Resulta evidente que no han sido el riesgo de destrucción de pruebas ni el de posible fuga las causas principales por las que el juez Leopoldo Puente ha puesto a Santos Cerdán de patitas en la cárcel. La causa fundamental ha consistido en la tremenda irritación que ha provocado en el tribunal el tipo de defensa contumaz, integrista y negacionista que llevó al investigado a la sala de juicio. En síntesis, Cerdán adujo que se encontraba ante el juez por una gran injusticia, producto del acoso y el fango de las fuerzas que no le perdonaban haber sido el maestro de obra del Gobierno más progresista de la historia reciente en España.
Esta ofensiva argumental iba acompañada de un primer desplante: no aceptaba ser interrogado por el juez, sino que respondería únicamente a las preguntas de su abogado. Sin embargo, en esta defensa cerrada se abrió una pequeña fisura que acabó convirtiéndose en una gran grieta. Hasta ese momento, el defendido aseguraba que la voz que aparece en los audios recuperados en el informe de la UCO no era la suya. Algunos incondicionales del PSOE regaron la idea de que podía ser un trucaje de la policía judicial, realizado con inteligencia artificial. Pero, para sorpresa de muchos, Cerdán cambió esa versión en el juzgado: ahora, el argumento es que su voz en los audios habría sido recortada y puesta fuera de contexto. Un pequeño matiz que significaba el reconocimiento de que la principal prueba acusatoria no era falsa. Se facilitaba así el trabajo del juez para avanzar a sus anchas. Claro, es difícil saber si, como sucede con frecuencia, la estancia en prisión acaba convenciendo al encartado de que su línea de defensa debe ser mucho más sutil.
Es poco probable que, al menos de momento, Santos Cerdán acepte alguna colaboración con jueces y fiscales que ponga en riesgo a Pedro Sánchez. Mas bien parece que continuará aguantando el tipo y tragando sapos como el que se desprende de la frase del propio Sánchez, cuando afirma: “No debimos haber confiado en él”. ¡Que injusticia! Cuando ha sido precisamente la confianza entre ambos lo que ha conducido al hombre fuerte de Sánchez a tener que declarar ante el juez. Pero Santos sabe que estas cosas hay que decirlas en público “para defender el proyecto progresista”.
Desde luego, esta circunstancia lleva a la pregunta de cual ha sido la naturaleza de la relación de confianza entre ambos personajes. Para responderla adecuadamente hace falta comenzar por el principio: identificar la motivación de aquellos cuatro hombres que ocupaban el Peugeot que recorrió España para devolver a Pedro Sánchez a la secretaría general del PSOE. Y hay algunas referencias al respecto.
El propio Sánchez aclaró su principal móvil ante las cámaras de televisión: “Me metí en política para ser alguien en la vida”. Un proyecto de clara orientación ideológica colectiva. En cuanto a Cerdán, su apoyo incondicional al líder tiene bastantes antecedentes en la literatura clásica. Un ejemplo muy cercano está bien descrito en El Quijote de Cervantes. Sancho Panza no puede evitar ser el escudero de por vida de aquel visionario que persigue una quimera aparentemente justa.
Los otros dos miembros de aquel particular club de Tobi (una mujer no encajaba en los asientos del Peugeot) eran harina de otro costal: estaban haciendo una apuesta difícil que, además de generarles inmediata adrenalina, quizás les reportara algún beneficio en un futuro no muy lejano.
Como puede observarse, la motivación de los cuatro del Peugeot no es incompatible. De hecho, formaron equipo durante más de diez años. Pero, de forma muy general, sí existe un presupuesto moral que comparten (altamente frecuente en la izquierda española): aquel que dicta que el fin justifica los medios. Para impulsar el proyecto progresista liderado por Sánchez habría que pisar algunas líneas rojas morales si fuera necesario (introduciendo varias papeletas adicionales en la urna de las primarias, por ejemplo).
En realidad, el esquema sistémico de un poder personalizado junto a un lugarteniente fiel dispuesto a realizar los trabajos poco gratos, no es precisamente una novedad histórica. En la izquierda comunista, el caso más clásico refiere a la diada Lenin/Stalin. Lenin, el dirigente de altos vuelos, se sirvió múltiples veces de la rudeza de su lugarteniente Stalin (sobrenombre significativo, “hecho de acero”).
Pero no todos los hombres duros tienen la misma calidad. El mejor arte del lugarteniente incondicional es aquel que protege a su líder de forma completa, evitándole ser explícito en cuanto a la decisión necesaria. Es decir, es aquel que intuye que es lo que necesita el líder para conseguir su propósito, sin consultárselo explícitamente, sobre todo si ello implica una acción reprobable. La recompensa que obtiene el hombre duro, que no suele estar dotado de un alto nivel intelectual y comunicativo, es la entrega de la completa confianza del líder, así como la promoción a cargos de responsabilidad que este hombre no habría podido alcanzar por sí mismo.
En suma, hay una relación de fidelidad entre Cerdán y Sánchez que difícilmente se quebrará en el corto plazo. Al día de hoy, Santos está dispuesto a sacrificarse por Sánchez y su proyecto progresista, sin importarle demasiado la posible dureza de una probable sentencia judicial. Algo que no es el caso de los otros dos encartados, Ábalos y Koldo, que parecen estar dispuestos a colaborar con la fiscalía, siempre por debajo de la mesa, claro está.
En todo caso, si Cerdán llegara a la conclusión de que es mejor despojarse de su defensa unilateral y frontal, muy probablemente tendría que cambiar de abogado. Su actual defensor, Benet Salellas Vilar, de ideología independentista, ha llevado varios casos de secesionistas, incluido el de Jordi Cuixart, ex presidente de Omnium (que no fue muy bien, pues recibió una condena de 9 años de prisión). Ha sido diputado de la CUP y participó de forma activa en el registro de la ley del referéndum ilegal de 2017. Las malas lenguas señalan que Cerdán no ha elegido el abogado idóneo, puesto que Salellas demostró con ocasión del juicio al proces que tiene dos motivaciones intimas: por un lado, defender a su cliente y, por el otro, demostrar la ineptitud de la judicatura española. Todavía se recuerda sus enfrentamientos con el presidente de la sala Manuel Marchena, poco favorables para la defensa de sus casos.
De cualquier modo, el caso Cerdán/Ábalos/Koldo está en sus comienzos, sin que pueda vislumbrarse los efectos que tiene para los tres imputados las pesquisas de cada uno de ellos. De lo que hay seguridad es de que, en este fuego cruzado, Cerdán parece ser el tanque acorazado, frente a la mayor movilidad de sus antiguos compañeros. Algo que, de todas formas, no ofrece una seguridad completa al cuarto hombre del Peugeot.