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Desventuras de un pasajero en agosto

Desventuras de un pasajero en agosto

miércoles 13 de agosto de 2008, 08:32h
Escribo este comentario desde una solitaria habitación de hotel en Lima. En realidad, debería estar en Quito, en una reunión que tenía concertada, pero la compañía aérea de turno, la salvadoreña TACA, me dejó en tierra, reconociendo que había vendido más billetes que plazas tenía el avión. Es decir, lo que ellos llaman, con toda desfachatez, ‘overbooking’. Es la segunda vez que me ocurre este verano: primero fue, la pasada semana, el vuelo Madrid-Lima, suspendido durante doce horas por oscuras razones técnicas nunca bien explicadas por la compañía, Air Comet. Que, por cierto, se va haciendo internacionalmente célebre por estas trapisondas, que derivan en la desesperación del viajero, quien ve cómo se le esfuman horas de vacaciones o, peor, cómo se van al garete compromisos de trabajo ineludibles.

A TACA hay que reconocerle, al menos, la virtud de la sinceridad. Te reconocen sin empacho que tu billete se ha vendido a otro. Te ofrecen, como compensación, cambiar tu billete para el vuelo del día siguiente, una noche en el hotel Sheraton -luego hablo de él-, cena -luego hablo de ella- y transporte desde y, al día siguiente, hasta el aeropuerto. Además de doscientos dólares que no se pagan en ‘cash’, sino que sirven como pago de otro billete en la misma compañía -a la que, sin embargo, te has jurado no volver-. O aceptas eso, o nada. La ley, te informan, les ampara. Y entonces te acuerdas de toda la parentela de la tristemente célebre IATA, la asociación que protege este tipo de desmanes.

Primero, unas palabras sobre el hotel. El Sheraton de Lima, que se comprende que nunca esté completo, está en zona de obras, que se prolongan, ruidosamente, también por la noche. Es un cinco estrellas que no merecería, actualmente, ni cuatro. Está anticuado, carece de facilidades para Internet, los utensilios en el cuarto de baño son mínimos.

 
-Volar es llorar-

Segundo, algo sobre la cena. La generosidad de TACA se extiende a la ‘cena’, un buffet cuyo plato estrella es una hamburguesa –las de McDonalds son mejores- y donde te cobran el equivalente a cincuenta euros –unos doscientos soles, la moneda local- por media botella de vino, no incluído en el ‘fee’ de la cena-compensación de TACA, donde solamente se contemplan el agua y los refrescos. Conmigo, algunos peruanos y ecuatorianos, que pretendían abordar el mismo vuelo, compartían desolación nocturna y un algo de cachondeo masoquista ante una situación que se va haciendo demasiado frecuente. Sobre todo, ya digo, cuando llega la ‘temporada alta’, que son, en realidad, varias temporadas a lo largo del año.

Entre las restricciones aeroportuarias -controles absurdos en los que los muchachos/as de seguridad se ensañan con el pasajero-; el diseño faraónico de algunos aeropuertos, donde el pasajero tiene que andar, bultos en mano, kilómetros; la disminución del espacio de los asientos en los aviones; los retrasos; la mala comida; la masificación y, desde luego, la nefasta práctica del ‘overbooking’, han logrado que volar sea una tortura. Y volar  en agosto, una tortura refinada, digna de los tiempos de la Inquisición. Es esta una situación que cada día sufren millares de personas, que han abonado religiosamente billetes con precios astronómicos -no se fíe ni un pelo de la mayoría de las compañías de ‘vuelos baratos’, sobre todo en estas ‘temporadas altas’-, que han llamado para confirmar su vuelo, y que comprueban, no obstante, cómo una y otra vez son maltratadas sin que organismo internacional ni gobierno alguno mueva un dedo para remediar este desmán.

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