Una vez más el presidente Correa está de viaje, esta vez en Europa. Lleva el propósito de contrarrestar la llamada campaña mediática que emprende el gobierno colombiano contra Ecuador.
En España almorzó con el rey Juan Carlos y el príncipe Felipe y conversó con el presidente del gobierno José Luis Rodríguez Zapatero, quien le dio su respaldo y dijo no tener pruebas de los vínculos del régimen correísta con las FARC.
En Francia, Correa va con el mismo propósito y para reiterarle al presidente Nicolás Sarkosy su disposición de seguir ayudando de alguna manera a la liberación de los rehenes de las FARC y en especial la franco-colombiana Ingrid Betancourt. Luego vuelve a Bélgica, país muy ligado a sus estudios superiores y vida personal, presumiblemente con idénticos fines. Una ofensiva diplomática que se une a la que se adelanta en nuestro continente.
El Presidente ya ha restado importancia al informe que deberá presentar la INTERPOL el jueves sobre los contenidos de las computadoras ocupadas en el campamento que el segundo jefe de las FARC tenía en nuestro territorio. Su palabra y talante le parecen suficientes para desvirtuar cualquier acusación, implicación o sospecha de vínculos con las fuerzas irregulares colombianas.
A la larga, las relaciones colombo-ecuatorianas volverán a reestablecerse, pero nunca estarán al nivel de antaño. Sin embargo, el episodio del 1 de marzo dará argumentos de sobra para las más diversas hipótesis, la instrumentación de políticas y la excusa de errores. Y la verdad permanecerá sepultada por mucho tiempo, tal vez demasiado.