con él formábamos parte de un jurado para escoger “el gallego del año”. Emitió pareceres muy ingeniosos y en ningún momento pretendió hacer valer su rango protocolario. Alguna vez comentamos aquellos años en los que yo criticaba ferozmente su decisión de meternos en la OTAN, como si fuera la única misión a cumplir por aquel gobierno efímero. “Y, al final, usted terminó votando a favor cuando Felipe planteó el referéndum…” “Pues no, don Leopoldo”.

Dejo para comentarios más reposados el análisis de su gestión política, el apasionante ejercicio de discernir si le movió la ideología o el pragmatismo, si en él pesaba más el “dejar hacer” liberal o el “dejarse hacer” del burgués ilustrado al que empujaban a puestos de responsabilidad los más ambiciosos correligionarios de variada confesión. Hoy quiero escribir que siento su muerte como sufrí la de nuestro convecino José María de Areilza. A los dos, a los tres, nos unía la pasión por los libros. Y en el caso de Calvo Sotelo siempre valoraré que cuando le ofrecieron la posibilidad legal, como ex Presidente, de contar con un funcionario como ayudante, eligiera una titulada en la organización de bibliotecas.
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