www.diariocritico.com
La Bolsa y las ventanas de los rascacielos

La Bolsa y las ventanas de los rascacielos

martes 15 de julio de 2008, 18:47h

La forzada suspensión de pagos de Martinsa-Fadesa, una de las más importantes por volumen desde hace décadas y manifiestamente evitable con un pequeño esfuerzo de sentido común, que ha faltado en las instancias de la alta dirección de la política económica, era presumible que se notaría hoy en los mercados. La Bolsa ha sufrido un auténtico desplome. El índice general de Madrid queda ya claramente por debajo de los 1.200 puntos y el IBEX se asfixia ante el listón de los 11.000 puntos. Las pérdidas acumuladas desde comienzo de año son ya estremecedoras. Ha sido un día negro en los sectores más emblemáticos de nuestra actividad, la Banca y la Construcción, aunque todos los sectores han acusado recortes. Van más allá del llamado recorte técnico las bajadas de Bankinter, Popular, BBVA, Pastor, Acciona, Ferrovial, Sacyr, Inditex, Prisa, Vueling, Itinere… por poner algunos ejemplos sin ánimo exhaustivo.

   Que el Estado no está para arreglar los problemas de las empresas es una obviedad, y como tal debiera ahorrársenos. Es una frase evasiva y superflua, que carece de significado en un momento como el que cruzamos. El Estado es una abstracción institucional. Hablemos del Gobierno. El Gobierno del Estado sí que debiera estar para generar, al contrario de lo que sucede en esta hora de España, las condiciones que permitan la confianza en la viabilidad de actuaciones empresariales ortodoxas. ¿Qué se ha querido decir con esa frase? ¿Qué el presidente de Martinsa-Fadesa, y hasta ahora cabeza visible del lobby inmobiliario, es un irresponsable que se tiene merecida la suspensión de pagos?

   Cosa distinta es que Fernando Martín haya escogido mejor o peor sus amigos y valorado con más o menos voluntarismo el crédito que merecen las palabras de los políticos y particularmente de sus cercanos. Más temprano que tarde se verá que los proyectos empresariales de Fernando Martín están llenos de racionalidad, de lógica, de buen sentido y de posibilidades de futuro, aunque no hayan sabido apreciarlo así en las instancias políticas de un país que no sería exagerado describir como paralizado por una pésima clase política.

   El caso es que, como ha subrayado informativamente este periódico, estamos ante una de las suspensiones de pagos más importantes de la historia empresarial española. Y que sobrevuelan rumores ominosos en torno a lo que pueda suceder, casi en lo inmediato, en algunas otras importantes entidades. Viene a la memoria la expresiva respuesta de aquel gran economista norteamericano al que preguntaban cómo se identifica que llega la recesión. Dijo, y quedó más adelante recogido en alguno de sus libros, algo tan transparente como esto: “Es el momento en que los indicadores se detienen, suenan todas las señales de alerta y la gente empieza a saltar por las ventanas de los rascacielos”.

   No, claro que el Estado no está para arreglar los problemas de las empresas y de los empresarios, pero al menos se reconocerá que el Gobierno del Estado, y los partidos del arco parlamentario, debieran estar para crear condiciones objetivas saludables para el desenvolvimiento de la actividad empresarial. ¿O no? Lamento tener que repetir algo que está en el ánimo de la mayoría. Éste es un país de muy buenos trabajadores y profesionales, de excelentes empresarios y cuya potencia de crecimiento viene lastrada por una clase política manifiestamente mejorable a casi todos los lados del espectro. Más de uno se rasgará las vestiduras con lo que sigue, pero lo escribo reflexivamente, desde la convicción y la conciencia: me quedo mil veces antes con un empresario como Fernando Martín, aunque haya sido víctima de la convergencia de errores propios y circunstancias de contexto, que con casi cualquier político de los que en estos momentos padecemos.

   Cierto que no siempre ha sido así en el agitado tiempo democrático constitucional de las últimas décadas. En los años setenta, ochenta y noventa hemos tenido políticos con altura de miras, sentido de la responsabilidad y del Estado. Aún se podrían señalar, en distintos territorios del Estado, políticos igualmente respetables que darían mucho buen juego si Madrid lo permitiera. Pero los altos niveles de los dos grandes partidos transversales del Estado son, en estos momentos, un erial, sin ideas ni convicciones, sin capacidad ni altura, lo mismo a izquierdas que a derechas. Bueno, ya se sabe que todo tiene que ponerse muy mal para que empiece a ponerse bien. Cierto que hay excepciones, en ambos lados, y excelentes políticos que, quizá por serlo, tienen cerrado el camino, excepto en la valoración de los ciudadanos que empiezan a medir a cada cual por su rasero.

   Son malos tiempos. Vienen peores. La Bolsa es un páramo en el que, día a día, en la volatilidad de recortes técnicos y ganancias de corto recorrido, la lógica interna del mercado anticipa el ominoso horizonte que por otra parte ya describen los números y cuadros macroeconómicos. Lo de Martinsa-Fadesa no es una excepción, sino un protofenómeno, no es la historia de una aventura equivocada, sino la crónica de un país cuyo inmenso potencial permanece prisionero de la peor política. Tiempo al tiempo. 

   Mientras, fieles al interés objetivo de la Bolsa, como excelente anticipo de lo que viene en economía, en DIARIO CRÍTICO DE LA ECONOMÍA vamos a hacer, estamos haciendo ya, bajo la animosa y experimentada dirección de Ernesto Carratalá, un esfuerzo para que ustedes puedan seguir con nosotros la evolución de los mercados como conviene, es decir, puntualmente, mientras se desarrolla su actividad. Les animo a que sigan con nosotros esta información, a que nos hagan llegar indicaciones, sugerencias y críticas. En plena crisis, incluso en jornadas de desplome como la vivida hoy, la libre vida de la Bolsa es más que un indicador. Es toda una hoja de ruta para movernos a través de la incertidumbre.

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (2)    No(0)

+
0 comentarios