Algo tan parecido al amor
viernes 09 de febrero de 2007, 15:23h
Nuestro Canapero se coló en el acto oficial previo a la entrega del Premio Nadal. Allí se topó con Almudena Grandes o Sabina, que como todos, no pudo fumar. Con un vino intragable se tocó retirada bien pronto para cambiar bebida por buena lectura.
No se vayan a creer ustedes que les voy a contar ninguna historia romántica. Ya quisiera. Con lo sensible y de lágrima fácil que soy. Esa frase tan bonita que encabeza esta columna es el título de la novela finalista del Nadal, ese premio tan prestigioso que concede la editorial Destino. Se hacía esta semana el acto oficial del Premio y allí que me fui a ver a quien veía. El ganador, Benítez Reyes, estuvo simpático, el presentador, Javier Rioyo, tan soporífero como siempre. ¿Alguien le puede decir a este hombre que aprenda a vocalizar? Y de paso que le digan que será muy intelectual y escribirá muy bien y todas esas cosas pero aburrido es...un rato muy, muy largo. Ah y que su programa no lo ve ni Dios, bueno a lo mejor sus amigos.
A lo que iba que me pierdo. La sorpresa de la velada fue la escritora finalista, Carmen Amoraga. Qué derroche de simpatía. Soltó verdades como templos. Y provocó risas, claro, como no. Que si las mujeres (casi todas, añado yo) que tenemos un buen trabajo, una vida buena, una familia que nos quiere y todas esas cosas que hacen que uno sea feliz, de repente nos enamoramos de un hombre, vamos a poner poco adecuado, nuestro mundo se desmorona y se viene abajo. ¡Cuánta razón tienes hija mía!. Luego habló de tríos amorosos, nada porno, no se asusten, es que dos de las protagonistas de su novela están liadas con hombres casados y, claro, sufren como perras.
En el cóctel posterior me encontré con Sabina, que está muy pero que muy estropeado, Almudena Grandes, por cierto esta mujer, de rotundas caderas, tiene muy entregado a su marido, Luis García Montero, que no hacía más que apoyarle la mano en su trasero. Si es que no hay nada como tener un marido poeta. Qué envidia me das, chica. Ángel González también andaba por allí. Y Cándido Méndez.
El sitio, el Instituto Cervantes, está en un inmejorable emplazamiento, la sede del antiguo Central Hispano. No me quiero imaginar lo que se embolsó Botín vendiendo ese edificio al Cervantes. Si van, no se pierdan la cámara acorazada abierta al público. Cuando entré, yo que dejo volar mi imaginación con el menor pretexto, me sentí una chica Bond guardando, secretamente diamantes. Lástima que la cruda realidad de mi vida sea otra.
Por supuesto, con esta ley tan estupenda que nos han impuesto, no se podía fumar, así que poco aguanté. Entre eso y que el vino tinto era intragable me fui rápidamente. Todo muy bonito, si, pero qué quieren que les diga, tengo esa adicción y me debo a ella. Y además quería llegar a casa para leer la estupenda novela de Carmen Amoraga. No les desvelo el final pero sí que desvelé leyéndola. Qué delicia.