A la sombra de la Sanidad Pública
martes 05 de agosto de 2008, 12:11h
Madrid en agosto está casi vacío y en esta ocasión desprende tanto calor que hasta las autoridades han recomendando beber mucho -agua, evidentemente- y evitar las exposiciones al sol. Estamos en alerta no sé de qué color, pero existe un riesgo evidente para la salud de los niños y las personas mayores. Lo mejor, si uno sale a la calle, es ponerse a la sombra. ¿Qué mejor sombra que un ambulatorio o centro de salud? Entro en uno de ellos, al azar, y me dispongo a colocarme cerca de las pocas personas que en pleno mes de agosto van a su médico de cabecera. Me limito a escuchar, que es la mejor forma de aprender.
Entre los presentes, una mujer de unos 70 años que relata sus achaques, unos por la edad y otros a consecuencia de una caída que le ha dejado dolores en el pecho. Cuenta que acudió a su facultativo a exponerle lo sucedido, que el médico le mandó hacerse una placa para ver las consecuencias, que, a pesar de que en el volante había una anotación que decía “preferente”, la radiografía no se la hicieron hasta seis días después y que ahora está en su ambulatorio para que le descifren lo que dice la prueba clínica.
En total, quince días para saber que sólo tiene una fisura en una costilla. No está mal, aunque se podrían mejorar los tiempos. Estamos en verano y las plantillas se reducen. Pregunto en recepción y me dicen que los pacientes de los médicos de vacaciones serán atendidos por el resto de facultativos. No hay suplencias.
Ya se sabe, incrementan el gasto de la Sanidad Pública que, aunque está bien considerada por la ciudadanía, podría mejorar la atención que dispensa a los madrileños intentando ofrecer los mejores servicios y un trato más personalizado a través de empleados bien considerados, bien pagados y tenidos más en cuenta. Eso comentan pacientes y trabajadores del centro de salud en el que me he refugiado como otra cartilla sanitaria más mientras el sol hace de las suyas en la calle.
Otro de los presentes habla de la putada que le han hecho en un Hospital Público. El chico, de unos 40 años y con bastantes kilos de más, explica que se apuntó a un programa para reducir volumen y peso y que le echaron del mismo porque comentó al facultativo que le atendió que habitualmente fuma hachís y ocasionalmente consume cocaína. El gordito lo contó en secreto para conocimiento del médico, en caso de operación quirúrgica, y su interlocutor actuó como monje de convento aconsejándole que regrese cuando esté desintoxicado. El día menos pensado se negarán a curar a personas diabéticas porque a escondidas comen golosinas.
Después de pasar un buen rato en el citado ambulatorio, la aprehensión por lo visto y oído me lleva a regresar a mi coche para dirigirme sin demora a mi casa. Descuelgo el teléfono y marco el teléfono de mi centro de salud para pedir hora. Me solicitan que diga para qué llamo, que pulse la tecla 2 de mi aparato, que dé mi nombre y dos apellidos y más datos que me solicita una voz desconocida, que pulse la tecla 1 y que diga qué hora me viene bien.
Después de aguantar varios minutos una conversación de besugos con una maquina, que me pide que repita la operación por no sé qué motivo, cuelgo y mando a la mierda a mi interlocutor. El dolor en el codo que apareció cuando estaba en el ambulatorio que me sirvió de sombra ante el sol infernal de una tarde cualquiera de agosto desaparece. Me tumbo en el sofá, agotado ante tanta información y sensaciones nuevas, y me detengo en el titular de un periódico: “Hospitales de EEUU repatrían a sin papeles que carecen de seguro médico”. La mejora de nuestro sistema sanitario que venga, por favor, de la Iniciativa Pública.
Nino Olmeda