Lo importante y lo urgente: la educación
sábado 05 de julio de 2008, 16:53h
El conflicto entre el gobierno y el campo ocupa un lugar de privilegio entre las prioridades de todos.
Desde el plano político no se discute más que de retenciones, de lo que podría hacerse si se dispusiera de ellas, de las urgencias que parecen no ser tales a la hora de buscar acercar posiciones.
Se habla de salud y educación, pero se mira a ambas desde lejos.
Se hacen diagnósticos, se enuncian fórmulas, pero lejos estamos de llegar a las soluciones si realmente no trabajamos de manera concreta para lograrlo.
La educación está en crisis y nuestro futuro en juego. Sin educación no hay salud ni justicia. Sin educadores no hay educación.
En estos días pudimos ver como la pantalla del televisor nos permitía ser parte de un aula donde el docente era humillado y maltratado, lamentablemente no era esta la primera vez y seguramente no sea la última.
Reflexionando sobre el hecho, una profunda pena me invadió, me imaginé los sentimientos de quien intentando ser tolerante buscaba hacer lo que debía sin lograrlo. Me impactó la soledad en la que estaba sumida e imaginé su lucha interior para no reaccionar frente a la provocación. Pensé en esos jóvenes, sus alumnos, envueltos en una especie de locura colectiva destruyendo aquello que debían defender, por ser el derecho a aprender un bien único e intransferible, un derecho que no debe negárseles y que paradójicamente eran ellos mismos quienes se lo negaban.
Desde uno de los más prestigiosos colegios de nuestro país, un grupo de alumnos resolvía imponerse sin reconocer autoridad alguna, de manera casi anárquica dispusieron de las instalaciones del colegio y de lo que allí debía hacerse. El enfrentamiento dejó al descubierto aquello que hace unos días decía: “los niños nos miran y aprenden a obrar como nosotros, referenciales adultos”, esta vez los jóvenes imitaban a los adultos que armaban carpas y manifestaciones sin respeto por las leyes y las autoridades encargadas de hacerlas cumplir.
Acostumbrados a un cierto paternalismo desarrollado durante gestiones anteriores, los docentes parecen sumidos en una orfandad injusta y peligrosa. Injusta al sentir el abandono que se manifiesta desde el silencio de funcionarios y dirigentes. Peligrosa por la desprotección en la que parece estar educadores y educandos.
En medio de una emergencia educativa, pocos son los que se preocupan y ocupan de esta especie casi en extinción: ser docente. Pareciera que sólo una mejora salarial es suficiente, pero no es así, pocos quedan y muy pocos se imaginan reemplazándolos.
La docencia está perdiendo el prestigio que hace de ella un bien social que se acrecienta proporcionalmente a la excelencia de quienes la ejercen.
Es la educación un andamiaje indispensable para conformar una sociedad sólida, capaz de contener a todos sus miembros, brindándoles igualdad de posibilidades para desarrollar sus capacidades y ponerlas al servicio de todos.
En la escuela el niño ensaya los primeros pasos como ciudadano, se descubre como parte de un espacio llamado sociedad integrado por muchos como él. En su maestra descubrirá a la autoridad a quien, por primera vez sin lazos sanguíneos mediantes, deberá respetar.
El joven aprende en un aula a trabajar en equipo, una tarea que requiere el reconocimiento de roles, la aceptación de una consigna, la defensa de sus ideas y la tolerancia frente al pluralismo, entre muchas otras cosas que lo preparan para la inserción laboral.
Los cambios sociales se suceden de manera vertiginosa y superan a una escuela que sin herramientas debió ampliar su responsabilidad y ocuparse de la “formación integral” de los alumnos, es decir: alimentarlos, instruirlos, formarlos, contenerlos, etc.
Mientras tanto la familia perece buscar culpables de su ausencia en cuanto a hacerse cargo de su responsabilidad como primera educadora, la escuela se le ofrece en bandeja y entonces arremete contra ella, la señala, la juzga y la condena.
Tal vez si todos somos capaces de mirar a nuestros niños a los ojos, escuchar lo que nos dicen, responder a sus necesidades sin mezquindades ni delegación de responsabilidades, sin temor a reproches frente a la corrección, sin ver el límite como algo negativo, más bien como la contención necesaria para acompañar su crecimiento, encontraremos el camino que mañana nos permita a padres y docentes mirarlos a los ojos sin sentir vergüenza por no haber hecho lo correcto a tiempo.