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Virus

Virus

jueves 18 de septiembre de 2008, 01:28h
Hace algo más de un año, la banca de inversión global empezó a mostrar, con más fuerza, los síntomas evidentes de que había un problema mayúsculo en sus carteras. Hace un año, más o menos la Reserva Federal comenzó a aplicar la receta habitual ante turbulencias financieras, baja de tasas e inyección de liquidez.

 Pero como comentara en ese momento, desde estas líneas, la enfermedad era otra. En efecto, estábamos pasando de la “ventaja de la atomización de riesgos” a la  “crisis de la ignorancia de riesgos”.

 Me explico. El gran tema del mercado de capitales de los últimos años, fue la “innovación financiera”. Un conjunto de instrumentos diseñados para canalizar, en palabras del actual Presidente de la Reserva Federal, “la superabundancia de liquidez” global. Exceso de fondos prestables derivado del espectacular crecimiento de economías con alto ahorro (China e India, principalmente). O de países “forzados” a ahorrar, para ajustar sus problemas de deuda. (El mundo emergente latinoamericano y Rusia, entre otros). Países que, en el marco del llamado “Bretton Woods II”, lo que hacían era “reciclar” esos fondos hacia los Estados Unidos, acumulando reservas en dólares en sus Bancos Centrales, depositándolas en Estados Unidos, y/o comprando  Bonos del Tesoro, y otros activos semioficiales, denominados en dólares.

Para transformar esa liquidez en crédito, nacieron un conjunto de instrumentos “estructurados” que tenían la virtud de permitir  convertir a los bancos comerciales en “supermercados” que colocaban crédito, fondeados por sus proveedores, los Bancos de Inversión y las Casas de Bolsa. Estos instrumentos, además, prometían “atomizar” y distribuir el riesgo, entre muchos actores, lo que permitía bajar, drásticamente, los requisitos de solvencia de los tomadores finales de los fondos. Esos créditos originales, eran los que luego se “empaquetaban” y distribuían al resto del mercado de capitales. De manera tal que, al final del día, nadie sabía muy bien qué riesgo tenía, y por qué monto. Asimismo, muchos bancos comerciales, al ver las extraordinarias ganancias “libres de riesgo” de estos instrumentos, al igual que los supermercados, empezaron a “fabricar créditos con marca propia” dentro y fuera de sus balances.

Y los bancos de inversión, para atomizar más aún  el riesgo, comenzaron a prestarse entre sí, intercambiando “latas de sardina” por “bolsas de harina”. El virus de la atomización del riesgo se esparció, de esta manera, por todo el sistema financiero global. Nadie sabía cuánto riesgo tenía, pero a nadie le importaba. Y no le importaba, porque todos suponían que el mercado seguía para arriba y que el riesgo era muy bajo o nulo. Si el virus era “benigno” e inocuo, no hacía falta un análisis de sangre, para saber si se portaba mucho o poco de ese virus. Además, con incentivos perversos en el mercado de capitales, a los que se les ocurría ser conservadores y “vacunarse” contra un virus, aparentemente, inocente, el mercado y los inversores los castigaban. “Dame rendimientos, no me hables de riesgos”. Y los reguladores, tampoco entendían muy bien qué tenían que regular. 

Cuando el mercado empezó a estornudar, a engriparse y a detectar que los riesgos subían y que el virus podía mutar a “maligno”, fue demasiado tarde. Todos están infectados y nadie sabe en qué medida lo está. Lo que era la “gran innovación financiera” de atomización de riesgo, se convirtió en un arma letal de distribución de un veneno.  El de la ignorancia de lo que hay dentro y fuera de los balances de los bancos. Y mucho menos, a qué valor se ha contabilizado, activos, cuyos precios, no surgen de transacciones, sino de “modelos”. ¡Ni Bin Laden lo hubiera hecho mejor!

 Ante la ignorancia respecto de cuán enfermo está cada uno y qué contraparte tiene cada operación “estructurada”, lo que se ha consolidado es una “corrida de inversores” y de “bancos contra bancos” y “bancos contra aseguradores de créditos”. Este tipo de corridas implican la venta masiva de activos y el desarme de posiciones. Pero una venta masiva y simultánea de activos genera baja de precios y destrucción de valor. Si los precios bajan hay que desarmar las posiciones más rápido y el círculo vicioso se acelera.

¿Qué receta se puede aplicar?. La capitalización privada no sirve, porque, por ahora, sin saber el tamaño del riesgo y el problema, nadie quiere poner plata para perderla. El “ajuste” de mercado, sería dejar que los precios caigan lo suficiente para que no caigan más y que, en el camino, quiebren los que tengan que quebrar. Esto sería “relativamente” fácil, si todo el negocio fuera entre de bancos de inversión, exclusivamente.

Pero, como vimos, la enfermedad está extendida a porciones de activos de bancos comerciales, de aseguradores, de compañías de crédito hipotecario y hasta de reservas de bancos centrales. Una red interdependiente y global.

El virus, entonces, sigue actuando y no hay vacunas para todos. El Tesoro, la FED y el resto de los Bancos Centrales, decidieron aplicar la receta “argentina”, discrecionalidad y caso por caso. Algunos son salvados directamente, por su supuesto efecto contagio sobre el resto. Otros son “invitados” a ser salvados por los percibidos por el mercado como menos enfermos o con más defensas ante la enfermedad. A otros se los deja morir. Y, en el medio, se inyecta liquidez y se abren más ventanillas de redescuentos, aceptando, en garantía, “lo que haya”, para evitar que las entidades en problemas sigan liquidando activos, bajando más los precios y profundizando la crisis.Por ahora, no hay otros mecanismos disponibles y menos aún  a meses de la elección norteamericana.

Como en las plagas de la edad media, habrá que esperar que el virus se vaya agotando sólo, y que se salven los que se puedan salvar. Afortunadamente “los supermercados” (Los grandes bancos comerciales) sólo sufrirán por sus “marcas propias” y tendrán menos “productos en las góndolas”, pero aparecen como los menos afectados. Eso significa menos crédito, pero no una debacle. Menos actividad económica, pero no necesariamente una depresión. Habrá que esperar.

¿Cambiará este escenario la actitud de largo plazo de los inversores? Lo dudo. En un par de años, la codicia le volverá a ganar a la memoria y otros genios de las finanzas nos contarán que han descubierto nuevos instrumentos, a prueba de riesgos.

Una vez más.
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