Fue abierto en 1914 para unir los dos océanos, Pacífico y Atlántico, pero una espesa selva impide la comunicación, entre los continentes que el Canal separó.
El istmo de Panamá terminó de formarse hace apenas unos 3 millones de años. Cuando ocurrió, el clima planetario cambió a raíz del redireccionamiento de las corrientes marinas cálidas. El puente terrestre permitió migraciones de especies de norte a sur y viceversa, produciendo una biodiversidad asombrosa en un pequeño espacio. La franja de tierra se llenó también de una infinidad de especies de flora.
En los primeros siglos de la conquista el istmo sirvió para la colonización de Sudamérica. El Camino de Cruces -de piedras y lodo- unió los océanos hasta la construcción del ferrocarril transístmico. En 1914 la tierra fue dividida para permitir el paso de barcos. El Canal de Panamá ha sido el prodigio de la cadena internacional de suministros y abastecimiento.
Pero más al Este, el tapón del Darién, como se conoce al tramo de espesa selva que ha sido declarado Patrimonio de la Biosfera, sigue impidiendo la comunicación por tierra en el sentido continental. La carretera transístmica ha sido un sueño inconstante, una penosa vigilia que no termina, porque unir los dos continentes supone abrir el paso a los problemas que aquejan a la vecina Colombia. El tramo que hace falta –unos 200 kilómetros- es la seguridad humana y sanitaria que protege al territorio norteño que empieza en la selva darienita y termina en Alaska.
La unión terrestre será una realidad algún día, y los dos continentes quedarán unidos -al igual que los océanos- a través del istmo de Panamá. Distintas comisiones en distintos momentos han hecho la propuesta técnica, financiera, los estudios ambientales y sociológicos. Solo falta la decisión política, que es reiterada una y otra vez, la última hace apenas unas horas en la 38ª reunión de la OEA en Medellín.
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