Todo el mundo menos Rodríguez Zapatero cree que estamos ante una crisis económica. Y es que ese optimismo presidencial es la mejor arma, si no la única, de que dispone el Gobierno para conjurar la crisis.
Las tormentas económicas se bandean mejor cuando se han prevenido a tiempo y se han tomado medidas antes de que estallen, lo que no ha sido el caso español. Aquí hemos crecido en los últimos años más que nadie de nuestro entorno y, por eso mismo, el batacazo también va a ser mayor que el de nuestros vecinos.
Hemos presumido antes de tiempo de haber superado a Italia, cuando nuestro crecimiento se debía a una burbuja inmobiliaria cuyo estallido todavía está por llegar. Hemos anticipado que íbamos camino del pleno empleo cuando aún teníamos un paro del 8 por ciento y el ministro Celestino Corbacho acaba de pronosticar que llegaremos al 11 dentro de un año. Nos lanzamos a un consumo galopante y ahora no podemos pagar las hipotecas ni sabemos qué hacer con nuestros costosos 4x4.
Todos hemos sido dispendiosos —“give me two”, se oía a los españoles en las tiendas neoyorquinas, ensoberbecidos por la fortaleza del euro—, pero más que nadie el Gobierno, convencido de que nuestra economía iba a crecer este año el 3,1 por ciento en vez del 1,7 que se prevé como mucho. Es el mismo Gobierno que se ufanaba de un superávit fiscal que está a punto de desaparecer y de una seguridad social saneada que, mírese por dónde, necesita que se acaben las jubilaciones anticipadas, que se prolongue la vida laboral, como recomendaba Jesús Caldera antes de salir por el foro, y que se frene la llegada de inmigrantes antes de enviarlos directamente al paro.
Mientras tanto, no se ha corregido el creciente déficit exterior, no se ha primado el ahorro para la previsible llegada de las vacas flacas —penando, en cambio, hasta el mantenimiento de planes de pensiones—, no se ha aumentado la productividad, ni flexibilizado los horarios, ni potenciado la movilidad laboral.
En lugar de eso, el Gobierno ha realizado trucos malabares, como el pago de 400 euros lo mismo a poceros que a banqueros, y efectuado cuantiosos desembolsos en prestaciones sociales que son de agradecer, pero que resultarán difíciles de conservar a menos que recurra a la deuda externa.
Poco más podrá hacer, probablemente, Rodríguez Zapatero que esas 21 medidas presentadas hace dos semanas y que son como un paquete de tiritas para obturar una hemorragia intestinal. Y es que, entre las causas exógenas de la crisis —¿qué crisis?— y la falta de previsión endógena, todos los remedios que se pongan tendrán efecto a largo plazo. Para entonces, el batacazo económico puede haber sido fino.