Veo una columna de humo blanco que se repite en todas las cadenas de televisión. Hablan de un accidente aéreo que luego se confirma. Es un accidente raro porque no hay sonido. Lo normal es escuchar los gritos de lamento pero cuando las tragedias se hacen terribles, entonces, nada suena y llega el silencio de la muerte seca y de las sirenas mudas.
Más tarde veo el timón de cola de un avión. Está roto, parece la cola de una ballena, una escultura dedicada al mar y hecha en hierro fundido. El paisaje

entero está fundido: el queroseno con el fuselaje, los árboles con los pasajeros, el humo con el cielo, lo blanco con lo azul, lo que era vida con la muerte. Y el suelo negro; recién pintado de carbón tristeza, un color que comunica con la muerte.
Apenas hay supervivientes.
Pienso que todos ellos deberían estar ahora en Canarias, cada uno en su destino. Y recuerdo esa voz que dicen en los aviones cuando llegas a destino:
“por favor, no olviden recoger sus objetos personales”. Ellos, los que han muerto, han recogido lo poco que tenían y se han ido. No les tocaba partir de esta vida sino despegar de Barajas. Ellos, los que tenían tanta vida como para llenar un avión, se han marchado por un río, (dicen) que hay junto a una de las pistas. El agua siempre nos lleva, será porque vivimos en un continuo cuesta arriba.
Este día es triste, triste, triste. Igual que la cola de una ballena muerta.